Escrito por Kara Benson, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Arkansas
Somos mensajeras. “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.” (2 Cor. 5:17-20).
Necesitamos usar nuestra lengua. Como mensajeras, usamos nuestro habla para llevar el mensaje de Dios de verdad, esperanza, amor y redención al mundo. Hay una cita popular que dice: “Enseña el evangelio en todo momento. Y si es necesario, usa palabras.” Sin embargo, en algún momento, las palabras tienen que salir de nuestra boca. Pablo escribe en Romanos 10:14, “Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?” Debemos usar nuestra lengua para compartir las buenas nuevas con quienes nos rodean. Vivir una vida buena y moral simplemente no es suficiente. Ser descritas por nuestros vecinos y compañeros de trabajo como una persona agradable y trabajadora que no maldice simplemente no es suficiente. Si no compartimos el evangelio, es posible que quienes nos rodean no lleguen a conocer a nuestro Creador y Su mensaje de reconciliación. Si estamos esperando que alguien se dé cuenta de nuestra buena vida moral y nos pregunte al respecto antes de compartir el mensaje… ese día puede que nunca llegue. Estamos llamadas a ser ciudad sobre un monte, luz del mundo y sal de la tierra (Mat. 5:13-14).
Pregunta de reflexión: ¿Tus vecinos saben que eres cristiana? ¿O podrías ser confundida con una "buena persona moral" que se ausenta los domingos por la mañana y los miércoles por la noche?
Como mensajeros, debemos tener cuidado con la forma en que usamos nuestras lenguas. Recientemente, tuve un encuentro interesante con alguien en el trabajo. Cuando me acerqué al mostrador, le di la bienvenida a una persona a nuestro café y le pregunté qué le gustaría ordenar. Él respondió que no estaba allí para ordenar, sino que me entregó el uniforme de su hija. Le agradecí y le deseé lo mejor. “Que tengas un día bendecido”, dijo antes de darse la vuelta y salir por la puerta. Poco sabía que justo antes de entrar a nuestro café, había maldicho a alguien por teléfono. Comparto esta anécdota como ejemplo del peligro de la hipocresía. Deberíamos examinarnos y hacernos la pregunta, ¿estamos silenciando nuestro testimonio con nuestras propias palabras?
Santiago escribe, “Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada? Hermanos míos, ¿acaso puede dar aceitunas una higuera o higos una vid? Pues tampoco una fuente de agua salada puede dar agua dulce.” (Stgo. 3:9-12)
Es posible que muchas de nosotras no tengamos problemas con las blasfemias o el maldecir a los demás. Pero, ¿luchamos con las quejas? Yo, por mi parte, soy ciertamente culpable de quejarme. Hace unos meses, escuché un sermón sobre este tema. El mundo no necesita más quejosos; necesita más luz y alegría. Filipenses 2:14-15 dice, “Háganlo todo sin quejas ni contiendas, para que sean intachables y puros, hijos de Dios sin culpa en medio de una generación torcida y depravada. En ella ustedes brillan como estrellas en el firmamento.” En estos versículos, quejarse se contrasta con ser puro, sin mancha y resplandeciente como las estrellas.
Pregunta de reflexión: ¿Cuál es el mensaje que traemos? ¿Estamos constantemente trayendo un mensaje de esperanza, alegría y paz, o estamos trayendo frecuentemente un mensaje de frustración, preocupación y molestia?
Recordemos que somos embajadoras de Cristo y usamos cuidadosamente nuestras lenguas para entregar el mensaje de Dios al mundo.
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