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Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
El mundo de hoy nos alienta a comenzar a ahorrar e invertir para la jubilación con el objetivo de jubilarnos lo antes posible para vivir una vida de descanso.
Pero… ¿eso se encuentra en las Escrituras? Nuestro Creador en Su infinita sabiduría nos hizo para que (a menos que se presente una enfermedad) podamos continuar aprendiendo y sirviendo durante toda nuestra vida.
Una de las promesas más dulces está en Apocalipsis 2:10b (NVI), “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.”
El apóstol Juan probablemente tenía entre 80 y 90 años y había sufrido persecución cuando escribió estas palabras de Jesús después de ver una visión del cielo, el lugar que Jesús les dijo a Sus discípulos que estaba preparando (Juan 14:1-3).
Otros personajes de la Biblia me vienen a la mente cuando pienso en seguir aprendiendo, sirviendo y siendo fiel.
Noé tenía 500 años y nunca había visto lo que Dios le decía, pero creyó y obedeció con fe, construyendo el arca que salvó a su familia del diluvio.
Cuando Dios llamó a Abram a la edad de 75 años, dejó su tierra natal y la idolatría que prevalecía allí y siguió a Dios por fe. Pasaron otros 25 años antes de que naciera el hijo prometido, y durante estos años de espera, Abraham continuó aprendiendo de la fidelidad de Dios. Cuando se le dijo que llevara a su hijo Isaac al monte Moriah y lo ofreciera como sacrificio, obedeció porque creía que Dios podía resucitarlo de entre los muertos (Heb. 11:17-19). En Santiago 2:23 leemos, “Así se cumplió la Escritura que dice: «Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia», y fue llamado amigo de Dios”, fiel hasta su muerte a la edad de 175.
José fue vendido como esclavo a los 17 años, aproximadamente 12 años antes de que muriera su abuelo Isaac. ¿Con qué frecuencia escuchó José a su anciano abuelo ciego hablar del viaje al Monte Moriah y otras historias de fe, guardando esas preciosas palabras en su corazón de cómo Dios cumplió Sus promesas?
Génesis 50:20-21 nos muestra la fe de José que lo llevó a mostrar bondad hacia sus hermanos.
“Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente. Así que, ¡no tengan miedo! Yo cuidaré de ustedes y de sus hijos. Y así, con el corazón en la mano, José los reconfortó.”
Moisés alcanzó su punto máximo a partir de los 80 años,. 40 años después de huir del palacio de Egipto. Durante los últimos 40 años de su vida, se reunió con Dios, aprendiendo a seguir a Dios mientras guiaba a aproximadamente dos millones de israelitas fuera de Egipto y luego vagó por el desierto durante 40 años.
Salomón pidió al Señor: “Yo te ruego que le des a tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal...” (1 Reyes 3:9). Sin embargo, más tarde Salomón optó por hacer alianzas con naciones extranjeras, tomando esposas extranjeras y construyendo lugares para adorar a sus dioses extranjeros. Hacia el final de su vida, Salomón escribió Eclesiastés, diciendo que los placeres que perseguía no tenían sentido, y cerró con estas palabras en 12:13b, “Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre.”
Daniel fue un profeta durante el reinado de seis reyes que gobernaron los imperios babilónico y medopersa durante unos 70 años. Daniel tuvo tres eventos en los que enfrentó una muerte casi segura, que se encuentran en los capítulos 1, 2 y 6. Profetizó sobre el Mesías que vendría durante el último gran imperio antiguo... el Imperio Romano.
Lucas 2:22-48 habla de Simeón y la viuda Ana, de 84 años, que “Nunca salía del templo, sino que día y noche adoraba a Dios con ayunos y oraciones.” (v. 37b). El Señor le había dicho a Simeón que no moriría hasta que viera al Mesías. Cuando José y María fueron al templo para la purificación de María, Simeón exaltó al bebé Jesús y profetizó palabras de advertencia a María. Ana dio gracias a Dios y habló del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
∫A veces la vida es abrumadora y simplemente tenemos que confiar en las palabras de Pablo en Filipenses 1:6: “…el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.”
