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“Tanto lo bueno como lo malo se contagia como si fuera infección. Si quieres calentarte, debes pararte al lado del fuego; y si quieres mojarte, debes meterte en el agua. Si quieres gozo, poder, paz, y vida eterna, debes acercarte a o meterte en lo que tiene esas cosas. Nunca son un premio que Dios pudiera, si quería, dar a todos.” (de Mero cristianismo, C.S. Lewis)
Así es con las promesas de Dios. ¿Cómo puedo contar con las promesas de ser como un jardín bien regado (Jer. 31:12) sin estoy desconectada de la fuente de agua viva (Juan 4:10, 14)?
¿Cómo puedo ser transformada a la imagen de Cristo si no dejo mi vida en las manos de quien me puede moldear y formar?
Que tomemos del agua viva hoy. Que entreguemos nuestras vidas a quien nos transforma.
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Abrumada. Creo que ése sería la mejor descripción de mi estado en los últimos dos meses. Abrumada.
No les voy a dar la lista de las cosas que me han dejado con ese sentir. Sé que tienes tu propia lista. Pero no dejes que tus pensamientos vayan a tu propia lista y te sientas abrumada nuevamente… quédate un momento para una reflexión que tuve esta semana.
¿Cómo puedo sentirme desanimada o frustrada por algo que ni siquiera está en mis manos?
Supuestamente, dejo mis cargas en las manos de Dios. Dependo de él para cumplir con mis necesidades. Y confío en su cuidado para lo que se me presenta en el día.
Sin embargo, termino retomando mis preocupaciones. No las dejo en mano de Dios para que él se encargue sino que las agarre y me siento frustrada, desanimada, y abrumada.
Por lo tanto, hoy no te animo a entregar las cosas a Dios – espero que ya lo hayas hecho. Te animo a dejar las cosas en las manos de Dios.