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Escrito por Kara Benson, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Alabama
Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca, como cordero fue llevado al matadero,
como oveja que enmudece ante su trasquilador, ni siquiera abrió su boca. (Is. 53:7 NVI)
Sabiendo que su traición y arresto eran inminentes, Jesús estaba angustiado. Su sudor se convirtió en gotas de sangre cayendo al suelo. Había llegado el momento. La muerte ya no estaba a lo lejos; había llegado a la puerta de Su casa. ¿Cómo podría llevarlo a cabo? ¿Cómo pudo Jesús sufrir no solo el abandono, la humillación, la tortura y la crucifixión, sino también cargar con los pecados y las penas de la humanidad? Cristo pudo ser entregado hasta la muerte debido a Su humildad, confianza en Dios y amor por nosotros.
Humildad
[Jesús] quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!! (Fil. 2:6-8)
Jesús quería que la copa pasara de Él y oró para que así fuera, pero se humilló y aceptó el plan de Dios (Mt. 26:39). El divino Hijo de Dios asumió voluntariamente el estatus social más bajo, sirvió, se sacrificó y sufrió para poder simpatizar con nosotros y asegurar un medio de salvación. De acuerdo con el versículo anterior en Filipenses 2, ¡estamos llamados a tener la misma mentalidad y actitud de humildad que Cristo (v. 5)!
Confianza en Dios
Porque Cristo se humilló a sí mismo y se sometió a la muerte,
Dios lo exaltó a lo más alto y le dio el nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Fil. 2:9-11)
Jesús confiaba en que Dios cuidaría de Él y lo glorificaría en el momento apropiado. Su fe era más grande que Su confusión. "Como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor ..." (Lc. 22:44). Jesús derramó Su corazón en oración. Él no reprimió Sus emociones ni su dolor. Tampoco se contuvo; Él obedeció plenamente a Su Padre y dio Su vida (Jn. 10:17-18). La profunda confianza de Cristo en el Padre le permitió comprometerse con la muerte.
Amor por nosotros
Si bien es posible que alguien se atreva a morir por una persona justa, morir por una persona injusta generalmente se consideraría absurdo. Sin embargo, Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores: “A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los impíos" (Ro. 5:6). Además de crearnos, darnos el aliento en nuestros pulmones y mantener todas las cosas juntas en el Hijo, Romanos 5:8 identifica cómo Dios demuestra Su amor por nosotros: "Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros". Verdaderamente Cristo es el Buen Pastor que da Su vida por Sus ovejas (Jn. 10:14-15).
El compromiso de Cristo con la muerte fue más que un compromiso con Su propia muerte; fue también un compromiso con nuestra muerte.
El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado. (2 Co. 5:14-15)
Como discípulos de Cristo, debemos seguir Su ejemplo. Debemos estar dispuestos a morir por nuestro Señor.
En lugar de un sacrificio monumental que podríamos hacer en el futuro, nuestro enfoque debe estar en la devoción diaria: “Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc. 9:23-24). Ese llamado viene con una promesa: "... sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10).
Estamos llamados, comprometidos, a morir a nosotros mismos y a vivir en Cristo, para Cristo, por Cristo y con Cristo en nosotros.
Yo, por mi parte, mediante la Ley he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí. (Gá. 2:19-20)
A la luz del compromiso de Cristo con la muerte y de nuestro llamado a seguir Sus pasos, “fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Heb. 12:2).
Al igual que nuestro Señor, practiquemos la humildad, la confianza en Dios y el amor. ¿Cómo puedes destacar aún más en cada una de estas áreas?
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Escrito por Beliza Kočev, Coordinadora en Brasil del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
En 2023 tuve la oportunidad de conocer a hermanas de varios países africanos que estaban en Angola para un evento de la iglesia. Yo, junto con dos hermanas más, representé al Ministerio Hermana Rosa de Hierro, desarrollando actividades y clases. En una de las clases hablamos del templo de Jerusalén y del velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo (Ex. 26,33). Cuando enseñamos sobre la muerte de Jesús y sobre cómo en ese momento se rasgó el velo del templo (Mt. 27:51), lo ilustramos rasgando un pedazo de tela mientras narrábamos lo que sucedió, y su reacción me sorprendió…
¡Estaban tan emocionadas! ¡Empezaron a celebrar! ¿Sabes cuando es la final del torneo y todo el mundo celebra que su equipo gana? ¡Esa era la escena que estaba presenciando! Esas mujeres estaban celebrando que la muerte de Jesús nos dio acceso directo a Dios. El precio por el pecado fue pagado.
¡Así es como todos deberíamos celebrar, sabiendo que Jesús venció a la muerte cuando resucitó! La resurrección de Jesús es el hecho más importante del cristianismo (1 Co. 15:14). La resurrección es el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, la manifestación de las cosas que Jesús había anunciado a Sus discípulos y la confirmación de que Él es el Hijo de Dios.
Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte. 11 Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos. (Fil. 3:10-11 NVI)
Pablo estaba en prisión cuando escribió la carta a los Filipenses, en prisión como castigo por predicar el evangelio. Y aunque en algunos momentos probablemente no esperaba sobrevivir, invirtió su tiempo en cautiverio escribiendo gran parte de lo que hoy conocemos como el Nuevo Testamento. Incluso en medio de sus dificultades, Pablo compartió su gran deseo de conocer a Jesús y experimentar el poder que levantó a nuestro Salvador de la tumba.
La resurrección de Cristo nos trae esperanza. La maldad y el dolor de este mundo son pequeños comparados con Su poder. Y no solo pequeño, sino temporal. 1 Corintios 6:14 dice: “Con su poder Dios resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros”. Si queremos la esperanza de la resurrección, no podemos vivir como si Jesús no hubiera resucitado, como si estuviéramos en el lado perdedor.
Al leer Romanos 6 entendemos que, así como Jesús murió y resucitó, es la voluntad de Dios que muramos al pecado y vivamos para Cristo. Al seguirlo, Jesús nos da la oportunidad de resucitar a una nueva vida; no solo la vida eterna cuando dejemos esta tierra, sino comenzando ahora a disfrutar de la comunión con Dios y el poder del Espíritu Santo para ayudarnos a vencer el pecado.
Imagínate la vida de aquellos que vieron a Jesús morir y luego resucitar. Sus vidas cambiaron por completo. La fe es la certeza de lo que no vemos y la resurrección de Jesús cambió nuestras vidas a pesar de que no fuimos testigos oculares.
El poder que derribó la muerte es el mismo poder que derriba el poder del pecado en nuestras vidas. Que nuestro deseo sea como el de Pablo: conocer profundamente a Cristo y sentir en nosotros el poder de Su resurrección.