Como aquéllos que nos han precedido, hagamos que todos sigamos “avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Fil. 3:14), “y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe” (Heb. 12:1b, 2a).
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Escrito por Lisanka Martínez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Venezuela
“Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo” Prov. 27:17, RVR1960
Fuimos creadas para relacionarnos, también para aprender de esas relaciones.
Es innegable que somos influenciadas y podemos influir en las demás personas de nuestro mapa relacional; en el mundo, las relaciones suelen ser complicadas. Tanto en el ámbito familiar, como laboral, de estudios y en la comunidad, pueden existir diferencias, rivalidades, fallas de comunicación, entre otras cosas que pueden hacer complicadas las relaciones.
En el cuerpo de la iglesia también aprendemos de las relaciones, por supuesto, con un enfoque diferente al del resto del mundo. Una vez en Cristo, hasta el más recalcitrante de los seres humanos aprende que debemos amar a todos, relacionarnos con todo tipo de personalidades, aceptarlas y tratarlas con amor, igualmente a corregir y ser corregidos con amor. Para algunos es más difícil que para otros; según sea el temperamento de cada quien, el cambio deberá ser mayor o menor.
En mi caso, crecí en una familia numerosa donde la mayoría solía hablar mucho y con un tono de voz alto y fuerte. Yo, por el contrario, era callada y me limitaba a escuchar, sólo si me lo pedían expresaba mi opinión. Esa forma de ser me distinguió durante mi niñez y adolescencia. Tuve pocos amigos con quienes solía expresarme más abiertamente; esto me ocasionó algunos malentendidos y situaciones embarazosas que sólo me llevaron a ser más retraída. Luego, mientras estudiaba Trabajo Social, empecé a expresarme más en mis relaciones tanto de estudio como amistosas, pero en mis relaciones familiares había avanzado poco.
Aprendí mucho más del intercambio en las relaciones durante mis años de universidad y en mi vida laboral; sin embargo, fue al llegar a formar parte de la iglesia en donde realmente aprendí muchísimo más, y aun continuo en ese aprendizaje acerca de las relaciones interpersonales y del hecho de que Dios no nos creó para estar solos. Su palabra dice, “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! Que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.” (Ecl. 4:9-10)
Cuando somos guiadas por la palabra de Dios y aprendemos de los ejemplos de las relaciones en la Biblia que tuvieron malos resultados y, de las que, por el contrario, son de buen ejemplo para los creyentes; podemos elegir cuál camino vamos a seguir. Cuando conocemos el fruto del Espíritu y todo lo que genera en nosotros, nos esforzamos por querer desarrollarlo en nuestras vidas.
Asimismo, cuando vemos a un hermano o hermana quien, a pesar de las adversidades que esté sufriendo, está presto para aconsejarte o ayudarte, o cuando entendemos que el hermano quien critica o juzga también tiene sus fallas y es tan humano como cualquiera, o cuando vemos aquella hermana que persiste en su orgullo y mantiene sus opiniones creyéndose más sabia y menos pecadora que el resto de las personas (y además nos vemos reflejadas en su conducta), logramos aprender que todo está en los planes divinos, que por eso fuimos bendecidas con Su gracia y que cada día debemos tratar de mantener viva la llama de la hermandad y la amistad, a pesar de errores propios o a pesar de los errores ajenos. Aprendemos que el amor de Dios es incomparable y equitativo, y eso es lo que debemos imitar, tal como lo aconseja el hermano Pablo al decir:
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por los suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.” (Fil. 2:3-5)
Tratemos de conseguir esto en nuestras relaciones, no sólo con los hermanos en la fe, sino con cada persona que se cruce en nuestro camino y con quienes podamos compartir el glorioso amor de nuestro Padre celestial a través del evangelio de salvación junto con una buena acción o gesto amable.
Dios nos bendiga y nos ayude a reflejar Su paz y amor cada momento en todas nuestras relaciones.
¿Te gustaría seguir el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo en Sus relaciones?
¿Qué podemos aprender de cada relación con nuestros hermanos en Cristo?
¿Estamos llevando ese aprendizaje y esa misma actitud a nuestra vida secular?
¿Cómo podemos mejorar nuestras relaciones intrafamiliares?
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