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Estoy en Buenos Aires, colaborando con mi amigo y misionero, Jonathan Hanegan. Es súper-aficionado de C.S. Lewis. En su honor, voy a compartir un segmento del libro de C.S. Lewis, Mero Cristianismo, en que habla sobre la fe.
“Pues bien, la fe, en el sentido en el que utilizo ahora esa palabra, es el arte de aferrarse a las cosas que vuestra razón ha aceptado una vez, a pesar de vuestros cambios de ánimo. Ya que el ánimo cambiará, os diga lo que os diga vuestra razón. Lo sé por experiencia. Ahora que soy cristiano tengo estados de ánimo en los que todo el tema parece muy improbable. Pero cuando era ateo, tenía estados de ánimo en los que el cristianismo parecía terriblemente probable. Esta rebelión de vuestros estados de ánimo contra vuestro auténtico yo ocurrirá de todas maneras. Precisamente por eso la fe es una virtud tan necesaria: a menos que les enseñéis a vuestros estados de ánimo “a ponerse en su lugar” nunca podréis ser cristianos cabales, o ni siquiera ateos cabales, sino criaturas que oscilan de un lado a otro, y cuyas creencias realmente dependen del tiempo o del estado de vuestra digestión. En consecuencia es necesario fortalecer el hábito de la fe.
El primer paso es reconocer el hecho de que vuestros estados de ánimo cambian. El siguiente es asegurarse de que, si habéis aceptado el cristianismo, algunas de sus principales doctrinas serán deliberadamente expuestas a vuestra mente todos los días. De ahí que las oraciones diarias, las lecturas religiosas y el acudir a la iglesia son partes necesarias de la vida cristiana. Se nos tiene que recordar continuamente aquello en lo que creemos. Ni esta creencia ni ninguna otra permanecerá automáticamente viva en la mente. Debe ser alimentada. Y, de hecho, si examinásemos a cien personas que hubiesen perdido su fe en el cristianismo, me pregunta cuántas de ellas resultarían haber sido convencidas de su supuesta invalidez por medio de argumentos. La gente, ¿no se va, simplemente, apartando de la fe?”
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El año pasado, después de regresar de un viaje a Buenos Aires, Argentina, y Bogotá, Colombia, mi vista estaba tan borrosa que temía perder la vista completamente.
El optómetra descubrió un virus en mis córneas. Di gracias a Dios por revelar la razón por mi vista borrosa, pero en los días siguientes, luchaba con lo que implicaba el diagnosis para mi cuerpo físico y mi capacidad de trabajar.
La vista se iba mejorando, pero se me fatigaban los ojos y me costaba ver las cosas en detalle, especialmente para leer.
Mucho de lo que hago en la vida y en el ministerio depende de la vista. No importa la buena que sea para tipiar, necesito poder revisar lo que he escrito – sea para el blog, una tarjeta de agradecimiento, o el nuevo libro en el cual debería estar trabajando. Hay mucho valor en la Palabra atesorada en mi corazón, pero no podía leer ni estudiar la Biblia.
Luchaba con sentimientos de culpa y frustración – principalmente porque, nuevamente, estaba dependiendo de mis propias fuerzas. Dios me recordó, literalmente, que debo caminar por fe y no por vista.
¿En qué maneras estás dependiendo de tus propias capacidades o fuerzas – tu “vista” – en vez de caminar por fe?