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Escrito por Kara Benson, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Little Rock, AR
Pablo escribió, “Si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria” (Rom. 8:17). Como parte de la familia de Dios, tenemos el privilegio de ser coherederas con Cristo, y también el llamado de compartir en los sufrimientos de Cristo. El autor de la carta a los hebreos escribió que Jesús aprendió la obediencia por lo que padeció (Heb. 5:8). De manera similar, sobrevivir las dificultades como una forma de disciplina nos refina (Heb. 12:6-11).
Las pruebas son constructivas porque fortalecen nuestra fe. “Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada” (Santiago 1:2-4).
Las pruebas son beneficiales porque nos ayudan a consolar a otras personas. “Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren” (2 Cor. 1:3-4).
Las pruebas son bendiciones porque pueden revelar áreas en las cuales necesitamos crecer. Cuando tenemos que enfrentar una situación, podemos darnos cuenta de que no seríamos tan pacientes como pensábamos. Los problemas pueden dirigirnos a ser más humildes y reconocer cuánto necesitamos a Cristo. Cuando sentimos que ya no podemos aguantar, es posible que Dios esté enseñándonos que necesitamos crecer en la gentileza y el dominio propio.
“Dios [nos disciplina] para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad. Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella” (Heb. 12:10b-11). Dios es el Buen Padre, y disciplina a los que ama (Prov. 3:12).
Las pruebas son oportunidades para glorificar a Dios. Por causa de enfermedad, Pablo tuvo la habilidad de predicar el evangelio a los gálatas (Gál. 4:13). Jesús enseñó que un hombre había nacido ciego “para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida” (Juan 9:3). Aunque Pablo sufrió una espina clavada en el cuerpo, alabó a nuestro Salvador: “Gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:9b-10).
Ser parte de la familia de Dios significa ser refinadas a través del fuego. Es posible que no entendamos la razón por la que enfrentamos unas pruebas particulares en esta vida, pero podemos confiar en la promesa de que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman (Rom. 8:28). También, podemos confiar en que Jesús ha vencido al mundo (Juan 16:33). ¡Qué Dios sea alabado en medio de nuestras pruebas!
Estoy agradecida por ser parte de la familia de Dios. Estoy agradecida por ser parte del proceso de crecer y aprender. Y estoy agradecida por las misericordias del Señor que son nuevas cada mañana (Lam 3:22-23).
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El Día de Acción de Gracias siempre es un tiempo especial para compartir en familia. Una gran parte de mi familia va a poder compartir en este feriado. Y me acuerdo de las veces que compartí con mi familia venezolana, creando una comida especial con ella.
Sé que muchos no tienen la misma bendición que yo he tenido de una familia que se apoya y que se ama. No somos perfectos, para nada. Pero anhelamos compartir el amor y el apoyo que se encuentra en el contexto de familia.
Doy muchísimas gracias a Dios por mi familia: mis padres, abuelos, hermanas, cuñados, sobrinos, tíos, primos, etc. Y doy gracias a Dios por mi familia en Cristo que se encuentra en todas partes del mundo.
Como dijeron Philip Yancey y Henri Nouwen…
“La familia es una institución humana en la cual no tenemos elección. Entramos al nacer, y como resultado, involuntariamente, nos unimos con una combinación rara de personas distintas. La iglesia nos llama a un paso más adelante: voluntariamente decidir unirnos con personas distintas por el vínculo común que tenemos en Jesucristo. He descubierto que una comunidad así es un paralelo a la familia como ninguna otra institución. Henri Nouwen una vez describió una comunidad como “un lugar donde la persona con quien menos quieres vivir siempre vive.” Su definición aplica de igual manera al grupo que se reúne en los Días de Acción de Gracias y al que se congrega todos los domingos por la mañana.”
(Philip Yancey, ¿Para qué ser parte de una iglesia?: Mi peregrinaje personal)