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Escrito por Sabrina Nino de Campos, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Metairie, LA
La oración es una de las maneras que Dios el Padre nos dió para comunicarnos con Él. Yo me acuerdo por ejemplo cuando era adolescente y pasé por fases donde me sentía perdida y sola, siempre tenía la costumbre de orar antes de dormir. Ese era probablemente el único momento en el día donde yo me dedicaba exclusivamente a Dios, y aunque yo sabía que no era suficiente, era uno de los únicos momentos durante aquellos años donde yo me podía sentir como yo misma.
Me acuerdo acostarme en la cama y hablarle a Dios hasta que las lágrimas salían de mis ojos y ya me sentía suficientemente cansada para dormir. Creo que mis oraciones, aunque yo no sabía qué decir, han sido una de las razones principales de que me haya mantenido en la fe durante años de incertidumbre.
¿Alguna vez has sentido que no sabes qué decirle a Dios?
Parece que esta duda no es algo nuevo. Los discípulos le preguntaron a Jesús, “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11:1, NVI), y Jesús no solamente les enseña a orar, pero podemos ver a través de la vida del Mesías que la oración era parte intrínseca de Su identidad. Él dedicaba muchas horas y hasta muchos días a la oración.
Richard J. Foster escribe en su libro Celebración de la Disciplina, “De todas las disciplinas espirituales, la oración es la más central porque nos inicia en la perpetua comunión con el Padre.” La oración nos trae al lugar dónde podemos ser más honestas, juntas a nuestro Abba, el único que conoce nuestros corazones y sabe de verdad qué sentimos y pensamos.
¿Has sido honesta en tus oraciones? ¿Has dicho a Dios todo lo que está en tu corazón?
Creo que muchas veces dejamos de hablarle a Dios lo que pasa en lo profundo de nuestras almas porque sabemos que Él tiene el conocimiento de todo lo que pasa en nuestras vidas. ¿Pero es así una relación entre un padre y sus hijos? Si realmente creemos que Dios es nuestro Padre y Amigo necesitamos confiar en Él como tal. Él quiere escucharnos, quiere que estemos en perpetua comunión con Él.
“Cuánto más nos acercamos al latido del corazón de Dios, más vemos nuestra necesidad y más deseamos estar conformados a Cristo.” (Richard J. Foster)
Redefinamos nuestra oración. Que no sea sólo un momento de peticiones y agradecimientos, sino un momento donde verdaderamente nos acerquemos al corazón de Dios, dejando nuestras cargas y dolor a Sus pies como Él nos invita a hacer. Tenemos grandes ejemplos en los Salmos donde los salmistas hablan de sus dolores y ofrecen sus dudas como alabanza al Señor. “Pero yo clamaré a Dios, y el Señor me salvará. Mañana, tarde y noche clamo angustiado, y él me escucha” (Salmo 55:16-17, NVI).
Nuestras oraciones no necesitan ser lindas, a veces no necesitan terminar con esperanza. Yahvé nos invita simplemente a hablar con Él, a conectarnos con nuestra verdadera identidad como hijas amadas y dejar nuestras cargas a Sus pies, sean ellas livianas o increíblemente pesadas.
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Escrito por Karla Leyton, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Nicaragua
Nuestras vidas están llenas de momentos buenos, pero también de situaciones de angustias. En ocasiones nos sentimos agobiadas y nos cuesta tomar decisiones. Así mismo, no sabemos a quién acudir para que nos escuche y pensamos en amistades o familiares; no es que este mal, pero es a Dios al primero que debemos acudir cuando no podemos más, cuando la incertidumbre y el temor se apoderan de nosotras porque es en esos momentos cuando nuestra fe está a prueba, como lo hemos escuchado con el proceso que tiene el oro para ser refinado.
La conexión con Dios por medio de la oración es sublime. Tenemos la oportunidad de que, mediante Su Hijo Jesús y nuestro Salvador, nuestras peticiones sean escuchadas y respondidas en el momento que él ve conveniente. Siempre decimos “que se haga Tu voluntad, oh Dios,” pero nos cuesta ser pacientes y esperar esa voluntad, incluso aceptarla.
La oración forma parte de la armadura de Dios con la cual debe vestirse toda cristiana. Nuestra fe y vida espiritual se fortalece, nos forja el carácter de manera positiva y no sólo en momentos de dificultad debe estar presente, sino que también a través de ella debemos dar gracias a nuestro Padre por lo que nos permite vivir, por todas las personas maravillosas que forman parte de nuestra familia espiritual y las bendiciones que él nos ha dado cada día, recordando lo que la Palabra de Dios nos enseña sobre, “perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracia.” (Col. 4:2 RV95)
En mi vida he visto tantas veces el favor de Dios ante mis peticiones. Me ha tocado esperar, pero sé que el tiempo perfecto de Dios llega en hora buena; sobre todo cuando entrego mis angustias y ansiedades a él. Surge una paz inexplicable que siento en mi corazón. Asimismo, la oración fortalece mi espíritu cuando está contristado. En mi trabajo secular me ha tocado lidiar con emociones fuertes y muchas veces debo inyectar ánimo en otros. Siempre oro a Dios porque sé que él me dará las palabras adecuadas para consolar, ya que él me consuela.
¿Sientes angustia o preocupación en estos momentos en tu vida? ¿Deseas que tu fe aumente? ¿Te gustaría practicar el agradecimiento? Entonces, debes recordar lo siguiente... “Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis.” (Mt. 21:22 RV95).
Como hijas de Dios adoptadas por el sacrificio que Jesús hizo, debemos ser fieles a la oración no desmayando ante la dificultad, no quedarnos dormidas en el proceso. Durante la situación que estás viviendo, puedes orar por cada hermana y su familia. Hay mucho que pedir y mucho para mostrar gratitud. Ora con las mujeres que conforma tu familia, porque donde están dos o tres reunidas…