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ChrysEscrito por Chrystal Goff, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas y hermana de Michelle J. Goff

“…Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó…” (Gá 2:20b)

Fe. En el Hijo de Dios.

Si mi conocieras hoy, quizás no esperarías que yo pasé muchos años odiando rotundamente al Dios del que pensé que estaban hablando en la iglesia. Me acuerdo, como niña, escuchar que era un Dios celoso, y que le debemos temer. Eso daba miedo a una niña pequeña. Combina eso con el hecho de que toda relación en la que había estado era abusiva y celosa. ¿Por qué quisiera adorar a un Dios que me heriría también? Cuando mi mamá me decía que estaba orando por mí, siempre la respondía, “No lo hagas. No es amable. No le digas mi nombre. Tampoco quiero que me menciones Su nombre.”

Mientras odiaba a Dios y odiaba mi nombre, Él todavía mi amaba. Todos los días, estoy viendo diferentes maneras en las que Él está redimiendo las cicatrices de mi vida para traer a otros de la oscuridad y traer a Él la gloria. Vivo por fe en el Hijo de Dios quien me ha tenido tanta gracia al dejarme un ejemplo de humildad. Vivo por fe en mi Creador que me proveía y me protegía, siempre, especialmente cuando odiaba a quien yo creía que Él era.

Ahora, soy guiada por el Espíritu.

Soy la menor de cuatro hijas. Cada una tiene ocho letras en su nombre, el de mi mamá también. No había intencionalidad de ocho letras hasta la tercera hija. Al elegir el nombre de la cuarta, la continuidad era esperada. Pero los nombres populares de ocho letras no fueron populares para mi familia. Alguien sugirió “Chrystal, con H”, en vez de la versión tradicional: Crystal. A todos les gustó. A todos excepto a la cuarta hija.

Cuando era joven, mis hermanas me llamaron, “Chrys” como apodo. Así que cuando comencé en el kínder y llamaban los nombres para ver quiénes estaban presentes, respondí mi presencia cuando dijeron, “Chris” … y mi presencia fue burlada por otros por la confusión entre mi nombre con el de un varón. Comencé a odiar mi nombre.

Hace unos años, pedí que mi hermana me enseñara la Biblia. Ella ha trabajado en el ministerio universitario y lleva muchos más años que yo amando a Jesús. Deduje que sería bueno preguntarle porque su calendario siempre se llenaba de citas “Café y Biblia” con estudiantes, y quería insertarme en su agenda. Por adentro, ella estaba gritando, “¡Aleluya!”, pero por fuera no quería asustar la curiosa oveja perdida. Lentamente, ella comenzó a revelar verdades antiguas de las Escrituras.

El día en que estábamos estudiando Génesis 17, cuando el SEÑOR establece Su pacto con Abram y cambia su nombre a Abraham, mis ojos se abrieron a ver cuánto tiempo Dios llevaba amándome. SEÑOR en hebreo se escribe con cuatro consonantes (YHVH). YHVH es el nombre propio de Dios. YHVH es el suspiro literal de la vida. Sin vocales en la traducción hebrea de YHVH, la pronunciación fue desconocida.

YaH – inhala
VeH – exhala

YHVH, el SEÑOR, añadió una H al nombre de Abram y el sonido de la H al de Saraí. Estaba dando a Abram y Saraí un recordatorio para siempre de Su Presencia y la promesa de pacto, provisto y multiplicado por los descendientes de Abraham y Sara(h).

Pausé. Juntando las piezas. Una H. Hay una H en mi nombre. Pausando en mis pensamientos para abrir mi boca y medio preguntar/medio decir que era por eso que había una H en mi nombre, me llegó la confirmación: Siempre ha estado conmigo, aún cuando Lo odiaba. Mi hermana y yo comenzamos a llorar al dejar que la aceptación del amor entre mi Padre eterno y yo nos invada.

Ahora, me encanta mi nombre. Lo celebro. Cada día muere más de mi antigua yo a medida que me despierto nueva y emocionada por Sus misericordias.

