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Nunca he roto un hueso, pero creo que es por mis coyunturas flexibles. Mi cadera derecha es una de las que me causa problemas de vez en cuando. Últimamente, me ha dolido más de lo normal. Quizás el clima, un mal movimiento, un viaje largo manejando, o estar sentada demasiado tiempo en el escritorio… No me acuerdo bien la causa y es más probable que es una combinación de esas mismas cosas.
Mi hermana que es fisioterapista me ha animado con unos ejercicios específicos que fortalecen los músculos cercanos. Pero mi propósito hoy no es el de regalarles una lista de mis aflicciones físicas. Prefiero mostrar unos paralelos entre nuestro estado físico y el espiritual porque literalmente y figurativamente, hasta espiritualmente hablando, me duele la cadera.
¿Te acuerdas de cuándo Jacob y Dios lucharon toda la noche y la próxima mañana, como parte da la bendición que Jacob pidió, el ángel le torció la cadera? ¡Qué tremenda historia de batalla que Jacob tenía sobre su herida! Gloriosa o no, la verdad le dolió. Y cada vez que le dolía la cadera, le recordó del tiempo que pasó luchando con Dios.
Estoy aprendiendo a tratar el dolor físico en mi cadera como recordatorio espiritual de la paciencia que tiene Dios al luchar conmigo… acompañarme en mis luchas y en los momentos difíciles. Él es fiel. Y tiene un plan. Mi dolor es mínimo en comparación con el mayor trabajo que Él está realizando en mi vida para moldearme más en Su imagen y guiarme en Su camino eterno.
No les voy a contar los detalles de mis batallas con Dios actuales, pero sé que las tienes también. ¿Con qué estás luchando ahorita? ¿Qué es lo que Dios te está enseñando durante este tiempo?
No podemos dejar que las batallas nos impidan en nuestro bien espiritual. Y no podemos caer en la trampa de comparación cuando vemos las batallas de otros. Cada quien tiene su propia batalla.
Te animo a compartir tus batallas y las lecciones que estás aprendiendo de ellas con una hermana en Cristo, una amiga… una Hermana Rosa de Hierro. Tal como Dios trabaja en nuestras vidas con la firmeza del hierro, afilándonos para que seamos el mejor instrumento posible, nos da hermanas que pueden servir como hierro afilando a hierro. Y como Dios, el Jardinero divino, nos trata con la delicadez de una rosa, pone a otras en nuestras vidas para animarnos en las áreas en las que anhelamos crecer y florecer.
Toma un momento hoy para compartir tus batallas con una Hermana Rosa de Hierro. Oren juntas usando los Elementos Comunes al caminar juntas en el camino hacia la sanación y la plenitud en Cristo.
#HermanaRosadeHierro #nohaypartepequena #nohaybatallapequena #ElementosComunes #sigueluchando
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Escrito por Rosa Pérez, Voluntaria de Ministerios Hermana Rosa de Hierro en Little Rock, AR
Como seres humanos, hemos sido creados para conectarnos unos a otros. Nuestra existencia depende mucho de las relaciones que formamos. No podemos vivir aislados, de lo contrario moriríamos. De esa manera, tenemos que ser parte de algo usualmente más grande que nuestro propio individuo. Como somos parte de un grupo, usualmente compartimos u ofrecemos algo. Somos partícipes de ese grupo porque tenemos dones o habilidades que ofrecer. Algunos grupos de personas que usualmente conocemos en nuestro tiempo son escuelas, universidades, y empresas privadas o públicas. Lastimosamente, nuestra sociedad ha llegado a organizar estos grupos de personas en una forma muy diferente. Hemos llegado a dividir los diferentes roles que cada persona trae a la mesa en una manera muy distinta a la que nos muestra Jesús. Dividimos a personas por posiciones y jerarquías, haciendo algunos de los roles de algunas personas más importantes que otras. Por ejemplo, el rol de un jefe de una empresa es muchísimo más importante que el del guardia que abre y cierra las puertas de esa empresa. En nuestra sociedad, nosotros no honramos esos pequeños trabajos. A veces de esa misma manera menospreciamos esos pequeños roles que existen en la iglesia.
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función.” (Romanos 12:3-4)
El cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, tiene miembros con diferentes funciones porque tenemos diferentes dones. Cada don es un regalo de Dios. No hicimos nada para obtener nuestros dones. De esa manera no tenemos que jactarnos y menospreciar los dones de otros.
“Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado.” (Romanos 12:6a)
Al igual que la mujer que echó un perfume precioso sobre la cabeza de Jesús. Ella, siendo una simple mujer de un pueblo, guardó un perfume muy costoso para Jesús. “Ella hizo lo que pudo. Ungió mi cuerpo de antemano, preparándolo para la sepultura” (Marcos 14:8). Era necesario lo que hizo esa mujer con lo que tenía. Ella tomó un gran papel para ese precioso sacrificio que Jesús iba a hacer por toda la humanidad.
Así como la mujer que dio de su parte para algo tan grande, nosotros tenemos igual una pequeña parte para algo mayor que nosotros mismos. Y eso nos enseña Jesús cuando nos muestra como es el reino de Dios en Mateo 13: “Aunque sea la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan en sus ramas” (Mateo 13:32). Una semilla tan pequeña como la de la mostaza, llega a crecer un árbol tan grande que hasta las aves se posan en él.
Santiago también nos da otro ejemplo de la importancia de partes pequeñas que llegan a tener funciones importantes. “Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere” (Santiago 3:4).
Llegamos a ser parte de algo más grande que nosotros mismos, de Su Cuerpo. “Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo” (1 Corintios 12:27). De esa misma manera todo miembro aun el más pequeño, tiene un papel muy grande y lo más hermoso es llegar a ser parte de Su precioso cuerpo.
“Así sucede en la iglesia. Somos muchos miembros, pero formamos un solo cuerpo, y entre nosotros hay una dependencia mutua.” (Romanos 12:5)