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Después de que se nos fue la neblina, empacamos el carro y fuimos al río. El pequeño frío del agua se nos fue al salpicar, nadar, tirar piedras, y flotar en la corriente suave. Después de pasar la mañana en el río, volvimos a casa para limpiarnos y almorzar.
Pero en la mente del niño de casi cinco años, ya nos habíamos bañado, así que no hacía falta un baño en la casa. Su mamá le explicó con paciencia que su cuerpo estaba tan sucio como el traje de baño que acababa de quitar, marcado por la mugre del río.
Tan pronto volvimos a la casa, subí la escalera para bañarme rapidito y luego preparar el almuerzo para todos. Pero al entrar en la ducha y permitir que el agua limpia me bañara, el sentir de “rapidito” se me fue con lo sucio. Me sentí renovada y refrescada. No quería salir de la ducha y jamás quería que se me pasara lo que sentí en ese momento.
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Es verdad que uno puede tener demasiado de una cosa buena. Por tres meses, no hubo una parte de Michelle que no fuera el MHRH. No había día de reposo. Ningún margen. Y estaba desgastada, agotada, y terminada.
Jamás quiero llegar al punto en el que resiento mi trabajo. Nadie quiere eso. Pero estuve allí.
La honestidad, se dice, es la mejor política. Y la confesión es buena para el alma. Así que, por allí voy…
Algunas de las normas de cuidado para el ministerio se nos habían ido. Seguimos inseguros de cómo pasó todo. Pero mi horario llegó a tal punto que no me estaba cuidando. Y uno no puede dar de lo que no tiene.