Michelle Escrito por Michelle J. Goff, fundadora y directora ejecutiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro

Cuando Nicodemo, un maestro de la ley, se acercó a Jesús en medio de la noche, el concepto de nacer de nuevo fue incomprensible. Un poco sarcásticamente, preguntó cómo alguien ya viejo pudiera entrar nuevamente en el vientre de su madre. Jesús respondió a una pregunta terrenal con una respuesta espiritual.

 —Te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios —respondió Jesús—. Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu. (Jn 3:5-6 NVI)

A través de Su muerte, sepultura y resurrección, somos invitadas a una nueva vida, nacidas de nuevo y redimidas. Lo viejo ya pasó. Lo nuevo ha venido… al nacer de nuevo.

¿Acaso no saben ustedes que todos los que fuimos bautizados para unirnos con Cristo Jesús en realidad fuimos bautizados para participar en su muerte? Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte. De modo que, así como Cristo resucitó por el glorioso poder del Padre, también nosotros andemos en una vida nueva.
En efecto, si hemos estado unidos con él en una muerte como la suya, sin duda también estaremos unidos con él en su resurrección. (Ro 6:3-5)

¡Me encanta el paralelo entre la muerte, sepultura y resurrección de Cristo y las nuestras a través del bautismo! En Él, podemos “andar en una vida nueva”. Pablo continua su carta a los romanos al aclarar que nos morimos para andar en una vida nueva.

No puedo seguir caminando hacia adelante cuando el pasado me tiene sobrecargada. No puedo seguir atrincherada en el pecado y afirmar que tengo una nueva vida en Jesús. Si pretendo que puedo hacer ambos, 1 Juan 1 dice que me estoy engañando y que la verdad no está en mí.

Unidas con Cristo, podemos morir verdaderamente a nuestra vieja manera de vivir y dejar toda y cualquier cosa que nos separa de Dios. Anhelo vivir como nueva creación en Cristo. Odio cuando mis actitudes, palabras y acciones pecaminosos vuelven. Es posible que mis pecados no sean tan obvios como los de otros, pero no hay pecados menores.

Sólo tú sabes de lo que Dios te ha redimido, una traición traumática, una adicción escondida, la mentira habitual, un pasado tóxico, celos, palabras indecentes… Cuando aceptamos la oferta de Dios por una nueva vida en Su Hijo, nos regala una manera de rechazar cualquier pecado como lo que nos define. Al contrario, para quienes se han unido con Cristo en el bautismo, tenemos un nuevo nombre, una nueva identidad, una vida totalmente redimida. Nos da la bienvenida a comenzar de nuevo.

Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1Jn 1:9)

Sin importar nuestra edad física ni espiritual, metemos la pata al tratar de vivir esa nueva vida en Cristo. Podemos regocijarnos grandemente que Dios proveyó el sacrificio perfecto de la sangre de Su Hijo para lavarnos, limpiarnos nuevamente, ofreciéndonos un nuevo día cuya misericordia es nueva cada mañana (Lm 3:23).

¿Significa que podemos bailar entre la oscuridad y la luz, el pecado y la justicia, las mentiras y la verdad? ¡No (2Co 6:14-16)! A principios de Romanos 6, Pablo dice, “¡De ninguna manera!” Una vez muertos al pecado, una vez conocidos de la luz, una vez encaminados en la verdad, no podemos dejarnos ser tentados a temporalmente alegrarnos en su propaganda falsa y satisfacción vacía.

Ahora, antes de que te golpees sobre las cuántas veces hoy ya has actuado como la “vieja manera” en vez de la “nueva manera”, hecha en Cristo, quiero compartir estas dos promesas:

Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y los cuerpos lavados con agua pura. (Heb 10:22)

—Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo. (Ac 2:38)

Mujeres, ¡Dios sabía que no podríamos hacer esta nueva vida por nuestra propia cuenta! Dios nos dio el Espíritu Santo, una parte de Sí mismo por la que podemos vivir verdaderamente como nuevas creaciones en Cristo (2Co 5:17).

¿Cómo será para ti hoy vivir como una nueva creación en Cristo?

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