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MackenzieEscrito por Mackenzie Lancaster, estudiante interna en el verano del 2017

Siempre me he disfrutado estar ocupada. En mis años de escuela quería participar en cada actividad, deporte, club, o lo que fuera. Este deseo y amor por estar ocupada siguió en la universidad, y durante los primeros dos años me gustaba el tiempo allí y sentía que estaba prosperando.

El semestre de la primavera de mi segundo año en Harding, yo fui a Chile para estudiar y me quedé por un mes más de lo que se quedó el grupo, para hacer un viaje de misiones. Ambas experiencias fueron magníficas, pero cuando regresé, sólo tuve una semana antes del comienzo de mi trabajo como una monitora para Simposio Honor, un campamento académico de honores que ofrece Harding cada verano para estudiantes en su penúltimo año de la secundaria. El campamento duró dos semanas y después de las dos sesiones sólo tuve dos semanas antes del comienzo de otro año de la universidad.

Lo que es interesante de los descansos de la universidad es que nunca parecen como un descanso, porque cuando se regresa de la universidad al hogar, hay familia y amigos quienes quieren reunirse contigo, hablar y pasar un rato contigo. Y eso es fabuloso, pero antes de que uno se dé cuenta, el descanso ha terminado. Esto ocurrió para mi ese verano. Por eso cuando regresé a la universidad para el semestre de otoño estaba exhausta… pero seguía disfrutando todo en lo que estaba participando y no pensaba mucho en mi vida ocupada.

Sin embargo, el semestre empezó a empeorar rápidamente, no me sentía como yo misma, algunas relaciones en mi vida parecían tensas o cansadas y no podía encontrar la solución para todo esto. Dormía mucho y sentía que estaba sobreviviendo a causa del café. Pero nunca me sentía descansada.

Finalmente recibí consejo profesional. Me dieron unos consejos sobre cómo podría mejorar mi vida y resolver algunos de mis problemas. Ella me dijo que el sábado que venía, tenía que descansar: no debía pensar en mi lista de tareas, debía quedar en mis pijamas todo el día, mirar algunas películas, leer un libro, hacer arte, cualquier cosa que me hacía sentir relajada y descansada, aún si no fuera “productivo” necesariamente.

La pregunta de ella que me sorprendió e hizo que me diera cuenta sobre dónde estaba en este momento de mi vida fue “¿Cómo está su fe ahora mismo?” Pues, pensé, “oraba cada noche, iba a capilla y a la clase de Biblia regularmente, pero ¿cuándo fue la última vez en la que empecé mi día leyendo la Biblia?” Me gustaba leer y dibujar en mi Biblia, pero no podía recordar la última vez en la que lo había hecho.

Así que después de esto, puse algunas metas para mí misma. Yo seguí con la semana y ese sábado no hice nada productivo. Yo hice cualquier cosa que esperaba hacer con más frecuencia pero que nunca sentía que podía. Y ese día empecé a leer y a dibujar en mi Biblia.

Aunque eso no resolvió todos mis problemas, noté un cambio casi inmediatamente en mí misma en los días y semanas que vinieron. No me había dado cuenta de cuánto mi vida había empeorado, y cuán exhausta estaba. Y la peor parte era que había sido tan desgastada que no estaba alimentándome espiritualmente.

Nuestra sociedad y cultura son tan aceleradas. Nos sentimos que tenemos que estar ocupadas y productivas constantemente, cada día. Dios está con nosotras en todo, y nos es necesario descansar; pero más específicamente, tenemos que descansar en Dios. Ambas eran cosas que se me habían olvidado por un rato, y mi vida de caos reflejó esto. Aún Dios pasó un rato descansando, y podemos verlo en la narrativa de la creación. Sin embargo, creo que David lo describe mejor en el Salmo 23:

El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce; me infunde nuevas fuerzas. (Salmos 23:1-3)

Me infunde nuevas fuerzas.

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