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Escrito por Lisanka Martínez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela
Gozar de buena salud es una bendición de la que pocas personas disfrutan en la actualidad. Entre la contaminación, la alimentación inadecuada, el estrés y las condiciones emocionales tendemos a padecer con alguna enfermedad física, mental, emocional o espiritual.
Las mujeres, en su mayoría, experimentamos al mismo tiempo muchas de esas condiciones, que están interrelacionadas. Entre ellas los trastornos por el SPM (Síndrome premenstrual). Dichos trastornos son muy comunes en las mujeres de mi familia, y yo padecí por muchos años dolores y molestias durante más de una semana al mes por dicha causa. Por esto, el relato bíblico acerca de la mujer enferma o la mujer que tocó el manto de Jesús (que vemos en los evangelios de: Mateo 9:20-22; Marcos 5:25-34 y Lucas 8:43-48), siempre me ha parecido algo sumamente extraordinario pensar en tener hemorragia durante 12 años, en las condiciones de salud e higiene de la época. Y lo más resaltante: ser considerada una mujer impura o inmunda (como dicen algunas traducciones) y por lo que decían las leyes del pueblo judío, como vemos en Levítico 15:25. Sin ningún remedio durante tanto tiempo, deben haber minado su fortaleza física, mental y emocional.
Sin embargo, el relato, aunque breve, nos da un excelente ejemplo del amor de Dios mostrado a través de Su Hijo en alguien que se atrevió a ir más allá, con un humilde acto de fe, el cual le dio su anhelada sanidad.
Leí acerca de un enfoque que mostraba a esta mujer como alguien que, por haber perdido todo su dinero en médicos que no habían podido sanarla, no tenía nada que perder y quizás podía ganar algo. Total, lo único que podía conseguir era ser rechazada y eso ya lo tenía. No obstante, para no correr ese riesgo, buscó la bendición tratando de pasar desapercibida. ¡Imposible! Dios siempre nos nota. Aunque ella era invisible para toda la multitud, y de esa manera pudo llegar a tocar el manto de nuestro Salvador a pesar de todas las personas que la separaban de Él, aunque era tenida por tan poca cosa, ella pudo llegar a Él. En su mente ella sabía que un toque la sanaría y que no le haría daño a nadie con ello.
Hay quienes lo ven desde el punto de vista de Jairo y razonan en que este padre desesperado, que rogaba por sanidad para su hija, pudo creer que esta mujer, con su acción de desesperación y fe, había detenido al Maestro, le había quitado tiempo y la posibilidad de sanar a su hija enferma; pero sabemos que no fue así, todo lo contrario, Jairo presenció un milagro aun mayor de sanidad. En cuanto a las bendiciones de sanidad, siempre hay suficiente para todos.
La mujer que tocó el manto de Jesús sabía que sólo un poco de contacto con El sería de bendición para su vida, tal y como muchas de nosotras lo hemos experimentado en nuestras vidas. Ella lo logró y de inmediato sintió el poder sanador en su cuerpo. Jesús lo notó, se detuvo y preguntó quién lo había tocado. Aunque Sus discípulos trataron de explicar lo obvio, que pudo ser cualquiera de toda la multitud que le rodeaba, Jesús esperaba la respuesta de fe a Su pregunta espiritual. La mujer sanada, temblando aún, se muestra como testimonio del alcance del poder de Dios para quien tiene fe y por eso recibe la mayor bendición. Jesús le habla directamente y le dice que queda sana de la enfermedad física, con el valioso agregado de que también ha sido salvada por su fe. ¡Que maravillosa recompensa! Ella buscaba la sanidad física y también consiguió la salvación de labios del propio Jesús.
¿Podemos decir que vamos a pedir y esperar nuestro milagro de sanidad? O, como la mujer del relato, ¿vamos a tocar con fe el manto de Jesús y obtener Su maravillosa bendición en nuestra salud espiritual, primeramente y también en la física? ¿De qué manera estamos buscando nuestra sanidad?
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Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
"Sé paciente. Dios aún no ha terminado conmigo”, es una frase que vimos a menudo hace varios años. El mensaje es cierto. Somos obras en proceso.
Nos regocijamos con el nacimiento de un bebé, cuando le sale su primer diente, da sus primeros pasos, dice sus primeras palabras... pero antes de que nos demos cuenta, ha entrado en la adolescencia, luego la edad adulta llega demasiado pronto, y está cargando a un bebé propio.
Las Escrituras comparan la vida cristiana con nuestro crecimiento físico.
El bautismo se conoce como el nuevo nacimiento. Primera de Pedro 2:2-3 dice, “desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor.”
En Hebreos 5:12-14 leemos, “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.”
Romanos 12:2 lee, “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Efesios 4:11-15 nos dice, “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo.”
Todas estas escrituras indican que la vida cristiana es un proceso de crecimiento. Nunca leemos de un punto en el que dejamos de crecer.
En Romanos 7 Pablo nos dice sobre sus luchas. Quiere hacer el bien y lo correcto, pero todavía lucha con el pecado.
Nosotras también tendremos luchas, pero debemos recordar las palabras de Pablo en Filipenses 3:13-14, “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”
Satanás quiere que permanezcamos enterradas en el pasado... para recordar los errores que hemos cometido, pero el crecimiento ocurre cuando dejamos atrás esos pecados y aprendemos de ellos. Puede haber consecuencias o arrepentimientos, pero no podemos detenernos en ello. Debemos mirar hacia adelante.
Entonces, ¿cómo seguimos creciendo? Piensa en tu infancia... practicabas escribir tus números o letras una y otra vez hasta que se convirtió en una segunda naturaleza. Practicaste tus operaciones aritméticas, así que no necesitaste los dedos para sumar 3+4.
Asimismo, practicamos el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio propio (Gál. 5:22-23).
Efesios 4:29 nos recuerda, “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.”
Al igual que Pablo, seguimos creciendo... tenemos una meta y nos mantenemos enfocadas en ella. ¿Cómo?
1. Estudio bíblico… no sólo una lectura rápida. Encuentra un pasaje y medita en él.
2. Oración… tenemos acceso a la sala del trono del Santo, y Él nos escucha.
3. Compañerismo… rodeadas de personas conforme la voluntad de Dios que puedan ayudarnos a crecer... recordarle a un buen amigo que estás dispuesta a ser confrontada si ve que te diriges en la dirección equivocada, como lo hizo Natán con David.
4. Extender la mano… otros están mirando. Conócelos y ayúdalos a caminar en los pasos del Salvador.
Efesios 2:10 enseña que es Dios quien obra en nosotros: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”
Pedro termina su carta con, “creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pe. 3:18). Esforcémonos por seguir creciendo hasta que nos llamen a casa.
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