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Escrito por Therese Martin, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Washington
Mi bisnieta Ava había estado pasando el día con “la Nanapapa”. Ese es su nombre para nosotros; no "Nana y Papa", ¡oh no! Somos los Nanapapa, una especie de fuente combinada de abrazos y golosinas y helado de vainilla. El día había terminado y su papá vino a buscarla después del trabajo.
"¡Papá!" dijo como un chillido, corriendo a toda velocidad hacia sus piernas y envolviendo sus brazos alrededor de sus rodillas. Él no se cayó; simplemente se agachó y la levantó en un abrazo amoroso. Empezó a contarle cómo le había ido en el día y a preguntarle si podían pasar por su restaurante de comida rápida favorito de camino a casa. ¡Era una niña feliz!
Empecé a preguntarme; como hijas de Dios, ¿estamos tan entusiasmadas con nuestro Padre celestial como lo estaba Ava con su papá? Espiritualmente hablando, ¿con qué frecuencia hacemos eso? ¿Con qué frecuencia corremos emocionados hacia Dios, nuestro Padre amoroso, nuestro Abba... nuestro Papi? ¿Con qué frecuencia echamos nuestros brazos alrededor de Sus rodillas y le hacemos saber que estamos muy contentas de estar con Él? ¿Poder traerle nuestros problemas y simplemente decirle cuánto lo amamos?
A medida que envejecemos, nuestras vidas cambian. Ya no somos niñas. Somos mujeres jóvenes, luego recién casadas, luego madres, luego mujeres ocupadas haciendo malabarismos con el trabajo de tiempo completo, niños en edad escolar y tal vez cuidando a nuestros padres. ¡Estamos tan ocupadas! Luego somos mayores, con todo el dolor físico que a veces trae, y muchas veces el dolor emocional también. ¡Ni siquiera podemos imaginarnos corriendo!
Cuando nos consideramos hijas de Dios, olvidamos que Él es Dios del tiempo y del espacio, así como del cielo y la tierra. Cuando hablamos con Él, lo hacemos con todas las cargas de nuestro yo presente, serio y adulto. ¡Es el yo de 40, 50 o incluso 70 años el que viene a hablar con su Padre, no el de cuatro años!
Pero para Dios, ¡todavía somos las niñas de cuatro años! Cincuenta o sesenta años fue hace apenas un segundo. No ve las arrugas ni la piel flácida. Ese es sólo el atuendo que llevamos en este momento. Él ve el alma nueva y brillante que acaba de hacer hace un segundo. Para Él, somos Su niña preciosa. Es un padre muy orgulloso y emocionado al que le encanta hablar con nosotros en cada oportunidad.
Miremos la versión del Nuevo Testamento de la Palabra de Dios para Todos para una interpretación simplificada de esa importante lección de Jesús.:
““Cuando oren, no alarguen demasiado su oración. No hagan como los que no conocen a Dios, que creen que porque hablan mucho Dios tendrá que hacerles caso. No sean como ellos, porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan, incluso antes de que se lo pidan. Ustedes deben orar así:» “Padre nuestro que estás en los cielos, que siempre se dé honra a tu santo nombre. Venga tu reino. Que se haga tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo. Danos hoy los alimentos que necesitamos cada día, y perdona nuestros pecados como nosotros también perdonamos a los que nos han hecho mal. No nos dejes caer en tentación,
y líbranos del maligno’” (Mateo 6:6-13 PDT)
Hemos convertido ese proceso simple en una fórmula memorizada. ¿Qué pasa si miramos esos principios de la oración desde la perspectiva de una niña que realmente ama a su papá? ¿Cómo podría sonar? No sería formal ni serio, eso es seguro.
“¡Papi, Papi, Papi! ¡Ahí estás! ¡Te extrañé mucho! ¡Te amo porque eres tan increíble! ¡Ojalá estuvieras conmigo todo el tiempo para que todos pudieran verte! ¡Ojalá todos te quisieran como yo! ¡Lo deseo tanto!
Oye, ¿podemos comprar papas fritas de camino a casa? Estoy realmente hambrienta. ¡Quiero papas fritas todos los días! ¿Podemos comer papas fritas todos los días? ¿Por fissssss? Oh, lo siento, Papi, ¿me paré en tu pie? Lamento mucho que te lastimé a ti y haberte dado un “auchi”, pero me encanta cómo siempre me perdonas. Debería hacer eso por otras personas también, ¿eh? ¿Aun cuando tieno un “auchi”? Está bien, Papi, lo intentaré. ¡Oh, mira, casi me meto en ese hoyo! Gracias, Papi, por levantarme para que no me cayera. Siempre me cuidas bien. ¡Eres tan maravilloso y te amo tanto! ¡Eres el más mejor Papi por siempre y para siempre!”
