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La primera vez que Dios se reveló a Moisés fue a través de una zarza ardiente (Ex. 3).
13 Pero Moisés insistió:
—Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes.” ¿Qué les respondo si me preguntan: “¿Y cómo se llama?”
14 — YO SOY EL QUE SOY —respondió Dios a Moisés—. Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: “ YO SOY me ha enviado a ustedes.”
15 Además, Dios le dijo a Moisés:
—Diles esto a los israelitas: “El SEÑOR, el Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha enviado a ustedes.
Éste es mi nombre eterno;
éste es mi nombre por todas las generaciones.
Puede que no tenemos el privilegio de una zarza ardiente para reconocer a Dios, pero da a conocer Su presencia como el Gran YO SOY hoy día.
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¿Puedo verdaderamente conocer a Dios sin verle en Su Palabra? En los Antiguo y Nuevo Testamentos, llegamos a conocer quién es Dios y cómo trabaja. Vemos qué le importa y dónde pone Sus prioridades.
Toda la historia de las Escrituras es una ventana que nos revela el carácter de Dios y cómo, por Su amor infinito, nos persigue sin cesar.
Dios comienza como el Creador (Gen. 1) y de una vez vemos cómo reacciona al pecado (Gen. 3 y 6). Y aunque quizás no entendemos bien cómo encaja todo en el resto del libro de Génesis, podemos ver las promesas de Dios, como las que hizo con Abraham (Gen. 12). Y luego reconocemos cuando se cumplen.