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Escrito por Débora Rodrigo de Racancoj
El mandato a regocijarnos en medio de las tribulaciones y estar gozosos en todo momento ha sido para mí, en muchas ocasiones, un reto incomprensible. Entiendo que la salvación es un motivo más que suficiente para estar gozosa y para desprender alegría. Pero hay situaciones en la vida en las que, sinceramente, sonreír es lo que menos me apetece.
Debemos entender que el gozo es algo mucho más profundo que la emoción de la alegría, que es momentánea y cambiante.
El gozo es un estado del alma, de lo más profundo de nuestro ser. Podemos tener un día horrible en el que todo sale mal; o podemos estar incluso pasando por una temporada especialmente difícil en nuestra vida. Eso producirá un cambio en nuestras emociones, y probablemente puedan mantenerse así durante unas horas, días, o semanas. Pero las circunstancias de la vida, ya sean pequeñas o grandes, no son las responsables del estado emocional de nuestra alma.
¿Qué hay dentro de tu alma? ¿Hay gozo?, ¿o hay amargura? Puede parecer un tanto difícil identificar el estado de tu alma, pero en realidad, es mucho más sencillo de lo que pensamos. Observa tu conducta, escucha tus palabras y analízalas. El mismo Jesús nos dio la clave en Lucas 6:45: lo que almacenamos en nuestro interior es lo que se refleja en nuestra conducta y nuestras palabras. Si tenemos el alma inundada de amargura, amargura saldrá de nosotras, ya sea un día bueno, en el que todo parece ir bien, o un día malo, donde las cosas se tuercen. Si, en cambio, lo que predomina es gozo, irradiaremos gozo inevitablemente. Lo que está claro es que una fuente no puede echar por una misma abertura agua dulce y agua amarga (Stgo. 3:11). Una de dos, o estás salpicando con gozo a los demás o les estás salpicando con amargura. Y por experiencia propia te digo: es muy fácil inundar nuestra alma de amargura, supongo que por eso Pablo repite con tanta insistencia que nos regocijemos.
Sea cual sea la situación que atraviesas en este momento de tu vida, sea que las circunstancias sean propicias o que se tornen contrarias; si la invitación a regocijarte te resulta inalcanzable, probablemente hayas dejado que el mar de amargura invada tu alma. Tengo buenas noticias para ti: el agua amarga puede ser convertida fácilmente en agua dulce. Sólo tienes que clamar a Dios y pedirle que te muestre qué hacer, así como se lo enseñó a Moisés (Éx. 15:23-25). Una simple oración fue suficiente para que Moisés supiera qué hacer para que el agua amarga con el que calmaría la sed del pueblo fuera transformada en agua dulce. Cambiar esa agua que invade tu alma no es más difícil para Dios que cambiar el agua física en la historia de Moisés. Clama a Dios, y Él responderá, Él tiene la clave para que esa agua amarga que te inunda se convierta en agua dulce. Él es la clave para que de tu fuente fluya gozo.
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“Pero no me siento gozosa…” Pues, yo tampoco. Por lo menos no siempre. El gozo no siempre nos acompaña como un sentir, pero no significa que deja de ser “gozo.”
Porque el gozo es una elección, no un sentimiento.
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas…” (Sant. 1:2)
Porque el gozo es una elección, no un sentimiento.
“…el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz…” (Heb. 12:2)
Porque el gozo es una elección, no un sentimiento.
“…no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza.” (Neh. 8:10b)
Porque el gozo es una elección, no un sentimiento.
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Fil. 4:4)
Porque el gozo es una elección, no un sentimiento.
“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.” (Sal. 126:5)
Porque el gozo es una elección, no un sentimiento.
¿Cómo puedes elegir el gozo hoy?