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Una vez una amiga describió un tiempo depresivo en su vida como “días oscuros del alma” – una explicación visual del tremendo peso que le acompañó.
Al acercarnos al fin de semana de la resurrección, me acuerdo del tremendo peso que acompañó a nuestro Señor la noche en que fue traicionado. Sabía que estaba en un momento vulnerable, así que pidió a Sus amigos Pedro, Jacobo, y Juan que le acompañara al Jardín de Getsemaní y en oración.
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“Para esto fueron llamados, porque Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos” (1 Pedro 2:21).
¡Qué grandes pasos nos ha dejado!
¿Has visto a un niño en la playa, caminando con su padre, brincando para poder hacer la marca de sus huellas en las de su papá? Así me siento a veces cuando trato de seguir el ejemplo de Cristo – como si mis piernas fueran demasiado cortas, mi esfuerzo insuficiente. Me siento que nunca llegaré a la talla… Y voy de un extremo a otro: determinada de nunca tomar un paso equivocado y castigarme por cualquier error o rendirme y decir que no vale la pena luchar. Es un péndulo que agota. Y estaba cansada de la lucha, golpeada por la vida y mis expectativas poco-realistas.
El trampa del perfeccionismo me tenía agarrada hasta que me abrumó la presión de ese engaño de Satanás. Creí que tenía que ser perfecta en todo sentido: santa e intachable – y que para ser humana y expresar las emociones abrumadores y naturales que sentía fue una debilidad y un pecado.