El GPS de mi teléfono me llevó por otro camino, evitando una zona de construcción. Agradecida de no tener que esperar en el tráfico por la construcción, me maravillé al recordar los días en los que imprimí las direcciones de antemano para poder llegar al destino, expuesta a cualquier obstáculo que se presentaba en el camino. Y antes de que empecé yo a manejar, usábamos los atlas grandes que no entraron en la cajita para guardar cosas en el carro.
¡Mira lo lejos que hemos llegado! Ahora hay carros que vienen con el GPS instalado, pero no te serviría mucho en unas partes de Latinoamérica donde te ubicas más por un punto de referencia que una dirección.
Y sin hacer generalidades de género, hay unos que se paran para pedir direcciones y otros que insisten que saben dónde están y cómo llegar.
Ahora hay algunas que quisieran señalar a otros que rehúse pedir direcciones, te invito a llevar la aplicación a nuestra vida espiritual…
No tenemos un GPS cósmico dirigiendo el camino con una voz de trueno ni un acento español. No estamos sujetos a los caprichos del director que determina todo paso.
Seríamos locos si siguiéramos a un guía ciego (Mateo 23) o guías que no conocían el camino.
Al contrario, Dios, en su sabiduría infinita, nos ha dado Su Palabra y Su Espíritu como los mejores guías que podemos decidir seguir o no. Juan 16:13 hace referencia al Espíritu Santo como Él que nos guía a toda la verdad. ¿Y quién mejor para guiarnos que nuestro Padre amoroso y Creador supremo?
Puede que preferimos un mapa detallado, pero tal como confío en el GPS de mi teléfono para desviarme para evitar un obstáculo, tengo que mantenerme pendiente del guía del Espíritu Santo, el mejor GPS, que guía mis pasos al Padre.