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Escrito por Hasandra Heyward
Algunas de mis hermanas en Cristo y yo decidimos ayunar y orar todo un día. Y en ese día íntimo con Dios y con las demás, me hizo pensar mucho en el amor. Creo que la razón fue porque nuestro tiempo con Dios se trata de otros. Entonces, empecé a explorar en mi mente lo poco profundo que es nuestro amor los unos para los otros y lo profundo que es el amor de Dios en nuestras vidas.
Admito que escucho las palabras “te amo,” muchas veces en mi vida. Lo escucho de mi familia, de amigos, y lo escucho de personas que no conozco pero que sienten el amor de Dios al encontrarse conmigo. Okey, lo entiendo.
Sin embargo, he llegado a entender que lo que unos llaman amor, de verdad no es el amor; sino que es manipulación. Me encanta cuando piensas tal como yo pienso, hablas como yo, haces lo que quiero que hagas… Te amo con niveles profundos de condiciones. Y el momento en que expresas tu individualidad o tus necesidades, esas mismas personas quitan todo el oxígeno de ese “amor” y te niegan lo que más necesitas porque nunca fue amor. Hmmm…
Admito que no quiero ese tipo de amor. Proverbios nos dice que el fuego prueba la pureza de la plata y el oro. ¿Ha sido probado tu amor? ¿Salió puro? Creo que es lo que hace el amor. “De tal manera amó Dios al mundo que dio…”
¿Qué das en tus relaciones de amor? ¿O estás pidiendo todo y sólo dispuesta a dar de maneras que te sirven? He llegado a entender que el amor no tiene interés propio… y al profundizar mi exploración de las maneras en las cuales amamos en nuestras imperfecciones comparado con el amor de Dios y sus requisitos. Me entristeció la realidad que nunca he experimentado TODO.
Puede que ahora piensas, ¡¿de qué está hablando?! Pues, me contenta que me preguntes. Se trata de amar a Dios de TODO corazón, con TODA tu alma, y con TODA tu mente. Esa reflexión me lleva a preguntar lo que debemos soltar para experimentar el TODO… ¿Es el orgullo? ¿La ira? Quizás una falta de perdón o celos. ¿Es un quebranto que no se ha sanado? Sólo tú sabes que debes soltar pero te prometo que no vale la pena para robarte la oportunidad de experimentarlo TODO. Y me convence que ésa es la clave para cumplir el segundo mandamiento de amarnos los unos a los otros tal como amamos a nosotros mismos.”
Hace años, escuché a Maya Angelou decir, “No confío en las personas que no se aman pero que me dicen, ‘te amo.’”
Hay un refrán africano que dice: “Ten cuidado cuando una persona desnuda te ofrece una camisa.” Lo entiendo mejor ahora que cuando primero lo escuché. Alguien no puede dar lo que no tiene.
Volviendo al punto de amar a Dios con TODO. Él nos da exactamente lo que requiere de nosotros y es eso que nos permite dar lo que se requiere a otros. Pero si verdaderamente no amas a Dios, puedo preguntar, ¿de dónde sale tu amor?
Si esperamos ser hechas perfectas en el amor y no ser atormentadas por las condiciones del amor mundano, tenemos que amar a Dios, tenemos que amar a nosotros mismos, y tenemos que amar a otros (1 Juan 4:18-20). Reflexionan en lo que necesitas soltar para experimentar TODO.
Lo que está pasando en nuestro mundo no son las tragedias mayores. En mi opinión, la mayor tragedia es no entender ni aceptar el amor profundo, bello e incondicional de Dios y viviendo ese amor todos los días en nuestros corazones y los unos con los otros.
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¿Alguna vez has leído toda la Biblia en un año? ¡Excelente! Si no, te lo recomiendo. Cada vez que he leído la Biblia por completo de una forma secuencial, he sido muy bendecida.
Sin embargo, si les soy honesta, cuando llego a ciertas porciones de la Ley y los Profetas, mis ojos se me ponen borrosas y doy gracias a Dios por no tener que recordar todos los detalles de esas instrucciones como Dios las dio a los israelitas.
No me malinterpretes. Dios, como nuestro Creador y Padre celestial, sabía de lo que estaba hablando al instruir a Su pueblo escogido para que viviera de cierta forma, basado en esas leyes. Y luego, por los profetas, les advirtió sobre lo que les pasaría si no guardaran esas leyes.
Gracias a Dios, Su plan y diseño original nunca fue el de someternos a cada detalle de esas leyes de por siempre. Los sacrificios fueron insuficientes hasta que llegó el sacrificio perfecto a la tierra, Jesucristo, el Hijo de Dios.
Le preguntaron a Jesús un día cuál era el mandamiento más importante. Simplificó y resumió toda la ley y los profetas de esta manera (Mt. 22:35-40).
35 Uno de ellos, experto en la ley, le tendió una trampa con esta pregunta:
36 ―Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?
37 ―“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”—le respondió Jesús—. 38 Este es el primero y el más importante de los mandamientos. 39 El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.
Cuando simplificamos todas las Escrituras, siempre vuelve al amor.
Una niña de cuatro años, que quería aprender a leer, comenzó a memorizar algunas palabras y frases cortas. La mamá, con mucha paciencia, le ayudó a escribir las letras y hacer los sonidos de ellas. Una de las primeras frases que aprendió a reconocer fue “te amo.”
Inspirada por el entusiasmo de la hija, e impulsada por amor a ella, la mamá dejó notas por toda la casa para que la hija las encontrara. Cada una decía “te amo.” Quería que su hija viera y escuchara ese mensaje de todas las formas posibles.
Unos días después, la niña entró en la cocina, cargando la Biblia de su mamá. “¡Mamá! ¡Mamá! ¿Sabes qué?”
Ignorando los dedos pegajosos a punto de rasgar la página de la Biblia, respondió, “Sí, hija. ¿Qué haces con la Biblia de mami?”
“Yo leo la Biblia de mami. ¡Y dice “te amo” en cada página!”
La mamá también necesitaba escuchar la verdad de “te amo” de Su Padre celestial. Sorprendida por la esa verdad, revelada por su hija, la mamá se sentó con su hija en el piso de la cocina y afirmó esa enseñanza sencilla de las Escrituras, el mensaje central de toda la historia de amor de Dios.