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Escrito por Elesa Goad Mason, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Texas
Cuando pienso en fidelidad y lealtad, la primera imagen que me viene a la mente es la de un perro. Un ser que siempre regresa, independientemente de cómo sea amado o tratado, que es leal y protector hasta el punto de ponerse en peligro. Me gustaría pensar que mis queridas mascotas estarán allí conmigo, compartiendo nuestro hogar eterno.
En la Biblia hay muchas personas que fueron fieles y leales a Dios. Algunos menos conocidos que mostraron gran fe en el Señor, aunque sólo fuera al tocar Su manto. Son el oficial romano que suplicó por la vida de su hija (Mt. 8:5-13), la mujer entre la multitud que desesperadamente tocó Su manto (Mr. 5:25-34) y finalmente la persistente mujer gentil que suplicaba por la sanidad de su hija (Mt. 15:21-28).
Una de las personas más leales de la Biblia, por supuesto, es el mismo Jesús. Hubo muchos otros grandes, incluidos Abraham, Elías, Juan el Bautista y Rut, cuya lealtad tomó el camino de máxima resistencia (Rt. 1:12-13). Sin embargo, mi favorito es Moisés, el único personaje que la Biblia describe como un “amigo de Dios” (Éx. 33:11). Sólo puedo imaginar cómo sería estar tan cerca de Dios que Él me considerara Su amigo.
Cuando Moisés tenía 40 años, su viaje de fidelidad dio un giro rotundo al matar a un soldado egipcio (Éx. 2:11-15). Pasó los siguientes 40 años construyendo lo que pensó que sería su vida como pastor en el desierto de Madián. Las cosas ciertamente cambiaron cuando tenía 80 años y se encontró con Dios en una zarza ardiente. No sé ustedes, pero si yo tuviera 80 años y recibiera esta gran petición de Dios como lo hizo Moisés, ¡me preguntaría por qué tardó tanto en llamarme!
Más aún, Moisés confiaba tan profundamente en Dios que dejó el trono de Egipto para convertirse en un humilde siervo y pastor en el desierto. En ese momento, ¡Dios vio su fe y lo preparó para ser uno de los hombres más importantes del Antiguo Testamento!
Dios y Moisés tenían una relación muy fiel y leal. Su emocionante vida ha sido el tema de muchas historias bíblicas enseñadas durante generaciones. Moisés hizo todo lo que Dios le pidió y lo hizo bien. Y a su vez, Dios le dio a Moisés todo lo que necesitaba para lograr lo que le pidió. A lo largo de todo el viaje desde Egipto a la Tierra Prometida, Dios proveyó lo que el pueblo necesitaba para que creyeran en Moisés y pusieran su fe y esperanza en el Único Dios Verdadero.
Tener una relación tan estrecha con Dios tuvo que haber sido abrumador. Imagínate poder escuchar la voz de Dios y tener Su gloria literalmente pasando ante ti, tan cerca que Dios tendría que esconderte en la grieta de una roca para protegerte de morir si vieras Su rostro (Éx. 33:18-20). Moisés fue un pináculo de fidelidad y lealtad que se construyó sobre el Fundamento Firme, que luego se nos revela en la forma corporal de Jesucristo. Es en Él que debemos poner toda nuestra lealtad y fe.
Debemos aspirar a tener una fe tan sólida como la de Moisés. Pero a veces la fidelidad no es tan fácil como podríamos pensar, ni siquiera para Moisés.
Números 20 cuenta la historia de Dios proporcionando agua a través de Moisés a un pueblo ingrato. Moisés golpeó la roca dos veces con su vara en lugar de hablarle como Dios le había ordenado y le dijo al pueblo que nosotros les proporcionaríamos esta agua. Dios estaba tan enojado con Moisés y Aarón que les dijo que nunca entrarían en la Tierra Prometida con los israelitas. Me parece un castigo bastante duro para un desliz tan técnico.
Sin embargo, al decir “nosotros”, Moisés no sólo no enseñó a los israelitas acerca del poder de Dios, sino que minimizó la fuerza de Dios al golpear la roca. No creo que Dios pensara que Moisés había perdido su fe en Él. Pero Él es un Dios celoso (Éx. 34:14) y no tolerará nada menos que nuestra total convicción. Moisés falló en su fe en Dios y su falta de humildad lo mantuvo fuera de la Tierra Prometida. ¿Cuántas “Tierras Prometidas” nos perdemos por nuestra falta de humildad?
Aunque Moisés no pudo cruzar, la gracia de Dios mostró Su fidelidad a Moisés cuando le permitió ver la tierra y luego, estoy segura, le dio la bienvenida a casa.
