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Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
Samaria: la región entre Judea en el sur y Galilea en el norte de la Tierra Prometida. Era el área dada a Efraín y Manasés, hijos de José, cuando Israel entró en la tierra. Segunda de Reyes 17:24-33 nos da antecedentes sobre los samaritanos. Después de que los asirios conquistaron el Reino del Norte y se llevaron cautivos a la mayoría de los israelitas, reasentaron esa tierra con extranjeros. Esas personas se casaron con los israelitas que quedaron en la región, creando una raza mixta que se conoció como samaritanos. Los judíos los odiaban porque, aunque adoraban al Señor, habían introducido dioses paganos, y también adoraban a esos dioses extranjeros. Los samaritanos sólo aceptaron los primeros cinco libros del Antiguo Testamento. Eligieron adorar en el Monte Gerizim en lugar de Jerusalén. En el año 6 d.C., los samaritanos profanaron el templo judío poniendo huesos humanos en los pórticos del templo y en el santuario durante la Pascua.
A pesar de la hostilidad que sentían los judíos hacia los samaritanos, Jesús optó por caminar por su tierra en un momento en que los “judíos justos” que viajaban entre Galilea y Judea evitarían pasar por Samaria cruzando hacia el lado este del río Jordán, agregando unos tres días al viaje.
Juan 4:4-6 nos dice que Jesús tenía que pasar por Samaria. Se detuvo en el pueblo de Sicar (Antiguo Testamento Siquem) para descansar junto al pozo de Jacob. Era cerca del mediodía y estaba cansado. Jesús hizo al menos siete viajes de ida y vuelta entre Jerusalén y Galilea durante Su ministerio, y esta es la única vez que se nos dice la ruta que tomó. Concéntrese en la palabra “tenía” en el versículo 4. La traducción griega literal es “era necesario.”
¿Por qué Jesús “tenía que” pasar por Samaria cuando otros judíos optaron por no pasar por allí o por pasar lo más rápido posible? Creo que Jesús fue porque tenía la intención de encontrarse con la mujer en el pozo. Sabía que ella vendría por agua. Ella, sin embargo, no tenía idea de lo que traería ese viaje diario al pozo.
A lo largo de las Escrituras, vemos cómo Dios ha perseguido a la humanidad. Aunque ella no estaba buscando a Jesús, Él la estaba buscando a ella. Jesús se detuvo junto al pozo para descansar y Sus discípulos fueron al pueblo a comprar comida. Mientras estaban fuera, la mujer vino al pozo a sacar agua donde se encontró con Jesús. Cuando los discípulos regresaron, se maravillaron de que estuviera hablando con una mujer... una mujer samaritana, pero sorprendentemente, ninguno de ellos preguntó por qué. Quizás fue porque era temprano en el ministerio de Jesús, y ya estaban aprendiendo que su Maestro hacía lo inesperado.
En Juan 4:26, Jesús le revela a la mujer que Él es el Mesías que ella espera. En el versículo 28, ella deja su cántaro de agua y regresa corriendo al pueblo para compartir la noticia de que ha encontrado al Mesías, y todo el pueblo sale a escucharlo. Mientras la gente del pueblo habla con Jesús, le piden que se quede y Él pasa dos días con ellos (versículos 40-43).
Aprendamos: Aunque no estemos buscando a Dios, Él nos está buscando.
Llegaría el momento en que Jesús les diría a Sus discípulos “vayan y hagan discípulos de todas las naciones” (Mt. 28:19). Sus últimas palabras antes de ascender de nuevo al Padre fueron, “y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.” (Hch. 1:8). Jesús los estaba preparando para escuchar esas palabras al darles un ejemplo. Él “tenía” que pasar por Samaria porque quería llegar a esta mujer, y a través de ella llegaría a toda su aldea… samaritanos… la gente que era mitad judía y mitad gentil… odiada y despreciada.
De este encuentro aprendemos que los prejuicios culturales o raciales no deben afectar nuestra decisión de enseñar a otros, y este mandato a menudo conduce por un camino que no planeamos.
Hoy tenemos nuestros propios “samaritanos,” aquellos que por diversas razones están fuera de nuestro círculo de amigos o de nuestra zona de confort. ¿Los estamos persiguiendo para compartir la historia de Jesús tan intensamente como Dios nos ha perseguido a nosotros?
