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Escrito por Beliza Patrícia, Coordinadora de Brasil para el Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Hay un dicho común en la mayor parte de Brasil: "Dime con quién caminas y te diré quién eres". Repetido por madres, abuelas y docentes, este dicho tiene un significado muy claro: somos como las personas con las que pasamos el tiempo. Pero esta comprensión no es nueva. Amós 3:3 dice: “¿Pueden dos caminar juntos sin antes ponerse de acuerdo?” (NVI)
Los jóvenes cristianos escucharán 2 Corintios 6:14 en innumerables clases y estudios bíblicos. “No formen alianza con los incrédulos. ¿Qué tienen en común la justicia y la maldad? ¿O qué comunión puede tener la luz con la oscuridad?” Un yugo es un trozo de madera que conecta a los animales permitiéndoles trabajar juntos, tirando de un carro, por ejemplo. De esta forma, el peso se reparte equitativamente entre ambos. Sin embargo, si los animales son demasiado diferentes, el yugo distribuirá el peso de la madera de manera desigual, provocando que uno de ellos lleve una carga demasiado pesada. En otras palabras, el yugo será desigual.
Esta ilustración se utiliza a menudo como una alerta sobre las dificultades de un cristiano para casarse con un no cristiano. Y esto tiene mucho sentido: ¡la unión matrimonial no es sólo física! ¡También es una unión espiritual! Pero ¿se aplica este ejemplo sólo al matrimonio? ¡No! Ya sea que nos casemos o no, tenemos relaciones con otras personas que participan e influyen en nuestras vidas. Por eso, debemos estar atentos y tener criterios claros a la hora de elegir con quién caminaremos. ¿Pero por qué?
Quizás pienses: “¡Soy fuerte! ¡Puedo llevar el yugo! Veamos la explicación que brindan las Escrituras sobre por qué no debemos ponernos en la posición de estar en yugo desigual, mostrando las diferencias que hacen que un cristiano sea incompatible con el pecado del mundo que 1 Juan 5:19 nos dice que está controlado por el malvado.
¿Qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿Qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿En qué concuerdan el templo de Dios y los ídolos? Porque nosotros somos templo del Dios viviente. Como él ha dicho: «Viviré con ellos y caminaré entre ellos. Yo seré su Dios
y ellos serán mi pueblo»”. (2 Cor 6:15-16)
- Justicia versus maldad: Jesús vino a justificar, quitando el pecado; ahora quien cree en Jesús vive para la justicia, no para el mal.
- Luz versus oscuridad: El pecado y las mentiras del mundo son oscuridad, pero la verdad de Jesús ilumina la vida del creyente.
- Cristo versus Belial: El término Belial se asoció con Satanás, ya que la expresión en hebreo significa inútil; en otras palabras, el adversario de Cristo. El creyente vive para Cristo y es enemigo del diablo.
- Creyente versus no creyente: El creyente cree en Jesús y no lo rechaza.
- Templo de Dios versus ídolos: El creyente tiene a Jesús viviendo dentro de ellos, por eso son templo de Dios; por lo tanto, no pueden adorar a otros dioses.
Este pasaje bíblico enfatiza todas las cosas con las que nosotros como cristianos no debemos asociarnos. Nota que la Palabra dice “No formen alianza”; en otras palabras, podemos ser nosotros quienes nos pongamos en situaciones como ésta y decidamos vivir en yugo desigual. Sin embargo, es importante aclarar que el pasaje no se refiere al aislamiento. Evitar un yugo desigual no significa distanciarnos de las personas que no son cristianas, sino de las cosas malas que hacen.
Estamos llamadas a construir amistades reales y profundas con los no creyentes, difundiendo el amor de Cristo, pero no podemos estar de acuerdo con el pecado, ni participar en él (Juan 17:15-18). Cuando estamos entre personas que no son cristianas debemos dar testimonio de Jesucristo, y muchas veces esto implica saber decir no en muchas situaciones. Jesucristo siempre caminaba entre corruptos y gentiles, pero nunca se contaminó con sus pecados, no aceptó ni se conformó con su comportamiento y les mostró el camino de la luz predicando el evangelio y el arrepentimiento.
¿Estás eligiendo sabiamente tus asociaciones?
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Escrito por Katie Forbess, presidente de la Junta Directiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
La definición de la gracia es el favor que no merecemos. “Nosotros amamos porque Él nos amó primero.” (1 Juan 4:19)
Quería contarte cómo el decir y el escuchar, “te perdono,” es una parte importante del proceso de perdonar. Pero en la historia que te contaré, nadie nos pidió perdón y no pudimos decir, “te perdono”. Pero sí puedo contarte de la sanación que ocurre como resultado del perdón y del cumplimiento del ministerio de reconciliación a la cual Cristo nos ha llamado.
La definición de la gracia es el favor que no merecemos, y está bien conectada con el perdón.
El otoño del año pasado cuando alguien nos hizo algo incomprensible en contra de mi familia, nos sentamos en la mesa de la cocina y perdonamos a la persona sin saber siquiera quién era o de qué se trató exactamente. Sabíamos que todo el asunto se basó en una gran mentira y que sólo Dios lo tendría que sacar a la luz. Fue definitivamente un momento de “la verdad os hará libres”.
¿Por qué perdonamos entonces? Lo hicimos porque no era posible vivir esperando con el estrés y lo desconocido de las tres semanas siguientes sin perdonar. Nos han dicho cada domingo de nuestras vidas que Cristo murió por nuestros pecados, que todos somos pecadores, que no hay ninguno que no ha pecado y que tenemos que perdonar a los demás. Tuvimos que poner en práctica el perdón y aprendimos que todo lo que Dios nos pide en la vida, lo hace para el bien de los que lo aman.
El perdón que dimos no tenía nada que ver con la identidad de la persona, porque no sabíamos quién había dicho la mentira. Tampoco perdonamos porque somos personas tan extraordinarias, porque no lo somos. La única manera que tengo para explicarlo es que el amor que tenemos para Dios y nuestro deseo por seguir el ejemplo de Cristo en nuestras vidas diarias hizo que perdonar fuera nuestra primera respuesta. Hemos sentido el poder de Su perdón y sabido que es algo que hemos sido llamados a compartir.
El perdón no tiene nada que ver conmigo o con la otra persona. El perdón tiene todo que ver con la obediencia y con nuestra reconciliación verdadera con Dios.
Jesús es claro en el Padre Nuestro referente a la relación entre perdonar a los demás y el perdón de Dios para nosotros. Perdonamos para que seamos perdonados. Creo que esto es así porque no podemos siquiera comenzar a imaginar el perdón de Dios hasta que nosotros mismos realicemos el proceso de perdonar a otros. La diferencia es que todos somos pecadores tal como las personas que perdonamos, mientras Dios es distinto porque es perfecto y nos perdona a nosotros de todas maneras, y lo hace de la manera más completa.
¿Recuerdas la sensación de recibir el perdón de tus pecados cuando te levantaste de las aguas del bautismo? ¿Recuerdas la sensación de tomar la Cena del Señor por primera vez como miembro de la iglesia?
¿Recuerdas una ocasión cuando lastimaste a alguien y tuviste que pedir perdón? ¿Recuerdas cómo era dudar si la otra persona te iba a perdonar o no? No tenemos que dudar de Dios. Somos perdonados y seremos perdonados. ¿Qué haremos al respecto en cuanto a nuestras relaciones con los demás?
Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros ofensores. - Mateo 6:12