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Escrito por Rosa Pérez, Voluntaria de Ministerios Hermana Rosa de Hierro en Little Rock, AR
Como seres humanos, hemos sido creados para conectarnos unos a otros. Nuestra existencia depende mucho de las relaciones que formamos. No podemos vivir aislados, de lo contrario moriríamos. De esa manera, tenemos que ser parte de algo usualmente más grande que nuestro propio individuo. Como somos parte de un grupo, usualmente compartimos u ofrecemos algo. Somos partícipes de ese grupo porque tenemos dones o habilidades que ofrecer. Algunos grupos de personas que usualmente conocemos en nuestro tiempo son escuelas, universidades, y empresas privadas o públicas. Lastimosamente, nuestra sociedad ha llegado a organizar estos grupos de personas en una forma muy diferente. Hemos llegado a dividir los diferentes roles que cada persona trae a la mesa en una manera muy distinta a la que nos muestra Jesús. Dividimos a personas por posiciones y jerarquías, haciendo algunos de los roles de algunas personas más importantes que otras. Por ejemplo, el rol de un jefe de una empresa es muchísimo más importante que el del guardia que abre y cierra las puertas de esa empresa. En nuestra sociedad, nosotros no honramos esos pequeños trabajos. A veces de esa misma manera menospreciamos esos pequeños roles que existen en la iglesia.
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función.” (Romanos 12:3-4)
El cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, tiene miembros con diferentes funciones porque tenemos diferentes dones. Cada don es un regalo de Dios. No hicimos nada para obtener nuestros dones. De esa manera no tenemos que jactarnos y menospreciar los dones de otros.
“Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado.” (Romanos 12:6a)
Al igual que la mujer que echó un perfume precioso sobre la cabeza de Jesús. Ella, siendo una simple mujer de un pueblo, guardó un perfume muy costoso para Jesús. “Ella hizo lo que pudo. Ungió mi cuerpo de antemano, preparándolo para la sepultura” (Marcos 14:8). Era necesario lo que hizo esa mujer con lo que tenía. Ella tomó un gran papel para ese precioso sacrificio que Jesús iba a hacer por toda la humanidad.
Así como la mujer que dio de su parte para algo tan grande, nosotros tenemos igual una pequeña parte para algo mayor que nosotros mismos. Y eso nos enseña Jesús cuando nos muestra como es el reino de Dios en Mateo 13: “Aunque sea la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan en sus ramas” (Mateo 13:32). Una semilla tan pequeña como la de la mostaza, llega a crecer un árbol tan grande que hasta las aves se posan en él.
Santiago también nos da otro ejemplo de la importancia de partes pequeñas que llegan a tener funciones importantes. “Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere” (Santiago 3:4).
Llegamos a ser parte de algo más grande que nosotros mismos, de Su Cuerpo. “Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo” (1 Corintios 12:27). De esa misma manera todo miembro aun el más pequeño, tiene un papel muy grande y lo más hermoso es llegar a ser parte de Su precioso cuerpo.
“Así sucede en la iglesia. Somos muchos miembros, pero formamos un solo cuerpo, y entre nosotros hay una dependencia mutua.” (Romanos 12:5)
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¿A quién tienes de tu lado animándote?
He tenido la bendición de muchas personas en mi vida que me animan y me apoyan: familia, amigos, hermanos y hermanas en Cristo, mentores y hasta una animadora (así se nombró ella misma).
Me paro en los hombros de muchos hombres y mujeres de fe que han compartido su sabiduría y conocimiento para bendecir mi vida cristiana.
Hoy, quiero honrarles y reconocer su lugar entre la gran nube de testigos mencionados en Hebreos 12:1-2. Esos versículos hacen referencia a los héroes de la fe mencionados en el capítulo 11, pero nuestra gran nube de testigos no está limitado a la gente de la era bíblica.
Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios.
¿A quién tienes en tu vida que te anima a mantener los ojos puestos en Jesús? Toma un momento hoy para agradecerles y busca a alguien que para quien puedes servir como héroe de fe también. Animar a otros en su camino de fe no es parte pequeña; es de gran ayuda. ¡Todos tenemos la oportunidad de participar en la gran nube de testigos!
¿Te sientes inadecuada? Vuelve a leer Hebreos 11 y recuerda las muchas imperfecciones de los héroes de fe. Ninguno fue perfecto, pero al fin y al cabo, dejaban que su fe y no sus fracasos le definieran. Y no dejaron que ninguna falla le impidiera a animar a otros.