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Escrito por Johanna Zabala, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
A través del tiempo, quiero expresar, con todo mi corazón y en mi maravillosa experiencia educativa, que cada niña o niño es la construcción y el resultado de las relaciones y la educación del entorno de cada adulto con el que crece.
Amadas, todas hemos pasado por la fase de la niñez y esto nos ha permitido crecer y seguir avanzando. Considero de gran importancia los primeros años de vida en las diversas relaciones interpersonales que vamos encontrando e interpretando en cada ciclo de la vida, lo que se convierte en la base de la joven o la adulta que hoy somos.
Al situarme en la edad de la infancia, son muchos los recuerdos que vienen a mi mente. Sin embargo, hay otros sucesos que no logro recordar, pudiendo estos últimos ser momentos que no fueron tan significativos en mi vida inicial.
Es probable que mi proceso de aprendizaje de niña haya sido distinto al tuyo; pero para todas, cada aprendizaje será la adquisición de información y actitudes nuevas que se ponen en práctica a medida que el tiempo transcurre.
Aprendí todo de mi entorno; caminando, hablando y siendo como el exterior lo facilitó. Influenciada fundamentalmente por mi abuela materna, quien también experimentó una gran variedad de patrones de enseñanza.
Debido a un contexto familiar disfuncional, tuve grandes consecuencias al no saber controlar los miedos naturales en lo que descubría y aprendía. En mi opinión, el miedo es una de las primeras emociones que se me convirtió en un sentimiento que me provocó mucha inseguridad, bloqueo y desconfianza en las comunicaciones con el mismo entorno. Esto es con lo que lucho, con dejar que el Espíritu Santo sane mis temores para que no se conviertan en obstáculos que no me permitan hacer lo que tengo que hacer, ni que se los transmita a los que amo.
A pesar de lo relevante de la niñez y al surgimiento de una generación de padres ausentes, al mismo tiempo de una crianza inflexible y con una gran falta de atención a mis necesidades afectivas y de comunicación, me desarrollé. Hoy en día, comprendiendo, perdonando y rompiendo con lo aprendido en situaciones de mucha incertidumbre, lo cual en varias ocasiones ha querido hacer estragos a mi presente con Cristo, puedo afianzar la convicción de haber sido rescatada de la vana manera de ser inculcada por mis padres terrenales, conforme a lo que he leído y reflexionado en la cita bíblica de 1 Pedro 1:18. Debido a estos cambios de ser una persona aprobada por un Padre Celestial, he decidido vivir mi nueva vida en Cristo, como lo indica 2 Corintios 5:17, “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; aquí todas son hechas nuevas.”
A diario, reconfortada en la cita anterior y en mi relación con el Señor Jesús, me conlleva la necesidad de aprender a ser libre de lo que daña el alma, la mente, el corazón y la fe en Dios.
No debemos olvidar que somos libres y que en Cristo Jesús siempre habrá libertad, como lo indica la carta a los Gálatas en el capítulo 5 verso 1, que en este momento especial nos recuerda de nuevo que "Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud.”
Al ser conscientes de que, en la vieja vida antes de conocer a Cristo, hubo momentos de destrucción de lo bueno y puro que procedía de Dios, es cuando nos fortalecemos en la libertad de ser y proceder conforme al corazón de Dios, lo cual es una gran bendición.
Ser libres es no reincidir en el pecado que nos separa de la presencia de Dios. Es saber escoger entre el bien y el mal y ser llamadas a libertad para servirnos por amor los unos a los otros. Siendo libres, seremos independientes de lo malo, no permitiendo que la esclavitud del pecado o la culpa nos ate a hacer lo contrario a la Voluntad de nuestro Dios soberano.
Estar en libertad, es estar llenas del Espíritu Santo, a Quien recibimos en el nuevo nacimiento en las aguas del bautismo (Hch. 2:38). Él nos hace libres del miedo y nos da la seguridad en que Dios está conmigo, al igual que contigo, hasta el fin del mundo y que además nos redime para la salvación eterna.
Son muchas las bendiciones de la libertad de Dios en la vida cristiana, siendo además un privilegio del amor inmenso de nuestro Creador, que nos conoce y nos cubre en todo momento con amor eterno (leer Jeremías 31:3).
Para finalizar, te animo a que recordemos lo admirable de la niñez vivida y que cultivemos siempre la inocencia, la humildad, el perdón y la sonrisa de ser niños para poder entrar al reino de los cielos, cumpliendo lo citado en Mateo 19:14.