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El niño de cinco años espera la Navidad. La madre espera una noche de buen descanso. El abuelo espera la próxima visita de los nietos.
El estudiante espera a que termine el semestre. La empleada espera su promoción. El obrero espera la vacación. Y la esposa estresada espera a que pase esta temporada difícil en la vida.
Todos estamos esperando.
Esperamos en anticipación de lo que viene. Y muchas veces, el esperar está lleno de esperanza y expectativas emocionantes. Sin embargo, el paciente que espera las noticias del médico quizás prefiere extender el tiempo de espera para no escuchar que volvió el cáncer. La joven esposa que ha pasado años esperando bebé no quiere esperar otro mes para ver si se van a realizar sus sueños.
Todos estamos esperando.
En las Escrituras, leemos sobre una gran multitud de fieles que esperaron y nunca lograron ver lo prometido:
“Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta[e] sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor” (Heb. 11:39-40).
Hoy, me acuerdo que el esperar se trata de confiar en Él que tiene mayor perspectiva de todo.
Durante esta época del año, recordamos la anticipación, el esperar, las expectativas con el niño Cristo. El tiempo de Dios era perfecto.
Puede que no sepamos la fecha exacta en la que Jesús vino a la tierra, pero sabemos que Dios estaba esperando y planificando para el momento preciso.
Puede que no sepamos la fecha exacta en la que nuestra temporada de espera culminará, pero el tiempo de Dios es perfecto. Y aún cuando no todo sale como quisiéramos o esperábamos… pues quién enviaría al Rey de Reyes a nacir en un pesebre… podemos confiar que Dios es mayor que cualquier circunstancia y que cualquier tiempo de espera valdrá la pena.
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La oración al final de Efesios 3 siempre ha sido una de mis favoritas. Nos recuerda del ancho, largo, alto y profundo que es el amor de Cristo… de Su poder que obra en mí… y que Él puede hacer muchísimo más de lo que puedo imaginar o pedir. ¡Increíble!
Estos versículos conocidos me llenan de esperanza, pero la renovación de fuerza vino cuando tomé un momento para reflexionar en la manera en la que la fe y el amor son elementos íntegros en hacer que todo eso sea posible. Cristo mora en mi corazón por fe. Y es esa fe que me permite comprender la grandeza de Su amor. Hasta puedo conocer ese amor que sobrepasa todo conocimiento. Ni me cabe en la cabeza esa verdad. Vuelve a leer esos versículos conmigo de Efesios 3:14-21. Y que tú también te arraigues y te cimientes en ese amor, llena de la fe que obra poderosamente en nosotras.
14 Por esta razón me arrodillo delante del Padre, 15 de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. 16 Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser, 17 para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que, arraigados y cimentados en amor, 18 puedan comprender, junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; 19 en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios.
20 Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros, 21 ¡a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén.