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Escrito por Tiffany Jacox, voluntaria para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Bellevue, Nebraska
Sentada aquí viendo por la ventana, es un día soleado pero el viento está soplando fuerte y la temperatura esta fría. Estamos experimentando el “Coronavirus” (COVID-19) en todo el mundo y la gente en todos lados está siendo puesta en cuarentena. Las personas están batallando la enfermedad; las personas están perdiendo empleos, perdiendo planes de vacaciones y de diversión, y perdiendo a seres queridos. Este es un tiempo de gran incertidumbre y ansiedad, pero debemos recordar de dónde viene nuestra fuerza y protección.
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación (Col. 1:15). ¡Jesús es la imagen de Dios! Él fue primero. El Primogénito de toda creación. Él es antes de todas las cosas, y en Él, todas las cosas permanecen unidas (Col. 1:17). ¡Jesús es nuestro pegamento! Él es nuestra fortaleza (Fil. 4:13), Él es nuestra paz (Fil. 4:7), Él es nuestro gozo (Lucas 2:10), y Él es nuestro refugio (Salmo 46:1, 9:9). Nosotros podemos ir a Él en oración y podemos confiar en Él (Prov. 3:5) durante nuestros momentos de tribulación y debilidad. Incluso podemos encontrar gozo en nuestra debilidad porque mientras soportamos estos tiempos de tribulación y dificultades, nos volvemos fuertes debido a la fortaleza que Él nos da. El padecimiento nos refina, nos fortalece, y nos hace crecer conforme nos apoyamos más en Dios. Si nos apoyamos en Jesús y Él nos mantiene unidos, entonces podemos ayudarnos unos a otros.
Cristo es la cabeza del cuerpo, la iglesia; y Él es el inicio (Col. 1:18). Nosotros sabemos que Él es la cabeza y que nosotros, los miembros, somo varias (importantes y necesarias) partes del cuerpo. Me gustaría también enfocarme en Cristo como la cabeza de nuestras vidas. Él es nuestro ejemplo, “así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, si no a servir, y a dar su vida en rescate de muchos” (Mateo 20:28). Jesús sirvió. Nosotros vemos ejemplos a través de la Biblia de Jesús sirviendo, sanando, escuchando, y amando a muchos. Nosotros somos su pueblo escogido, como lo indica 1 Pedro 2:9. Él nos ha sacado de la obscuridad. Él nos ha llamado para un propósito mayor que nosotros mismos. Él siempre está con nosotros, y como lo indica en Juan 14:18, “No los voy a dejar huérfanos; volveré a ustedes.” Él es la cabeza. Él vino a amarnos y a servirnos y nos ha llamado a hacer lo mismo.
¿Cómo podemos aplicar eso ahora? Cristo es la cabeza. Él es el novio de la iglesia. Él nos ama y nunca nos desampara (Deuteronomio 31:6,8). El, en Su amor, cuida de nosotros y Él es nuestro ejemplo. Nosotros podemos descansar en Él y Sus promesas. Podemos permanecer seguros en nuestra salvación eterna a través de la muerte, sepultura, y resurrección de Jesucristo. Y si podemos estar firmes en la fundación de Jesús, ¿entonces no podemos compartir ese amor y seguridad a otros? Jesús es la cabeza y nosotros somos el resto del cuerpo (1 Cor. 12:12). Entonces, ¡vamos brazos, manos y pies! ¡Pongámonos a trabajar! Amemos y sirvamos como Jesús lo hizo. Nosotros podemos proveer esperanza en un tiempo de incertidumbre, podemos proveer luz en un tiempo de obscuridad, y podemos proveer consuelo en un tiempo de duelo. Dios nos equipa para hacer estas buenas obras (Ef. 2:10). Regocijándonos en esperanza, perseverando en la tribulación, y siendo devotos en oración (Rom. 12:12). Tal como Cristo lo hizo.
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ENTRADA ESPECIAL INSPIRADA POR EL VIRUS COVID-19 Y LAS CIRCUNSTANCIAS QUE LA RODEAN
Mi salud está hecho un desastre. Tengo otra tormenta perfecta de síntomas que me están impidiendo vivir la vida como quisiera. No, no tengo el virus COVID-19, pero ese nuevo virus sí ha complicado mis esfuerzos para buscar tratamiento o lograr obtener respuestas sobre lo que está pasando en mi cuerpo.
Complicaciones de salud no me son nada nuevo. En el año 2009, mis sistemas digestivo e inmunológico se volvieron un ocho, fueron patas para arriba… y nunca han sido iguales. Ajustarme a ese nuevo normal tomó su tiempo, pero ya es tan parte de mi rutina diaria que no me afecta, o no dejo que me impide ser quién soy ni hacer lo que Dios me ha llamado hacer.
Habiendo vivido en Venezuela, conozco la falta de comida, la escasez de cosas básicas, el aislamiento por seguridad, toques de queda, y otras incertidumbres. Esos aspectos de un nuevo normal, en ese tiempo, creó también un shock cultural cuando regresé a los EE.UU. al encontrar como diez diferentes salsas de tomate y cuarenta variedades de pan (antes de que llegué a ser intolerante al gluten en el 2009).
Hablando con una amiga por teléfono hoy, practicando la distancia social, pero dos extrovertidas luchando con el aislamiento social, me sentí a punto de un colapso emocional y tuve una revelación.
1. El anhelo de todos de “volver a la normalidad” nunca va a ser el normal como antes lo conocíamos.
2. Muchos de los que hemos navegado un nuevo normal en el pasado conocemos el dolor, la agonía, el duelo, el desafío y la gracia adicional que se requiere en la transición y todo lo que implica un ajuste así.
3. Aunque mis asuntos pasados y actuales de salud, mi experiencia en Venezuela y en otras partes de Latinoamérica disparan síntomas del síndrome del estrés postraumático, temores y el agotamiento…
4. A Dios no le sorprende nada de esto. Dios sigue soberano. Su poder se perfecciona en la debilidad. Dios está a cargo. Y puedo confiar en Él.
5. Dios nos da el permiso de lamentar. ¿No me crees? ¡Lee los Salmos!
Puede que algunos sientan una ironía por mis palabras en medio de la publicación de una serie de videos sobre ser Victoriosas y gozosas en la batalla. Basta decir que he pasado por muchas batallas en mi vida (la mayoría de ellas ni valen la pena mencionar). Con mayor autoridad como alguien que se encuentra en las trincheras ahorita, te invito a reconocer las trincheras de la batalla para que luego podamos juntos declarar la victoria al Rey.
Con mucho amor, de una guerrera y Hermana Rosa de Hierro,
M.