¿Qué podemos aprender de esto? Cuando nos enamoramos de quiénes somos o de lo que podemos hacer en lugar de lo que Dios nos ha dado o de lo que sólo Él puede hacer, fallamos en nuestra fe y no reconocemos todo lo que Dios es. En esos momentos en los que Dios dice que no porque nuestra fe nos falla, y nos pasará, ¡Su gracia eterna dice que sí!
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Escrito por voluntarias del Ministerio Hermana Rosa de Hierro Crismarie Rivas (hija) desde Ecuador y Johanna Zabala (madre) desde Venezuela
Cuando hablamos de la gracia en las relaciones, nos situamos en aspectos personales, familiares, laborales, sociales y de amistad, conectándonos de manera inmediata al precioso enfoque espiritual; porque como sabemos, la gracia no fuera gracia, si no hubiera sido dada por Dios.
Un ejemplo claro es el del apóstol Pablo quien, por medio del Espíritu Santo, le habla a la iglesia en Éfeso, y hoy en día a nosotras, mencionando que "Por gracia somos salvos" (Ef. 2:1-10).
Esto nos muestra un favor gratuito e inmerecido que viene del amor y voluntad de Dios hacia todo ser humano sobre la faz de la tierra, pero que conlleva una serie de características únicas de la gracia salvadora de nuestro Señor Jesucristo, que es Su amor, bondad, compasión, consideración y misericordia hacia cada una de nosotras.
Hoy en día, encontramos una sociedad que poco conoce la gracia redentora de Jesucristo, es por ende que muy escasamente en el mundo existe la gracia en las relaciones.
Sin embargo, para cada una de nosotras como hijas y conocedoras de la voluntad de Dios a través de Su gracia dada por medio de Su hijo, nuestro Señor Jesucristo, se hace necesario incentivar la gracia en las relaciones y muy especialmente en la familia de la fe. Esto abarca en todos los sentidos, en el amor, la bondad, la compasión, la consideración y la misericordia entre todas.
Estos son elementos claves para una verdadera relación en gracia y del sentimiento común en Cristo que nos lleva a la práctica lógica del mandamiento directo de amarnos los unos a los otros, indicado en 1 Juan 4:7, y nos vincula con la obediencia a Dios.
Ante tal efecto, es la gracia de Dios un regalo divino y maravilloso que nos brinda amor, perdón y fortaleza para fomentar la comprensión, la reconciliación y el crecimiento espiritual que nos une poderosamente.
En la Biblia se enseña muchísimo sobre la aplicación de la gracia en nuestras relaciones y escudriñando una vez más, Efesios 1:6-7 (RVR) nos recuerda: "para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia". Es decir, la gracia de Dios nos acepta tal como somos, y nos libra de la carga del pecado a través del sacrificio de Jesús.
Así mismo, la gracia precede al perdón y reconciliación: "Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros" (Col. 3:13 RVR).
Por lo tanto, la gracia nos llama a perdonar como Cristo nos perdonó. Al perdonar, abrimos de inmediato la puerta a la reconciliación y a la madurez en cada relación. Primera de Corintios 13:4-7 (RVR) bellamente nos manifiesta:
El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Entonces, es grande reconocer que la gracia nos capacita para ser pacientes y tolerantes en todas nuestras relaciones, reflejando el amor de Dios en nuestra conducta y acciones. Y es acá, cuando la gracia se convierte en un servicio desinteresado, siendo un hecho único y santo que nos libera para servir a los demás con amor, sin esperar nada a cambio, siguiendo el ejemplo fiel del amado Jesús.
Por último, la gracia también permite una comunicación edificante. Pues nos lo reafirma Efesios 4:29, "Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes", por lo que la gracia santificante se manifiesta igualmente en la forma en que nos comunicamos, cuando como damas de Dios las unas a las otras nos edificamos y alentamos con palabras, llevando al mismo tiempo gracia a quienes nos escuchan.
En conclusión, amadas hermanas, la gracia de Dios es hermosamente fundamental en toda relación saludable y fructífera. Hay una necesidad indiscutible de aplicarla en nuestras interacciones personales, familiares y espirituales para todas poder experimentar la plenitud del amor y la paz que provienen de Dios. Que, en adelante, este favor exclusivo de parte del Padre Celestial nos inspire a vivir en la gracia y a reflejarla siempre en cada una de las relaciones en la que nos encontremos. Preguntémonos a diario ¿nos acompaña y unifica la gracia del Espíritu Santo en todo tiempo?