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Ayer vimos la manera en la cual Jesús tocó la vida de una mujer que sufrió del flujo de sangre. Le sanó porque la vio – no su enfermedad, no su impureza, sino su valor en el reino.
Jesús hacía eso con frecuencia. Veía a gente de maneras que otros no podían o querían. Sus propios discípulos le reclamaron cuando invitó a los niños a acercarle. No entendieron cuando habló con una mujer samaritana en Juan 4. Sin embargo, la gente se acudía al Agua Viva, sedienta y con ganas de ser vista y apreciada por alguien.
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Una historia de interacción entre Jesús y una mujer...
Llevo doce años visitando a médicos, sanadores, cualquier persona que tuviera un remedio para mi enfermedad. No hay un tratamiento que no he intentado. He cambiado mi dieta. He probado remedios herbales. Nada me ha funcionado.
Llevo doce años sangrando. ¿Sabes cómo te sientes en el peor día de la menstruación? Agotada, con calambres, malhumorada, sin energía, enojada con Eva, sin apetito, o con ganas de comer todo a mi alcance. Llevo doce años sintiéndome así sin alivio.