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Escrito por Aileen Bonilla, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
“Y prometo serte fiel en la salud y en la enfermedad, en la abundancia y en la escasez, amarte y respetarte todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe”
Todas conocemos estas hermosas palabras, ya sea porque estemos casadas, o si no lo estás, estoy segura de que las has escuchado en alguna película. De la misma manera Dios utiliza el lenguaje humano para poder comunicarse mejor con nosotros. Utiliza nuestras tradiciones y una de ellas es el voto matrimonial, esas promesas que le hacemos a nuestro futuro esposo. De hecho, Dios usa el matrimonio para comparar la relación que debemos tener con Él.
Él desea que lo veamos como un Esposo al que buscamos agradar en todo momento. Con un amor apasionado, respetuoso, fiel e inquebrantable. Por tal razón, para Dios la fidelidad es muy importante, ya que ésta “medirá” nuestra fe. Pero, ¿a qué me refiero con fidelidad? Esta palabra proviene del hebreo “emet” que se asocia con una bondad paternal. Esta cualidad o atributo es propio de Dios y se recibe gratuitamente. Además, esta cualidad da solidez a la relación personal que tengamos con nuestro Creador.
Resulta fácil entender que tenemos un Dios fiel a Sus promesas, sabemos que, si Él nos dice que no nos faltará alimentos, debemos creerle y dormir tranquilas. Sin embargo, cuando somos nosotras probadas en fidelidad debemos estar atentas si de verdad estaremos para Él en todo tiempo. Si bien es cierto que este atributo le pertenece a Dios por naturaleza, Él desea que nosotras le seamos fiel sin importar las circunstancias que estemos atravesando.
Para mí, es un tema complejo de hablar, durante este tiempo de misión junto a mi esposo, Dios nos ha probado en este aspecto. Nuestras circunstancias monetarias han sido difíciles y al principio de la misión, la salud de mi hijo mayor estuvo deteriorada. Sin embargo, tratábamos de luchar día a día con el desánimo que muchas veces se quería adueñar de nuestras mentes.
A pesar de las circunstancias adversas y de los desiertos que permite Dios en nuestras vidas debo de reconocer que esos procesos dolorosos nos enseñan mucho, incluso a orar, no más intensamente, sino a saber pedir. Por lo general oramos para que Dios nos resuelva todos nuestros problemas, pero no oramos para que Él nos dé sabiduría y buscar una solución (Sant. 1:5).
La fidelidad es un don que debemos pedir cada día porque nuestra naturaleza es ser lo contrario, podemos observar cómo el pueblo de Israel era constantemente infiel a Dios a pesar de haber visto todos Sus prodigios.
En este tiempo he podido ver lo fácil que las personas van atrás de otros dioses viéndose reflejado en la falta de compromiso hacia Dios. No desean conocer a su Señor, o a su Esposo. No desean estudiar su Palabra y vivir asombradas con todo lo que Él ha hecho, sino que viven maravillados de lo terrenal. Por eso Dios demanda que lo amemos por sobre todas las cosas (Dt.6: 5-9). No con un amor religioso, sometidos a rituales, sino con un amor puro y sincero. Como el amor de una novia, siempre tierno, siempre fresco.
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Escrito por Elesa Goad Mason, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Texas
Cuando pienso en fidelidad y lealtad, la primera imagen que me viene a la mente es la de un perro. Un ser que siempre regresa, independientemente de cómo sea amado o tratado, que es leal y protector hasta el punto de ponerse en peligro. Me gustaría pensar que mis queridas mascotas estarán allí conmigo, compartiendo nuestro hogar eterno.
En la Biblia hay muchas personas que fueron fieles y leales a Dios. Algunos menos conocidos que mostraron gran fe en el Señor, aunque sólo fuera al tocar Su manto. Son el oficial romano que suplicó por la vida de su hija (Mt. 8:5-13), la mujer entre la multitud que desesperadamente tocó Su manto (Mr. 5:25-34) y finalmente la persistente mujer gentil que suplicaba por la sanidad de su hija (Mt. 15:21-28).
