Después de que se nos fue la neblina, empacamos el carro y fuimos al río. El pequeño frío del agua se nos fue al salpicar, nadar, tirar piedras, y flotar en la corriente suave. Después de pasar la mañana en el río, volvimos a casa para limpiarnos y almorzar.
Pero en la mente del niño de casi cinco años, ya nos habíamos bañado, así que no hacía falta un baño en la casa. Su mamá le explicó con paciencia que su cuerpo estaba tan sucio como el traje de baño que acababa de quitar, marcado por la mugre del río.
Tan pronto volvimos a la casa, subí la escalera para bañarme rapidito y luego preparar el almuerzo para todos. Pero al entrar en la ducha y permitir que el agua limpia me bañara, el sentir de “rapidito” se me fue con lo sucio. Me sentí renovada y refrescada. No quería salir de la ducha y jamás quería que se me pasara lo que sentí en ese momento.
Mis pensamientos volvieron al sentir más profundo de la renovación que recibimos cuando nos bañamos en el poder limpiador del Agua Viva. ¿Has probado de esa agua?
Mi pequeño esfuerzo insuficiente jamás me llevará a lo que puede proveer la fuente de la verdadera agua viva.
Jeremías refiere al Señor como una fuente de agua viva. Y sea que nos limpiamos por ella en las aguas del bautismo, sea por la renovación del arrepentimiento, o sea por tomarla, es sin igual.
Juan 4:13-14
Jesús contestó:
—Cualquiera que beba de esta agua pronto volverá a tener sed, pero todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de ellos y les da vida eterna.
Juan 7:37b-38
«¡Todo el que tenga sed puede venir a mí! ¡Todo el que crea en mí puede venir y beber! Pues las Escrituras declaran: “De su corazón, brotarán ríos de agua viva”»