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Un niño no conoce el temor. Una niña confía que su papá le va a agarrar cuando brinca.
El temor es un concepto aprendido. Y cuando Dios nos llama a ser como un niño para entrar en el reino (Mateo 18:1-5), creo que hace referencia a la fe de un niño, entre otras características.
La fe es una parte natural de una niña. No ha aprendido el temor así que la decisión de confiar es una decisión automática.
Como adultos, hemos observado la maldad, y nos hace desconfiar, temerosos de lo que puede pasar. La decisión de temer es más automática que la de tener fe.
Sin embargo, podemos cambiarla. Entre más veces escogemos la fe, más automática esa decisión se hace. Nuestra confianza en Dios crece y volvemos a tener fe como una niña.
Hoy, y todos los días, te animo a escoger la fe, en las decisiones pequeñas de la vida diaria. Es una decisión temer. Y empezando hoy, podemos escoger la fe.
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Más tarde esta semana, voy a compartir muchas de las bendiciones que experimentamos en el retiro al destino el fin de semana pasado. Pero primero, me gustaría presentarles con el tema de este mes: ¿Temor o fe?
¿A qué parece el temor? ¿Siempre se presenta con manos y rodillas temblando, mariposas en el estomago, o ojos llenos de terror?
¿A qué parece la fe? ¿Resuena con los ejemplos de los héroes de la fe de Hebreos 11? ¿Está reflejado en las decisiones pequeñas diarias o sólo en las grandes?
Cada circunstancia nos da la oportunidad de responder con fe o con temor. ¿Pero es una cosa o la otra sin una combinación de los dos? ¿Se necesita fe si la situación no da temor?
El temor es enfocarse en las circunstancias.
La fe es enfocarse en el Dios que es mayor que cualquier circunstancia.
El temor es esperar lo peor.
La fe es confiar que Dios puede hacer que todas las cosas salgan a bien.
El temor paraliza.
La fe libera.
El temor debilita.
La fe apodera.
¿Cómo defines los dos términos?