Una de las personas más leales de la Biblia, por supuesto, es el mismo Jesús. Hubo muchos otros grandes, incluidos Abraham, Elías, Juan el Bautista y Rut, cuya lealtad tomó el camino de máxima resistencia (Rt. 1:12-13). Sin embargo, mi favorito es Moisés, el único personaje que la Biblia describe como un “amigo de Dios” (Éx. 33:11). Sólo puedo imaginar cómo sería estar tan cerca de Dios que Él me considerara Su amigo.
Cuando Moisés tenía 40 años, su viaje de fidelidad dio un giro rotundo al matar a un soldado egipcio (Éx. 2:11-15). Pasó los siguientes 40 años construyendo lo que pensó que sería su vida como pastor en el desierto de Madián. Las cosas ciertamente cambiaron cuando tenía 80 años y se encontró con Dios en una zarza ardiente. No sé ustedes, pero si yo tuviera 80 años y recibiera esta gran petición de Dios como lo hizo Moisés, ¡me preguntaría por qué tardó tanto en llamarme!
Más aún, Moisés confiaba tan profundamente en Dios que dejó el trono de Egipto para convertirse en un humilde siervo y pastor en el desierto. En ese momento, ¡Dios vio su fe y lo preparó para ser uno de los hombres más importantes del Antiguo Testamento!
Dios y Moisés tenían una relación muy fiel y leal. Su emocionante vida ha sido el tema de muchas historias bíblicas enseñadas durante generaciones. Moisés hizo todo lo que Dios le pidió y lo hizo bien. Y a su vez, Dios le dio a Moisés todo lo que necesitaba para lograr lo que le pidió. A lo largo de todo el viaje desde Egipto a la Tierra Prometida, Dios proveyó lo que el pueblo necesitaba para que creyeran en Moisés y pusieran su fe y esperanza en el Único Dios Verdadero.
Tener una relación tan estrecha con Dios tuvo que haber sido abrumador. Imagínate poder escuchar la voz de Dios y tener Su gloria literalmente pasando ante ti, tan cerca que Dios tendría que esconderte en la grieta de una roca para protegerte de morir si vieras Su rostro (Éx. 33:18-20). Moisés fue un pináculo de fidelidad y lealtad que se construyó sobre el Fundamento Firme, que luego se nos revela en la forma corporal de Jesucristo. Es en Él que debemos poner toda nuestra lealtad y fe.
Debemos aspirar a tener una fe tan sólida como la de Moisés. Pero a veces la fidelidad no es tan fácil como podríamos pensar, ni siquiera para Moisés.
Números 20 cuenta la historia de Dios proporcionando agua a través de Moisés a un pueblo ingrato. Moisés golpeó la roca dos veces con su vara en lugar de hablarle como Dios le había ordenado y le dijo al pueblo que nosotros les proporcionaríamos esta agua. Dios estaba tan enojado con Moisés y Aarón que les dijo que nunca entrarían en la Tierra Prometida con los israelitas. Me parece un castigo bastante duro para un desliz tan técnico.
Sin embargo, al decir “nosotros”, Moisés no sólo no enseñó a los israelitas acerca del poder de Dios, sino que minimizó la fuerza de Dios al golpear la roca. No creo que Dios pensara que Moisés había perdido su fe en Él. Pero Él es un Dios celoso (Éx. 34:14) y no tolerará nada menos que nuestra total convicción. Moisés falló en su fe en Dios y su falta de humildad lo mantuvo fuera de la Tierra Prometida. ¿Cuántas “Tierras Prometidas” nos perdemos por nuestra falta de humildad?
Aunque Moisés no pudo cruzar, la gracia de Dios mostró Su fidelidad a Moisés cuando le permitió ver la tierra y luego, estoy segura, le dio la bienvenida a casa.
¿Qué podemos aprender de esto? Cuando nos enamoramos de quiénes somos o de lo que podemos hacer en lugar de lo que Dios nos ha dado o de lo que sólo Él puede hacer, fallamos en nuestra fe y no reconocemos todo lo que Dios es. En esos momentos en los que Dios dice que no porque nuestra fe nos falla, y nos pasará, ¡Su gracia eterna dice que sí!