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2022 09 01 Kara BensonEscrito por Kara Benson, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas

Somos mensajeras. “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.” (2 Cor. 5:17-20).

Necesitamos usar nuestra lengua. Como mensajeras, usamos nuestro habla para llevar el mensaje de Dios de verdad, esperanza, amor y redención al mundo. Hay una cita popular que dice: “Enseña el evangelio en todo momento. Y si es necesario, usa palabras.” Sin embargo, en algún momento, las palabras tienen que salir de nuestra boca. Pablo escribe en Romanos 10:14, “Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?” Debemos usar nuestra lengua para compartir las buenas nuevas con quienes nos rodean. Vivir una vida buena y moral simplemente no es suficiente. Ser descritas por nuestros vecinos y compañeros de trabajo como una persona agradable y trabajadora que no maldice simplemente no es suficiente. Si no compartimos el evangelio, es posible que quienes nos rodean no lleguen a conocer a nuestro Creador y Su mensaje de reconciliación. Si estamos esperando que alguien se dé cuenta de nuestra buena vida moral y nos pregunte al respecto antes de compartir el mensaje… ese día puede que nunca llegue. Estamos llamadas a ser ciudad sobre un monte, luz del mundo y sal de la tierra (Mat. 5:13-14).

Pregunta de reflexión: ¿Tus vecinos saben que eres cristiana? ¿O podrías ser confundida con una "buena persona moral" que se ausenta los domingos por la mañana y los miércoles por la noche?

Como mensajeros, debemos tener cuidado con la forma en que usamos nuestras lenguas. Recientemente, tuve un encuentro interesante con alguien en el trabajo. Cuando me acerqué al mostrador, le di la bienvenida a una persona a nuestro café y le pregunté qué le gustaría ordenar. Él respondió que no estaba allí para ordenar, sino que me entregó el uniforme de su hija. Le agradecí y le deseé lo mejor. “Que tengas un día bendecido”, dijo antes de darse la vuelta y salir por la puerta. Poco sabía que justo antes de entrar a nuestro café, había maldicho a alguien por teléfono. Comparto esta anécdota como ejemplo del peligro de la hipocresía. Deberíamos examinarnos y hacernos la pregunta, ¿estamos silenciando nuestro testimonio con nuestras propias palabras?

Santiago escribe, “Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada? Hermanos míos, ¿acaso puede dar aceitunas una higuera o higos una vid? Pues tampoco una fuente de agua salada puede dar agua dulce.” (Stgo. 3:9-12)

Es posible que muchas de nosotras no tengamos problemas con las blasfemias o el maldecir a los demás. Pero, ¿luchamos con las quejas? Yo, por mi parte, soy ciertamente culpable de quejarme. Hace unos meses, escuché un sermón sobre este tema. El mundo no necesita más quejosos; necesita más luz y alegría. Filipenses 2:14-15 dice, “Háganlo todo sin quejas ni contiendas, para que sean intachables y puros, hijos de Dios sin culpa en medio de una generación torcida y depravada. En ella ustedes brillan como estrellas en el firmamento.” En estos versículos, quejarse se contrasta con ser puro, sin mancha y resplandeciente como las estrellas.

Pregunta de reflexión: ¿Cuál es el mensaje que traemos? ¿Estamos constantemente trayendo un mensaje de esperanza, alegría y paz, o estamos trayendo frecuentemente un mensaje de frustración, preocupación y molestia?
Recordemos que somos embajadoras de Cristo y usamos cuidadosamente nuestras lenguas para entregar el mensaje de Dios al mundo.


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Francia OviedoEscrito por Francia Oviedo, asistente creativa del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Honduras

Dicen por ahí que las mujeres hablan unas 20.000 palabras al día, y los hombres 13.000; yo puedo asegurar que logro cumplir esta meta (jaja). Wow, pero ¿en cuantos problemas me han metido esas 20.000 mil palabras cuando no las uso con sabiduría, cuando dejo que mis palabras sean guiadas por la carne y no por el Espíritu? Todo esto me recuerda a Balaam.

Balaam era un hombre de palabras, tanto que se necesitaron tres capítulos de la Biblia para contar su historia que se encuentra en el libro de Números del capítulo 22 al 24. Balaam era un hombre conocido por usar sus palabras para bendecir o maldecir pueblos, era justo la persona que necesitaba Balac, el rey de Moab, que deseaba que esas palabras fueran usadas para maldecir al pueblo de Israel.

“envió mensajeros para llamar a Balaam, hijo de Beor, que vivía en Petor, su tierra natal, cerca del río Éufrates. Su mensaje decía: «Mira, una inmensa multitud que cubre la faz de la tierra ha llegado de Egipto y me amenaza. Ven, por favor, maldíceme a este pueblo, porque es demasiado poderoso para mí. De esa manera quizás yo pueda conquistarlos y expulsarlos de la tierra. Yo sé que sobre el pueblo que tú bendices, caen bendiciones y al pueblo que tú maldices, le caen maldiciones».” (Núm. 22:5-6 NTV)

Pero Balaam estaba empeñado en llegar a este lugar y realizar esta tarea aun cuando Dios no se lo había permitido, tanto que Dios tuvo que darle una lección y hacer que su burra le hablara. Pero finalmente Balaam obedeció a Dios, pues sabía que no podía pronunciar ninguna palabra sin que Dios se lo permitiera hacerlo.

“Entonces Balaam les respondió a los mensajeros de Balac: «Aunque Balac me diera su palacio repleto de plata y oro, yo no podría hacer absolutamente nada en contra de la voluntad del Señor mi Dios.” (Núm. 22:18)

Afortunadamente, él obedeció y usó sus palabras según el deseo de Dios, y en lugar de maldecir al pueblo de Israel terminó bendiciéndolo tres veces. Gracias a Dios, Balaam usó sus palabras con sabiduría, y todos tenemos este poder en nuestra boca. A la mayoría se nos permite hablar 10.000, 20.000 o, en algunos casos, muchas más palabras por día y, así como Balaam, debemos buscar la sabiduría de Dios para saber elegir bien lo que decimos.

Cada palabra pronunciada por nuestra boca tiene el poder de crear, de dar vida, de animar, de bendecir; pero también tiene el poder de opacar, de desanimar, de lastimar, de maldecir a otros e incluso a nosotras mismas. Proverbios nos dice, “La lengua de los sabios destila conocimiento; la boca de los necios escupe necedades” (15:2), y también dice, “En la lengua hay poder de vida y muerte; quienes la aman comerán de su fruto” (18:21).

Seguro, al igual que yo, puedes recordar alguna historia personal cuando has usado tus palabras del modo equivocado, pero como Balaam, siempre tenemos la oportunidad de decidir elegir las palabras correctas, que reflejen el amor y la sabiduría de Dios, que crean, que animan y dan vida y esto es una elección diaria.
Te animo a que la próxima ves que recuerdes la cantidad de palabras que hablas por día recuerdes que puedes elegir cada una de ellas para que sean de bendición para ti y para todos a tu alrededor.

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