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Escrito por Carolina Pérez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Nueva York
Muchos la conocieron. No era una mujer famosa que salía en televisión, periódicos o revistas, no daba autógrafos ni andaba en autos lujosos, pero su servicio en la comunidad donde vivía hizo que muchos se beneficiaran y ellos sabían muy bien quién era ella. La reconocían en cualquier lugar. Los hombres y mujeres hablaban de ella, y tanto ricos como pobres la buscaban. Un día murió de repente, pero hasta ese hecho favoreció a la gente en su entorno. ¿Qué absurdo no? pero es verdad.
Sí, esta es la historia de una humilde mujer llamada Tabita o más conocida como Dorcas. Esta mujer es sin duda una de las más conocidas al momento de dar una clase o conferencia de mujeres, especialmente cuando se habla del servicio. Casi todas en algún momento hemos escuchado acerca de ella. Tal vez estés pensando, ¡esa historia ya la sé!, pero veamos si juntas podemos descubrir algo más de ella.
Hechos 9:36-42 nos narra esta insólita historia. (Más adelante sabrás por qué me pareció insólita y tal vez estarás de acuerdo conmigo.) Sólo, como dato curioso, quisiera dejarte saber que su nombre significa gacela. Notemos que al principio de la historia ya podemos ver cómo era esta mujer pues se dice de ella que “abundaba en buenas obras y limosnas” (vs.36). Lo cual nos da a entender que no eran actos esporádicos u ocasionales los que hacía Dorcas sino más bien que este era su estilo de vida, es decir, esto era algo cotidiano y normal en su día a día, algo que era parte de ella. Seguramente hacía alusión a su nombre pues, así como una gacela es ágil y rápida, ella servía a los demás con prontitud y sin pensarlo dos veces.
Gozaba de buen nombre en su ciudad y era una mujer reconocida en la sociedad porque ayudaba a todos los que lo necesitaban económica y físicamente, pues buscaba el bienestar de los demás. No sabemos si era económicamente acomodada, pero lo que sí podemos ver es que lo que hacía lo hacía de corazón. No tenemos información de cómo ella llegó a escuchar el evangelio y a aceptar a Jesús como su Salvador, sin embargo, podemos ver que era una mujer de fe. Te parecerá una conclusión un poco precipitada, pero esto lo podemos notar a través de sus obras. En Santiago 2:14-17, podemos ver que una evidencia de que nuestra fe es viva son las obras, no puede ir desconectado lo uno de lo otro. Tal vez Dorcas entendió perfectamente este concepto y no dudó en ponerlo en práctica.
Dicen las Escrituras que esta mujer un día se enfermó y murió de repente. Lo que generalmente se hacía en aquella época era que se preparaba el cuerpo para sepultarlo inmediatamente porque la descomposición no se hacía esperar en un cadáver, mucho menos en un clima cálido. Pero lo que hicieron las personas que estaban con ella en ese momento fue algo inédito, pues lavaron el cuerpo y lo pusieron en una sala. Ellos sabían que el apóstol Pedro estaba en una ciudad cercana llamada Lida y lo mandaron a llamar porque tenían la confianza de que él podía hacer algo. Todos estaban muy tristes por la muerte de Dorcas, y esto es lo normal cuando alguien que ha hecho tanto por la comunidad pierde la vida. Lo que se espera entonces es resignación y conformidad con la pérdida de la persona querida. Pero, por el contrario, la gente que la amaba esperaba que se pudiera obrar un milagro, uno de los cuales seguramente habían escuchado cuando oyeron del evangelio.
Enviaron a dos hombres con mucha urgencia a buscar a Pedro, y ellos después de contarle lo sucedido le rogaron que viniera sin demora a verla. Cuando llegaron había muchas personas llorando y lamentando la pérdida. Y aquí podemos destacar un bello ministerio que esta mujer tenía. En el verso 39 dice: “cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas.”
Las viudas eran uno de los grupos sociales menos privilegiados en esa época; si no tenían hijos o familia quedaban completamente desamparadas, pero podemos ver que ellas no pasaron desapercibidas para esta discípula. Vemos que les daba vestido y posiblemente les enseñó el oficio de costurera para que de esa manera pudieran tener un sustento y pudieran mantenerse para no mendigar en las calles, que era lo que normalmente sucedía.
Entonces el apóstol al ver tal escena se compadece y sacando a todos del cuarto ora a Dios pidiendo el milagro que la gente tanto esperaba. El Padre Celestial respondió positivamente a esta petición y por la voluntad de Él, Tabita resucitó. Gracias a este acontecimiento “muchos creyeron en el Señor” (vs.42) y ¿quién diría que aún en su muerte esta mujer iba a servir? ¿No te parece esto algo insólito y hasta un poco loco que su muerte haya sido usada como instrumento de salvación para otros? Pues así es como Dios obra en los eventos más inesperados, de las maneras más misteriosas, todo para Su gloria.
