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Ayer fue el día de las palmas.
Me acuerdo claramente el olor y el color de las palmas cuando un grupo descendió la montaña y llegó a la iglesia católica ese domingo cuando viví en Caracas.
“—¡Hosanna al Hijo de David!
—¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
—¡Hosanna en las alturas!”
Los judíos le dieron la bienvenida a Jesús cuando entró a Jerusalén y ese grupo de venezolanos querían recordar y recrear ese evento.
El próximo día, los restos de las palmas se encontraron en el calle y en la plaza. Y me pregunté si el recuerdo de esa bienvenida se había desgastado y secado como las palmas. La gente pisoteó las palmas al pasar, sin pensar en lo que había ocurrido el día anterior… Así que reflexioné: ¿He permitido que el espíritu de bienvenida expresado en los momentos celebratorios de mi vida se opacan con las otras cosas de la vida?
¿Le doy la bienvenida a Jesús en mi vida todos los días?
Hosanna significa “adoración, alabanza, o gozo.” Pero tengo que admitir que la bienvenida que doy a Cristo en mi vida, muchas veces, es más una de desesperación que de regocijo.
¡Que le demos la bienvenida en celebración como Hijo de Dios y Señor de nuestras vidas!
“—¡Hosanna al Hijo de David!
—¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
—¡Hosanna en las alturas!”
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El sermón del monte se describe como el mejor sermón del mundo. Mateo dedica tres capítulos para contar las verdades que Cristo aclara para los judíos que habían perdido el espíritu del amor del Padre y Su intención. “Han oído que se dice, pero yo les digo…” El estilo de Su enseñanza trajo nueva vida a lo que los maestros de la ley no entendieron.
Jesús dedicó tres años para enseñar y entrenar a Sus doce discípulos para que pudieran enseñar a otros para enseñar a otros…
Aún a los doce años de edad, encontraron a Jesús en el templo conversando de las Escrituras con los otros maestros de la ley (Lucas 2:46-47).
No importaba con quien estaba o a quien estaba enseñando, la gente se asombraba por la manera en que Él hablaba. Los demonios temblaron. Los pecadores se arrepintieron. Las multitudes Le siguieron.
“La gente se asombraba de su enseñanza, porque la impartía como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley” (Marcos 1:22).
¡Qué tremenda bendición poder sentarse a los pies de un maestro que definitivamente sabe de lo que está hablando!