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Escrito por Corina Diaz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Argentina.
La humildad es una cualidad o valor que nos permite reconocer nuestros límites y aceptarlos. En este sentido, nos invita a reflexionar sobre nuestro ego y nuestra verdadera naturaleza.
En algún tiempo de mi vida consideraba que la humildad tenía que ver con la humillación y la modestia ante de los demás, así que tenía la tendencia de bajar mi autoestima para sentir que podía sostener una actitud humilde. Sin embargo, al darme cuenta de que se trata de otro concepto quizá un poco más positivo, entonces mi perspectiva cambió. Ser humilde es poder identificar mis capacidades y colocarlas al servicio de mi prójimo. Entonces, ¿por qué tenemos que esconder lo que hacemos bien para parecer humildes? Esto no es necesario, y Jesús nos da un claro ejemplo en Lucas 9:46-48:
“-Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor. Y Jesús, percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso junto a sí, y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande-”
Mientras leo este mensaje de Jesús, quiero pensar en cómo piensa un niño. Los niños no bajan su autoestima para ayudar a los demás, por el contrario, insisten muchas veces en ayudar. Suelen también aceptar a las personas que tienen alrededor sin prejuicios, y dependiendo de la edad en la que se encuentren, no conocen nada acerca del ego, simplemente dan lo que tienen que dar y practican lo que han ido aprendiendo. Los discípulos se preguntaban sobre quién sería el mayor, pensando quizá en sabiduría o acciones que habían acumulado en el tiempo con Jesús, ¡Vaya sorpresa! El mismo Jesús les dice que hay alguien mucho mayor que ellos, alguien que no conoce todo lo que ellos conocen, pero que es capaz de acercarse con la mente libre de prejuicios y con la simple intención de aprender: un niño.
Dios no tiene un buzón de puntajes para cada una de nosotras, pero sí se agrada con quienes suman sus dones al servicio del Reino de Dios. Valorar nuestros propios dones y practicarlos, revela una actitud de humildad que sólo Dios puede reconocer en nosotros. Cuando evaluamos lo que somos capaces de hacer o no, nos estamos preparando para servir de una mejor manera, esto es, dejar la soberbia de guardar mis cualidades únicamente para mis logros personales, y permitir que Jesús me muestre la mejor manera de usarlas, así como un niño que llega con su corazón en blanco trayendo lo que apenas ha aprendido y deseando usarlo sin conocer el ego.
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Escrito por Michelle J. Goff, directora ejecutiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro (originalmente publicado en noviembre del 2015.)
Un avión tiene dos indicaciones importantes: su altitud y su actitud. La altitud indica su distancia de la tierra, pero la actitud indica hacia donde se dirige (derecho, hacia el cielo, o hacia la tierra).
Puede tener buena altitud, pero si no corrige su actitud, el avión puede chocar con la tierra más pronto de lo que quiere y no de la manera que debe para un buen aterrizaje.
He tenido días así. Amanezco bien, contando mis bendiciones, agradecida por el nuevo día, pero algo pasa y mi actitud me lleva hacia abajo. Entro en un camino de choque con todo lo que encuentro en mi camino. Y si no corrijo mi actitud pronto, voy a estrellarme y llevaré días recogiendo los pedazos del desastre que he creado.
El mejor remedio en esos momentos es el de adoptar la actitud de gratitud. Cuando alzo los ojos al cielo, se corrige mi dirección errante.
Doy gracias a Dios por Su paciencia conmigo y por siempre ayudarme a mejorar mi actitud. ¿Cómo está tu actitud hoy? Siempre hay tiempo para corregirla.