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Escrito por Deanna Brooks, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
“Te perdono… ¡y te amo!” ¡Qué dulces palabras cuando el pecado ha creado una brecha en una relación!
El perdón viene de nuestro Padre Celestial. Incluso antes de que el mundo fuera creado, Él sabía que el perdón y la reconciliación serían parte del plan (Ef 1:4; 2 Tim 1:9).
En Éxodo 34:6-7, leemos una de las primeras descripciones de nuestro Dios: “… Dios compasivo y misericordioso, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después y que perdona la maldad, la rebelión y el pecado” (NVI). El deseo de Dios de perdonar es parte de quién es Él, es parte de Su carácter. Es por eso que envió a Jesús a la tierra y por eso Jesús estuvo dispuesto a morir por nuestros pecados.
Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar, parte de la oración que les enseñó fue: “Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.” (Lc 11:4). Le pedimos a Dios que nos perdone, pero eso significa que también debemos tener un corazón para perdonar a los demás.
En Colosenses 3:13 Pablo escribió: “… que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes.”
Cuando Jesús estaba enseñando a Sus discípulos, Pedro le preguntó con qué frecuencia debía perdonar a alguien, y luego sugirió: “¿Hasta siete veces? —No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18:21-22).
Los judíos volvieron a Amós 2:6 y concluyeron que sólo debían perdonar tres veces. Al preguntarle a Jesús si siete era suficiente, Pedro había más que duplicado el límite tradicional, usando un número que en aquellos tiempos simbolizaba completación o perfección en lugar de un límite literal de cuántas veces debemos perdonar.
El perdón de Dios no tiene límites cuando una persona está arrepentida.
Dos cosas para recordar:
Cuando perdono, la persona puede aceptarlo o no.
Cuando pido perdón la persona puede darlo o no.
De cualquier manera, he hecho lo que Dios quiere que haga.
Cuando perdono, me quita la ira y el resentimiento. Significa que ya no me concentro en el pecado o el dolor, y puedo elegir perdonar, incluso si la persona no me ha pedido perdón. Vivimos en un mundo donde hay desaires y heridas involuntarias y, a veces, el ofensor desconoce por completo cómo se reciben sus acciones.
Cuando soy perdonada, significa que la persona ya no me hace responsable de esas acciones.
Sin embargo, el perdón no siempre significa reconciliación. Puede haber consecuencias que no se puedan reparar. Algunas cosas nunca se pueden arreglar. Es posible que la relación nunca vuelva a ser lo que era.
Ahí es donde nuestro Dios es diferente. Cuando Él perdona, nuestro pecado se olvida y se restablece la relación con nosotros como Su hijo, que Él pretendía desde el principio.
Tener un corazón que perdona no significa pasar por alto el pecado y dejarlo de lado. Puede significar que confrontemos a la persona con amor. Gálatas 6:1 lee, “Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado.”
Tenemos la responsabilidad de velar por los demás y confrontarlos como lo hizo Natán con David (2 Sam 12). Todos necesitamos un amigo que venga a nosotros si nos ve haciendo algo que nos separe de Dios.
El objetivo final del perdón es poder volver a una relación santa con nuestro Padre Celestial.
Cuando oramos pidiendo perdón a nuestro Padre, nunca olvidemos que este perdón le costó a Jesús dolor, sufrimiento y muerte. ¡Así de amados somos!
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Escrito por Liliana Henríquez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colombia
De la misma forma como una hoja de papel puede adoptar diferentes formas y figuras de origami, así mismo, las relaciones interpersonales pueden moldearse de diferentes maneras según las expectativas que tenemos. Naturalmente, esperamos que las personas con las que nos relacionamos, tengan una forma de ser parecida a la nuestra, nuestros mismos valores, mismos puntos de vista, mismos gustos, etc. Sin embargo, no siempre sucede así. En el transcurso de mi vida adulta, he tenido amigos que sólo han permanecido en ciertas temporadas de mi vida y otros que aún conservo y con los que mantengo un trato cercano. He tenido amistades que he tenido que dejar porque ya no estamos en la misma página y es mejor tomar caminos separados, como Pablo y Bernabé en Hechos 15.
El tema de las expectativas no sólo aplica a nivel de amistades y parejas, sino también en lo ministerial y profesional. Considero que es totalmente válido aceptar que a veces crecemos en direcciones diferentes, que tenemos personalidades distintas y que como bien dice el dicho: “cada cabeza es un mundo”. Lo importante es que aprendamos a tener expectativas realistas, saberlas comunicar para que la relación se fortalezca, evitar idealizar a las personas y estar conscientes de que sin importar el tipo de relación que tengamos, nuestra esencia no debe cambiar. Somos cristianas y por encima de todo, deben prevalecer el amor y el respeto.
Somos luz y debemos alumbrar. (Mt 5:14)
Somos sal y debemos dar sabor. (Mt 5:13)
Tenemos el Espíritu Santo y debemos dar su fruto. (Gál 5:22-23)
Sé que duele dejar amistades y relaciones que pensábamos que iban a ser más duraderas. Pero es importante saber identificar cuando ya no somos la compañía adecuada para alguien y cuando alguien no lo es para nosotros, porque al final, nos terminamos haciendo daño mutuamente. La primera opción siempre es y será arreglar o restaurar el vínculo, pero si luego de todo el proceso, no se logra la armonía entre ambas partes, lo mejor es decir adiós.
Es importante escoger sabiamente a las personas que nos van acompañar en las diferentes temporadas de nuestra vida. Si de expectativas se trata, unas expectativas sanas que podríamos tener son coincidir con personas nutritivas,
- Que saquen lo mejor de nosotras,
- Que nos acerquen más a Dios,
- Que se alegren de nuestros éxitos y
- Nos apoyen en nuestros momentos más tristes.
“En todo tiempo ama el amigo, Y es como un hermano en tiempo de angustia.” Prov. 17:17 (RV1960)
Personalmente, deseo seguir coincidiendo con personas que, sin importar sus diferentes formas y personalidades, me permitan mantener mi esencia cristiana. Quiero seguir siendo luz, sal y dar el fruto del Espíritu Santo en todas mis relaciones. ¿Y tú? ¿Cuáles son tus expectativas a nivel relacional?