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Algunos viven con un presupuesto. Otros acumulan deudas en sus tarjetas de crédito. Sean ricos o pobres, en abundancia, o en necesidad, todos sentimos el estrés económico y tenemos que decidir cómo gastar lo que tenemos.
Timothy Keller, en su libro, El Dios Pródigo, define la palabra pródigo como el que lo gasta todo, o que gasta extravagantemente…
En Mateo 13:45-46, vemos la parábola de la perla de gran precio o valor. No sabemos la condición económica del comerciante en búsqueda de perlas finas. No sabemos cuántas perlas ya había encontrado.
Lo que sí sabemos es que cuando encontró esa perla, fue y vendió todo lo que tenía para poder comprarla. Sacrificó todo por esa perla de gran precio.
Dios sacrificó Su hijo unigénito, pagó el precio para que pudiéramos ser Suyo.
¿Qué estás dispuesta a sacrificar para poder ser Su discípulo (Lucas 14:33)? La viuda dio sus últimas dos monedas (Lucas 21:1-4).
Esa práctica económica parece tonta al mundo, pero reconocemos que es gastar sabiamente.
Dios te ve como la perla de gran precio. ¿Le ves de la misma manera?
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A veces no se aprecian los consejos. No siempre queremos escucharlo y cuando nos toca darlo, a veces nuestro consejo no está bien recibido por otros.
Una perla de sabiduría que se haya rechazado me recuerda de las advertencias de Jesús de no echar las perlas a los cerdos (Mateo 7:6). No quiere decir que las personas son cerdos. Tampoco quiero decir que nunca debemos ofrecer un consejo. Sin embargo, cómo lo ofrecemos sí importa.
Efesios 4:15 nos recuerda que debemos hablar la verdad con amor. Nuestra actitud importa cuando damos perlas de sabiduría. Pero no tenemos control sobre cómo se recibe.