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El sermón del monte se describe como el mejor sermón del mundo. Mateo dedica tres capítulos para contar las verdades que Cristo aclara para los judíos que habían perdido el espíritu del amor del Padre y Su intención. “Han oído que se dice, pero yo les digo…” El estilo de Su enseñanza trajo nueva vida a lo que los maestros de la ley no entendieron.
Jesús dedicó tres años para enseñar y entrenar a Sus doce discípulos para que pudieran enseñar a otros para enseñar a otros…
Aún a los doce años, encontraron a Jesús en el templo conversando de las Escrituras con los otros maestros de la ley (Lucas 2:46-47).
No importaba con quien estaba o a quien estaba enseñando, la gente se asombraba por la manera en que Él hablaba. Los demonios temblaron. Los pecadores se arrepintieron. Las multitudes Le siguieron.
“La gente se asombraba de su enseñanza, porque la impartía como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley” (Marcos 1:22).
¡Qué tremenda bendición poder sentarse a los pies de un maestro que definitivamente sabe de lo que está hablando!
Mis mejores profesores fueron los que no sólo conocían bien el material, más también les importaban los estudiantes. Hacían un gran esfuerzo para enseñar de una forma clara y accesible, y a prender ese mismo fuego de pasión en los estudiantes.
Creo que ésa es una de las razones por las cuales Jesús enseñó tanto a través de las parábolas. Quería que captáramos los conceptos que nuestros cerebros finitos apenas podía comprender. Además, recordamos las historias. Nos dan una conexión con el que nos cuenta la historia y a las verdades reveladas en ella.
Jesús vivía todo lo que enseñaba, y de esa forma le hizo más que sólo un gran maestro o Rabí ejemplar. No le gustó cuando le llamó un Gran Maestro en Marcos 10:17-18, y eso me sorprende. Sin embargo, puede ser porque describirle simplemente como un gran maestro limita la naturaleza completa de quien es.
Si Jesús fuera solamente un gran maestro, uno posiblemente Le seguiría a la muerte, pero sin ninguna promesa de la resurrección.
—Rabí, ¡tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! —declaró Natanael (Juan 1:49).
¡No es solamente el Gran Maestro, más también es el Hijo de Dios!
¿Qué te ha enseñado el Gran Maestro, el Rabí, Hijo de Dios y Rey de Israel?
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Cansado. Agotado. Golpeado. Pero nunca solo.
A través de la serie de videos, “Victoriosas y gozosas en la batalla,” admitimos que todos están enfrentando diferentes batallas. Nuestras batallas pueden ser distintas, pero las luchas son las mismas. Y en medio de la batalla, nos cansamos y somos olvidadizos. Las luchas nos consumen porque estamos tratando de sobrevivir y podemos perder la perspectiva de la razón por nuestra lucha.
La esperanza de la victoria puede sentirse como algo lejano o hasta imposible. Sin embargo, podemos esperar con esperanza, anticipando la victoria que tenemos en Cristo.
El fin de semana pasado, celebramos la victoria de la resurrección, la mayor victoria sobre la muerte. Y si nos hemos unido con Cristo en Su muerte y Su sepultura, nos promete la victoria de la resurrección (Rom. 6:1-4).
Pero Jesús, en Su humanidad, aunque sabía con certeza la promesa de la resurrección, Él y Sus discípulos se cansaron en la batalla.
¡No tenemos que sentirnos culpables por sentirnos agotadas! Y cuando nos sentimos golpeadas y exhaustas, Jesús nos recuerda de tres claves durante la etapa agotadora de la batalla, mientras anticipamos la victoria de la resurrección.
El ejemplo de Jesús nos muestra que
1. Está bien admitir nuestro agotamiento. «Es tal la angustia que me invade, que me siento morir —les dijo—. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil» (Mt. 26:38a, 41b).
2. Está bien pedir ayuda. «Siéntense aquí mientras voy más allá a orar». Se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo… Quédense aquí y manténganse despiertos conmigo». (Mt. 26:36-38)
3. La oración es vital para mantener una buena perspectiva. “Así que los dejó y se retiró a orar por tercera vez, diciendo lo mismo” (Mt. 26:44).
Me regocijo contigo en la esperanza de la resurrección y la victoria que compartimos en Él.