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Escrito por Corina Díaz, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Argentina
Uno de los principales elementos de la comunicación es escuchar, esto es, colocar atención a algo que se está diciendo, especialmente al lenguaje articulado de forma oral. ¿Cuántas veces solemos escuchar sin prestar atención? En mi caso, muchísimas veces, y han sido el desencadenante de malos entendidos, porque cuando no escucho plenamente, suelo interpretar un mensaje equivocado en mi mente.
El proceso de la audición ocurre a partir de un estímulo, que puede ser un sonido con baja o a frecuencia vibratoria, la cual se convierte en una señal eléctrica que llega al cerebro para almacenarse en nuestra memoria, de esta forma podemos producir una respuesta; por el contrario, cuando no prestamos atención al escuchar algo, ésta información no se almacena en la memoria, porque estos sonidos son reconocidos como sonidos de baja frecuencia y no completan el estímulo necesario. Así que, necesitamos atención plena al momento de escuchar y generar una respuesta efectiva de quien lo demande. Ahora comprendo cómo es que en reiteradas ocasiones Dios me habla y, aun así no puedo escucharle, pierdo Su voz en la distancia en medio de mi agitado mundo y mi día a día.
Lucas 11.28 menciona un punto importante al momento de oír/escuchar la Palabra de Dios, esto es, guardarla.
Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.
¡Así es! Guardarla en nuestra memoria, permitir que llegue a nuestros sentidos y hacer que se transforme en un mensaje que se pueda reproducir con el paso del tiempo. Esta es la fórmula que aplica para todos aquellos que desean una vida de bendición. ¿Parece sencillo no? Sin embargo, sigue siendo un misterio la comunicación con el Padre, continuamente creemos comunicarnos en oración, pero somos incapaces de escuchar Su voz y guardarla en nuestro corazón.
Para una comunicación efectiva, es necesario evaluar cómo es nuestra escucha y nuestra respuesta. Preguntémonos, ¿Con cuánta claridad nos disponemos a escuchar la voz de Jesús? ¿Es el resultado de mi escucha una respuesta que da fruto en el tiempo?
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Escrito por Michelle J. Goff
Soy una persona bastante torpe. Me puedo tropezar con el aire. Durante ciertos momentos hormonales, mi orientación espacial está distorsionada, me tropieza aún más. Se me caen las llaves. Se me derrame el café. Los muebles se me mueven para impedir mi paso y machucar mi dedo de pie. Y la cubierta donde me iba a apoyar termina a unos centímetros más lejos de lo calculado. Me han asegurado que no soy la única.
De similar manera, tengo días cuando mi hablar es más trabado y falta de consideración. Se me caen las gracias de mis frases. Se me derramen palabrotas de mi boca. Las pequeñas frustraciones del día me impiden por un camino sin tropiezo por mi lista de quehaceres. Y el versículo bíblico en el que me iba a apoyar durante el día se siente muy lejos de mi memoria. Me han asegurado que no soy la única.
En esos días no tan perfectos, mi nivel de frustración interna está alta. Mi auto hablar es negativo y me lleva a una espiral destructiva, trampa de Satanás. Sin embargo, a Dios no le sorprenden mis fallas. La palabra amable de gracia que me ofrece me provee una salida de la trampa espiral. Y mujeres, no soy la única que beneficia de esta promesa. Nos basta Su gracia, pues Su poder se perfecciona en la debilidad (2 Cor. 12:9).
Cuando acepto la palabra amable de la gracia de Dios, estoy más lista para extender una palabra amable de gracia a otros. Una palabra amable, a nosotras mismas y a otros, puede marcar tremenda diferencia en cómo nos va el resto del día.
Aceptar la amabilidad de Dios puede ser el primer paso en extender esa amabilidad a otros (Mt. 18:21-35). La amabilidad es una invitación a una relación. Nos atraen las personas amables. La amabilidad constante atraemos a otros y nos provee la oportunidad de compartir la fuente de nuestra amabilidad.
Una palabra amable a nosotras mismas puede disipar la ira, la frustración, la impaciencia y hasta un sentido de culpa. Una palabra amable a otros permite que el Espíritu fluya por nosotras para llevar a cabo Su trabajo para guiar y consolar. Recuerda, la amabilidad es una de las facetas del fruto del Espíritu (Gál. 5:22-23).
¿Cuál es una palabra amable que podemos compartir con nosotras mismas y con otros? ¿Qué diferencia has notado por una palabra amable en la vida de alguien?
“La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego” (Prov. 15:1).