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Escrito por Liliana Henríquez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colombia
Hay un dicho muy conocido: “El tiempo es oro”. En mi opinión, creo que todos los años de vida que Dios nos permite acumular, son muy valiosos tanto para nosotros mismos como para otros. El tiempo no es necesariamente sinónimo de sabiduría, pero sí es sinónimo de experiencia.
La sabiduría es don de Dios y cuando estamos carentes de ella, podemos pedírsela y Él nos garantiza que nos la dará abundantemente (Stgo. 1:5). Por otro lado, la experiencia es ese conocimiento y destreza que adquirimos con el pasar del tiempo. Ambas son importantes, necesarias y valiosas en nuestro paso por la tierra.
En nuestro diario vivir, nos tropezamos con muchos retos y situaciones que otras personas ya han vivido: un divorcio, un matrimonio, crianza de hijos, viajes, cambios de trabajo, entre otros. Y gracias a eso que llamamos relaciones intergeneracionales, es decir, amistades entre personas de diferentes edades, podemos hallar una solución oportuna y más rápida a nuestros problemas. Recordando siempre que “la sabiduría está con quienes oyen consejos” (Prov. 13:10b NVI).
La relación de Rut y Noemí es un ejemplo tangible de una relación intergeneracional maravillosa.
Rut estaba en la misma condición de Noemí, ambas eran viudas. Sin embargo, Noemí tenía un plan: volver a su tierra natal, Belén. Ese era un lugar nuevo para Rut, pero ella aceptó ser dirigida por su suegra.
Noemí tenía, por parte de su esposo, un pariente que se llamaba Booz. Era un hombre rico e influyente de la familia de Elimélec. Y sucedió que Rut la moabita le dijo a Noemí: —Permíteme ir al campo a recoger las espigas que vaya dejando alguien a quien yo le caiga bien. —Anda, hija mía —le respondió su suegra. (Rut 2:1-2 NVI)
Rut era una mujer esforzada y trabajadora que escuchaba el consejo de su suegra Noemí y buscaba su guía constante; y la buena relación que tenía con Noemí era admirable y reconocida públicamente.
—Ya me han contado —le respondió Booz— todo lo que has hecho por tu suegra desde que murió tu esposo; cómo dejaste padre y madre, y la tierra donde naciste, y viniste a vivir con un pueblo que antes no conocías. (Rut 2:11 NVI)
La sabiduría y experiencia de Noemí, le permitió a Rut ir directamente a donde podría encontrar a un hombre que la redimiera. Eso acortó el tiempo y disminuyó la posibilidad de cometer errores. Esos mismos beneficios, los podemos obtener todas nosotras hoy en día.
Hay muchas maestras del bien (Tito 2:3) dispuestas a guiarnos a las más jóvenes, y evitarnos tropiezos futuros. Pero necesitamos abrirnos a la oportunidad de cultivar esas relaciones intergeneracionales que nos permitirán crecer personal y espiritualmente. El beneficio es mutuo, las mujeres mayores le brindan sabiduría y experiencia a las más jóvenes y las más jóvenes hacen que las mayores se sientan activas cumpliendo el llamado que Dios le ha dado de enseñar a otras.
“Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca” (Mt. 7:24 NVI). Seamos mujeres que edifican su casa, su mente y su corazón sobre la roca y no sobre la arena.
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Escrito por Ann Thiede, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
“Insegura” me describía desde mi infancia hasta mi adolescencia, queriendo encajar, queriendo siempre complacer a la gente, lo que me llevó a conflictos internos y elecciones impías. Ansiaba relaciones, personas con las que pudiera estar cerca y compartir mi corazón. Desafortunadamente, muchos de mis contemporáneos durante mis días de escuela secundaria y universidad siguieron a la multitud. Pero, alabado sea Dios, algunos me ayudaron a caminar hacia Cristo.
Mateo, en su evangelio, registra estas últimas palabras de Jesús:
Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo:
—Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.
