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Él que no conoció pecado se hizo pecado para que fuéramos hechos la justicia de Dios (1 Cor. 5:21).
Dios se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn. 1:14), haciéndose el sacrificio perfecto (Heb. 10:10-14) para que fuéramos perdonados de nuestros pecados, y tener un mediador perfecto entre Dios y nosotros (1 Tim. 2:5).
Jesús no consideró la igualdad con Dios como algo más valioso que Su propósito como el sacrificio perfecto (Fil. 2:3-8). ¿Tenemos mejor ejemplo de la humildad?
No podemos rechazar una igualdad con Dios, como Jesús, porque nunca la tuvimos. Entonces, ¿cómo mostramos la humildad?
A veces, la mejor manera de comprender una palabra es ver su opuesto. El opuesto de la humildad es el orgullo.
El orgullo se enfoca en uno mismo.
La humildad hace que el enfoque sea en Dios.
Los proverbios repiten advertencias contra los orgullosos y bendiciones para los humildes.
Números 12:3 me impactó al recordar que “A propósito, Moisés era muy humilde, más humilde que cualquier otro sobre la tierra.” Estoy segura que la humildad de Moisés fue una de las razones por la que Dios le escogió para rescatar a Su pueblo de Egipto.
La negación de uno mismo para gloria a Dios y honra a Sus propósitos es una manifestación clara de la humildad. No es odiar a sí mismo, sino valorar a Dios y a otros más que a ti.
El gran mandamiento es amar a Dios y amar a otros, como a ti mismo. Resume la humildad perfectamente.
Al fin y al cabo, la humildad se trata del corazón y Cristo fue el mejor ejemplo del corazón puro en todo lo que hizo para la gloria del Padre.
Se simplifica la humildad en ver el ejemplo de Cristo y la manifestación de Su humildad.
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Resonando por las paredes de las casas pequeñitas y susurrado en los jardines, está la palabra popular y la meta de muchas mujeres: “simplificar.” Las complicaciones de la vida hacen que añoramos un tiempo más sencillo en el que los estreses de la vida fueran más manejables, tuviéramos menos demandas, y que tuviéramos tiempo para tomar un café con una amiga.
Muchos de nuestros abuelos estarían de acuerdo con que la vida no era tan complicada hace unas décadas, pero te aseguro que había momentos en los que ellos también estuvieron muy estresados y abrumados también.
Un “tiempo más sencillo” no se basa en una lista de quehaceres más corta, sino en una actitud humilde con la que manejamos nuestras vidas, las relaciones, y las responsabilidades.
Creo que el tiempo sinceramente más sencillo fue cuando éramos niños… Otro estaba a cargo y confiamos que nuestras necesidades siempre serían suplidas. No es un regreso ideológico a una niñez perfecta. Al contrario, es una reflexión que el mismo Cristo compartió como una lección para Sus oyentes (Mt. 18:3-4).
3 Entonces dijo:
―Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos. 4 Por tanto, el que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos.
La humildad y la fe de un niño es una dependencia total de otros, de Dios. Como adultos, aprendemos a depender de nosotros mismos y a veces, volvemos a vivir la frustración de cuando no pudimos depender de otros, cuando nos defraudaron. Nos enorgullecemos de lo ocupado que estamos, cuánto logramos y hasta en nuestros esfuerzos para ser el mejor cristiano posible (aunque sabemos que nunca llegamos a la talla).
En nuestro esfuerzo de moldearnos más al carácter de Dios, nos convertimos en los “dioses” de nuestras vidas, tratando desesperadamente de estar en control, mantener todo a nuestro cargo y hacerlo por nosotros mismos. Sí, debemos imitar a Dios y aprender de Su ejemplo, seguir las pisadas del Maestro. Pero dejamos que Él sea Dios. Somos la hija. Él está en control. Así que vamos a simplificarlo: La dependencia humilde de Dios y la fe que Él está en control nos lleva a una vida simplificada.
28 »Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. 29 Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana». (Mt. 11:28-29)
Mi oración para hoy: Señor, ayúdame a aprender de ti las maneras en las que eras humilde de corazón. Deseo un descanso para mi alma. Estoy cansada. Y tomar tu yugo se siente como otra carga, una cosa más a mi lista de quehaceres. Tú viniste como Dios hecho carne. Tenías todo el poder del mundo, pero te humillaste y te hiciste hombre. Te sometiste al Padre y dejaste que Él siempre estuviera en control. Gracias por tu paciencia mientras aprendo de Tu humildad. Dios está en control. Yo no. En Tu nombre hago esta oración, Amén.
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