Escrito por Kat Bittner, voluntaria y miembro de la Junta Directiva del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colorado
Esperar es difícil. Puede ser uno de los aspectos más inoportunos y desagradables de la vida a través de los cuales tenemos que salir del paso. Y si eres como yo, propensa a la impaciencia y al enfado, la espera también puede ser la prueba más dura de nuestra fe. Afortunadamente, también puede ser el edificador de fe más gratificante porque la espera nos perfecciona y nos hace completas (Stgo. 1:3-4).
Cuando miro hacia atrás en los tiempos en que estaba esperando a Dios en mi propia vida, veo lo ansiosa que estaba. Por ejemplo, no podía esperar a crecer. No podía esperar para casarme. No podía esperar a tener hijos. No podía esperar para viajar y ver el mundo. Muchas veces traté de intermediar el tiempo de Dios para mi vida y hacer las cosas por mi cuenta. Entré en relaciones que no eran santas. Forjé amistades que dañaron mi estado de ánimo espiritual. Fui a lugares e hice cosas que no eran indicativas de una hija de Dios. Todo esto se hizo para acelerar cuándo y cómo quería que se desarrollara el curso de mi vida. Era muy parecida a Sara tomando el asunto en sus propias manos cuando no podía tener un hijo (Gén. 15). Y al igual que Sara, mi interferencia con el tiempo de Dios para mi vida no resultó exactamente lo mejor. Pasé muchos años tomando decisiones en mi vida que estaban destinadas a entorpecer la espera. Y todas llevaron a desamor, consecuencias negativas y mucho pecado.
He llegado a comprender a través de todo esto que esperar en Dios requiere una gran cantidad de confianza. Debemos confiar en que Dios está trabajando activamente en y a través de nuestras vidas para moldearnos en lo que Él ha diseñado. “Y a pesar de todo, oh Señor, eres nuestro Padre; nosotros somos el barro y tú, el alfarero. Todos somos formados por tu mano” (Is. 64:8, NTV). Debemos confiar en que el juicio de Dios nunca se nubla por motivos egoístas. Debemos confiar en que la perspectiva de Dios no está limitada por los deseos humanos. Y debemos confiar en que el tiempo de Dios es consumado porque Él es el creador del tiempo (Heb. 11:3). Dios trabaja en nosotras en Su tiempo porque es Su plan, no el nuestro. Y debemos someternos a la autoridad de Dios sobre todos los aspectos de nuestra vida debido a Su supremacía.
“¡Qué manera de falsear las cosas! ¿Acaso el alfarero es igual al barro? ¿Puede un objeto decir del que lo modeló: «Él no me hizo»? ¿Puede una vasija decir de su alfarero: «Él no entiende nada»?” (Is. 29:16, NVI)
Los tiempos que elegí para hacer que las cosas sucedieran en mi vida en mi propio tiempo y por mi propia mano siempre han resultado inútiles. Pero cuando elijo rendirme al plan de Dios y confiar en el tiempo de Dios, sólo he cosechado lo mejor para mi vida. El tiempo de Dios me dio al hombre que Él diseñó específicamente para ser mi esposo y, a través de ese tiempo, he tenido la bendición de compartir la vida con él durante los últimos 32 años. El tiempo de Dios me dio cuatro individuos especialmente creados para ser madre. ¡Con ese momento experimenté un amor más profundo y derivé las alegrías posteriores de ser Grammy (Abuelita)! Finalmente, el tiempo de Dios trajo a nuestra familia a Colorado. Y con ese tiempo he sido bendecida para trabajar en un maravilloso ministerio que ayuda a las familias a prosperar en Cristo. Y he tenido la bendición de ser parte de una familia de la iglesia que me ha dado amistades fuertes y duraderas. Nuevamente, todo esto fue el resultado del tiempo de Dios en mi vida. Y mi espera en Dios.
El tiempo de Dios es algo increíble. Es de gran calidad. Es significativo. Es honesto. Es oportuno y a tiempo. ¡Es realmente perfecto! Sólo necesitamos ser pacientes para cosechar las bendiciones de esperar en Dios porque Dios también espera en nosotras. Él nos espera para escuchar nuestra alabanza, nuestra confesión, nuestra acción de gracias y ser honrado. Cuando esperamos en Dios y Él en nosotras, y cuando entramos en una relación mutua con Él, Dios nos trata como si fuéramos únicas. “…. y le daré también una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que solo conoce el que lo recibe” (Apoc. 2:17, NVI). Esta es la atención especial que Dios nos da. Entonces, necesitamos confiar en nuestra espera en Dios.
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