Siempre estaré agradecida por la hermosa orquestación de Dios a través de cuatro compañeras, que me acercaron a Él y me enseñaron a cómo es seguirlo. Estos son algunos pasos de discipulado que he aprendido.
El primer paso consiste en conocer a Jesús mientras lees los Evangelios con un corazón hambriento y dispuesto a aprender, y la voluntad de dejar de lado las ideas preconcebidas. Al buscar en lo que crees, encontrarás en Quién crees. Te animo a leer primero el evangelio de Juan, tomando nota de todos los títulos que Jesús se da a sí mismo. Por ejemplo, en Juan 6:35 Él dice, “Yo soy el pan de vida,” y luego “…también el que come de mí vivirá por mí” (6:57b). Pregúntate: ¿Cómo sería alimentarse de Cristo?
El escritor de Hebreos dice,
“Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Heb.
El siguiente paso a medida que te conviertes en una discípula de Jesús es dejar que Él, la Palabra, cambie tu vida. La oración es esencial, hablar con Dios mientras lees Su Palabra con un corazón abierto y honesto, dispuesta a dejar que Él te muestre tu pecado y debilidad. Entonces, puedes experimentar Su poder para despojarte del pecado, revestirte de Cristo y dejar ir el miedo. Dios ya conoce lo bueno, lo malo y lo feo, ¡y nos ama de todos modos!
¿Recuerdas mi problema de complacer a la gente, queriendo aprobación? Jesús quiere que le agrademos a Él por encima de todos los demás. Su deseo es atraernos hacia Su semejanza, dándonos el coraje de hablar como él habló, vivir y amar como él vivió y amó, y alcanzar y compartir las buenas nuevas como él lo hizo. “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). Es el deseo de Cristo que nosotras que somos discípulas, hagamos discípulos compartiendo Su Buena Nueva, estudiando la Palabra con aquellos que no lo conocen, plantando semillas de fe o regando lo que otros han plantado, y viendo a Dios traer el aumento de almas al Reino.
El discipulado significa adherirse a la Palabra de Dios, ante todo. Las palabras inspiradas por el Espíritu a lo largo de la Biblia encarnan la verdad. Lucas registra estos pensamientos perspicaces: “Estos eran de sentimientos más nobles que los de Tesalónica, de modo que recibieron el mensaje con toda avidez y todos los días examinaban las Escrituras para ver si era verdad lo que se les anunciaba” (Hch.
Seguir a Cristo como discípula suya significa también caminar juntas en esta vida con otras discípulas; animándonos unas a otras, orando unas con otras, y compartiendo juntas la alegría y el dolor. Entregarse a Él como Señor y Salvador significa convertirse en parte de Su Cuerpo, la iglesia. Jesús tiene la intención de que los discípulos funcionen juntos en armonía. Te animo a leer 1 Corintios 12:12-31 y Romanos 12:4-8, ambos pasajes hermosos sobre la iglesia y cuál puede ser tu parte según los dones que Dios te ha dado. Muchos discípulos a lo largo de los años han enriquecido mi vida, animándome a ser más como Jesús. Estas relaciones se profundizan a medida que compartimos la vida, incluidas nuestras luchas y victorias espirituales. El Espíritu Santo me ha enseñado el valor de la amonestación de Pablo cuando dice, “Imítenme a mí, como yo imito a Cristo” (1 Cor. 11:1). Si deseas cualidades que ves en otra persona que son como las de Cristo, ¡comienza a pedírselas a Dios!
Como has leído, ¿en qué área de ser un discípulo de Jesús deseas crecer?
- Llegar a conocer mejor a Jesús a través de los evangelios
- Desarrollar una vida de oración consistente
- Permitirle a Él hacer cambios en tu vida
- Hacer discípulos compartiendo a Cristo con otros
- Dejar que la Palabra sea tu guía para la verdad, sobre todo
- Profundizar las relaciones con otros discípulos
Ve a Jesús y comparte con una compañera discípula. Y recuerda, Jesús ha prometido estar contigo, siempre.