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Escrito por Kat Bittner, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colorado Springs, CO.
“Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro.” (Efesios 4:16)
¿Alguna vez te has puesto a pensar en las pequeñas cosas de la vida? Sabes, esas cosas obscuras que probablemente extrañaríamos si nos topamos con que de repente no las tendremos más. El primer sorbo del café en la mañana. Sábanas frescas. Sonrisas. Los lóbulos de las orejas. Días en que el cabello está bonito. En la superficie, estas cosas parecen ser intrascendentes en todo el esquema de la vida. Pero a menudo somos totalmente dependientes de estas partes periféricas.
Me recuerdo de un momento en el que me torcí el dedo meñique del pie en la mesa de café. Antes de ese momento, yo podía ir cada día sin pensar en ese dedo particular. Estaba allí, sí, pero nunca antes había parecido tener ninguna importancia real. Sin embargo, después de torcerlo, me di cuenta de la parte significativa de mi cuerpo que es. Era incómodo caminar. Usar calcetas o zapatos era agonizante. Las pedicuras se quedaron a un lado y mis pies se volvieron callosos y secos. Los roces de los pies también se convirtieron en un “no-no”. Los extrañé en esos días largos que me tocaba perseguir niños pequeños. Y sentí que la vida sería mucho más fácil si el dedo simplemente no estuviera allí. ¿Qué bien estaba haciendo?
Algunas veces, como mujeres, podemos sentir que nuestra vida espiritual es así. Podemos ver nuestros roles tan insignificantes para todo el cuerpo de Cristo. Muchas veces servimos detrás de escena como una secretaria de la iglesia, maestras de clases bíblicas de niños o de damas, como custodio del edificio, como las que preparan la comunión, etc. Podemos sentir como que éstas fueran partes mundanas, pero ellas son tan cruciales para la obra de Dios como cualquier otro trabajo en la iglesia.
“Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos.” (1 Corintios 12:4-6)
No importa qué parte tú tienes en el cuerpo de Cristo, ésta es significativa. El mismo Espíritu que mueve al predicador, al líder de cantos, a ancianos y diáconos, e incluso a los apóstoles, es el mismo Espíritu que se mueve en ti. En lo que sea que hagas.
Las mujeres que están detrás de escena han sido reconocidas a lo largo de la historia bíblica y fueron de gran importancia en el reino. Dorcas (Hechos 9:36), Priscila (Romanos 16: 3, Hechos 18:26) y María Magdalena (Lucas 8: 1-3, Marcos 15: 40-41), todas tuvieron partes significativas en la vida y obra de Jesús.
“Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano.” (1 Corintios 15:58)
Cómo hacemos nuestra parte es mucho más importante que el rol que tengamos. Si tu parte es hecha “sin egoísmo o vanidad” (Filipenses 2:3) entonces lo que sea que hagamos importa de verdad.
"Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica.” (Efesios 2:10)
Nuestra parte es importante porque el Señor Dios nos ha llamado a hacerla. No hay parte pequeña.
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Caminando por un jardín de rosas en San Diego, California, noté un arbusto que tenía más de un solo tipo de rosas creciendo del mismo arbusto. La foto con este blog es de las dos rosas al lado en el mismo arbusto.
No estoy jugando con los colores de tu pantalla. No es una prueba para averiguar cómo ves los colores como la locura por Twitter hace unos años sobre el vestido de blanco y dorado o negro con azul.
Comparto esta foto para resaltar la diversidad que se nos presenta como una bendición y un desafío en los grupos pequeños.
Estoy segura de que cada una de nosotras hemos estado en una clase de mujeres o un grupo donde hay una hermana que sabe provocarnos, molestarnos, y causar un efecto negativo en el espíritu del grupo. Nos cuesta entender cómo pudieras estar en la misma comunidad de creyentes con esa persona.
¿Sabes qué? A Dios tampoco le gusta. Es una de las siete cosas que aborrece en Proverbios 6:16-19 (“…y el que siembra discordia entre hermanos.”) Sin embargo, debemos evitar empeorar el conflicto, sino debemos “matarla con amabilidad.” Y, gracias a Dios, Él es paciente y todos somos un trabajo en proceso.
Romanos 12:10, 17-21 lo dice de mucha mejor forma:
respetándose y honrándose mutuamente…
No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos. No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: «Mía es la venganza; yo pagaré», dice el Señor. Antes bien,
«Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer;
si tiene sed, dale de beber.
Actuando así, harás que se avergüence de su conducta.»
No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.
¿Cómo has manejado una situación así? (Favor de no mencionar nombres al hacer tus comentarios.)