El trabajo de esta mujer fue tan evidente que su historia quedó registrada en las páginas de la Biblia para que nosotras pudiéramos hablar y aprender de ella hasta el día de hoy. Algunas preguntas que nos deja para reflexionar son: ¿Qué impacto estás teniendo tú en el lugar en donde estás, ya sea este tu hogar, tus vecinos, tu trabajo, tu escuela, etc.? ¿Los estás sirviendo con amor? Cuando mueras, ¿qué legado dejarás? ¿Cómo te van a recordar?
Que el Señor nos ayude a ser verdaderas servidoras para la gloria de Él.
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Escrito por Michelle J. Goff, directora ejecutiva y fundadora del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Llevo doce años visitando a médicos, sanadores, cualquier persona que ofrecía un remedio para mi enfermedad. No hay un tratamiento que no haya intentado. He cambiado mi dieta. He probado remedios herbales. Nada me ha funcionado. Hasta probé “Herbal Life.”
Llevo doce años sangrando. ¿Sabes cómo te sientes en el peor día de la menstruación? Agotada, con calambres, malhumorada, sin energía, enojada con Eva, sin apetito, o con ganas de comer todo a tu alcance. Llevo doce años sintiéndome así sin alivio.
Mujeres en la menopausia ni siquiera me comprenden totalmente.
No quiero minimizar el dolor de otros, pero ya no me queda nada y lo peor es el aislamiento y el rechazo.
Te cuento por qué. Soy judía. Y la sangre es algo impuro. Los primeros meses, no salí para ninguna parte porque haría a otros impuros. Cuando por fin tuve la valentía y la energía para salir de la casa, se empeoró todo.
Tenía que gritar, “impura,” a donde fuera para que nadie me tocara sin querer y así quedar impuro también. Es dejar al aire libre lo peor de tu vida y tu ser para que todos vean y sepan.
Es una vida muy solitaria. No tuve contacto físico por doce años – ningún abrazo caluroso ni un toque amoroso. Me sentí no amada, olvidada, y quebrantada.
Puede que te incomode hablar de estas cosas, pero los eventos de la semana pasada me han inspirado a dar un grito desde las montañas y no la palabra “impura.”
Un Maestro con gran poder sanador estaba de visita en el pueblo. Y aunque me costó creer en la esperanza de sanación, había oído tantas historias buenas de ese hombre de Dios que oré a Dios una vez más y decidí arriesgarme una vez más.
La gente rodeaba al Maestro y estaba tan cerca que sabía que yo no iba a poder acercarme a Él. Sus discípulos siempre estaban cerca y hubieran arriesgado su propia pureza para proteger al Maestro.
Pero no tuve opción. Mi última esperanza de sanación se encontró con ese hombre. Si apenas pudiera tocar el borde de su manto… Así que tapé mi cara con mi manto y desobedecí las reglas judías. En una combinación única del temor al ser descubierta y la esperanza de sanación, escondida bajo mi manto, me dirigí hacia el Maestro pasando por la cantidad de personas que le rodeaban.
Por fin, llegué al Maestro y mis dedos rozaron el borde de Su manto. De inmediato, sentí un alivio. Un gran suspiro llenó mis pulmones. La vida se restauró al cuerpo. ¡Estaba sana!
Lamentablemente, mi alivio fue breve y mi suspiro se convirtió en un grito ahogado al escuchar la voz del Maestro. “¿Quién me ha tocado?”
Sus discípulos trataron de convencerle a que fue por la gran cantidad de personas alrededor. Cuando insistió el Maestro, se realizó mi gran temor. Regaño, rechazo, aislamiento y una revocación de Su sanación estaban por venir. Lo sabía y lo temía.
Sin embargo, este Maestro fue como ningún otro. Temblé a Sus pies al confesar lo que hice y al compartir mi historia. Sus ojos se llenaron, no de condenación, sino de amor, aceptación y simpatía.
Mis lágrimas de temor se transformaron en lágrimas de gratitud profunda por el tremendo regalo que me había dado. Sí, aprecié la sanación física de mi sangramiento. Pero más poderoso aún fue la sanación emocional. Por primera vez en doce años, me dio la bienvenida a la familia. Me invitó otra vez a la comunidad. Fui redimida.
—¡Hija, tu fe te ha sanado! —me dijo Jesús—. Vete en paz y queda sana de tu aflicción.
Sí, El Maestro, Jesucristo Mesías, me había llamado, “Hija.”
Para toda la historia, puedes leer Mateo 9, Marcos 5, y Lucas 8.
P.D. Luego me enteré de que el Maestro derramó Su propia sangre redentora que permitió que todos fuéramos limpios. Ofreció a todos la oportunidad de recibir la invitación a ser parte de Su familia. Te invito a dejar que Él también te llame “Hija.”
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