A medida que nos vemos atrapadas en las molestias de la vida diaria, las demandas de nuestro tiempo, las responsabilidades familiares, todos los bloqueos y cargas de la existencia normal, ¿olvidamos quiénes somos realmente? Nunca olvides que eres la niña pequeña de papá, que lo ama tanto y no puede esperar hasta que sea hora de irse a casa de verdad.
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Escrito por Kat Bittner, voluntaria y miembro de la Junta Directiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colorado
Esperar es difícil. Puede ser uno de los aspectos más inoportunos y desagradables de la vida a través de los cuales tenemos que salir del paso. Y si eres como yo, propensa a la impaciencia y al enfado, la espera también puede ser la prueba más dura de nuestra fe. Afortunadamente, también puede ser el edificador de fe más gratificante porque la espera nos perfecciona y nos hace completas (Stgo. 1:3-4).
Cuando miro hacia atrás en los tiempos en que estaba esperando a Dios en mi propia vida, veo lo ansiosa que estaba. Por ejemplo, no podía esperar a crecer. No podía esperar para casarme. No podía esperar a tener hijos. No podía esperar para viajar y ver el mundo. Muchas veces traté de intermediar el tiempo de Dios para mi vida y hacer las cosas por mi cuenta. Entré en relaciones que no eran santas. Forjé amistades que dañaron mi estado de ánimo espiritual. Fui a lugares e hice cosas que no eran indicativas de una hija de Dios. Todo esto se hizo para acelerar cuándo y cómo quería que se desarrollara el curso de mi vida. Era muy parecida a Sara tomando el asunto en sus propias manos cuando no podía tener un hijo (Gén. 15). Y al igual que Sara, mi interferencia con el tiempo de Dios para mi vida no resultó exactamente lo mejor. Pasé muchos años tomando decisiones en mi vida que estaban destinadas a entorpecer la espera. Y todas llevaron a desamor, consecuencias negativas y mucho pecado.
He llegado a comprender a través de todo esto que esperar en Dios requiere una gran cantidad de confianza. Debemos confiar en que Dios está trabajando activamente en y a través de nuestras vidas para moldearnos en lo que Él ha diseñado. “Y a pesar de todo, oh Señor, eres nuestro Padre; nosotros somos el barro y tú, el alfarero. Todos somos formados por tu mano” (Is. 64:8, NTV). Debemos confiar en que el juicio de Dios nunca se nubla por motivos egoístas. Debemos confiar en que la perspectiva de Dios no está limitada por los deseos humanos. Y debemos confiar en que el tiempo de Dios es consumado porque Él es el creador del tiempo (Heb. 11:3). Dios trabaja en nosotras en Su tiempo porque es Su plan, no el nuestro. Y debemos someternos a la autoridad de Dios sobre todos los aspectos de nuestra vida debido a Su supremacía.
“¡Qué manera de falsear las cosas! ¿Acaso el alfarero es igual al barro? ¿Puede un objeto decir del que lo modeló: «Él no me hizo»? ¿Puede una vasija decir de su alfarero: «Él no entiende nada»?” (Is. 29:16, NVI)
Los tiempos que elegí para hacer que las cosas sucedieran en mi vida en mi propio tiempo y por mi propia mano siempre han resultado inútiles. Pero cuando elijo rendirme al plan de Dios y confiar en el tiempo de Dios, sólo he cosechado lo mejor para mi vida. El tiempo de Dios me dio al hombre que Él diseñó específicamente para ser mi esposo y, a través de ese tiempo, he tenido la bendición de compartir la vida con él durante los últimos 32 años. El tiempo de Dios me dio cuatro individuos especialmente creados para ser madre. ¡Con ese momento experimenté un amor más profundo y derivé las alegrías posteriores de ser Grammy (Abuelita)! Finalmente, el tiempo de Dios trajo a nuestra familia a Colorado. Y con ese tiempo he sido bendecida para trabajar en un maravilloso ministerio que ayuda a las familias a prosperar en Cristo. Y he tenido la bendición de ser parte de una familia de la iglesia que me ha dado amistades fuertes y duraderas. Nuevamente, todo esto fue el resultado del tiempo de Dios en mi vida. Y mi espera en Dios.
El tiempo de Dios es algo increíble. Es de gran calidad. Es significativo. Es honesto. Es oportuno y a tiempo. ¡Es realmente perfecto! Sólo necesitamos ser pacientes para cosechar las bendiciones de esperar en Dios porque Dios también espera en nosotras. Él nos espera para escuchar nuestra alabanza, nuestra confesión, nuestra acción de gracias y ser honrado. Cuando esperamos en Dios y Él en nosotras, y cuando entramos en una relación mutua con Él, Dios nos trata como si fuéramos únicas. “…. y le daré también una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que solo conoce el que lo recibe” (Apoc. 2:17, NVI). Esta es la atención especial que Dios nos da. Entonces, necesitamos confiar en nuestra espera en Dios.
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