Ayer vimos la manera en la cual Jesús tocó la vida de una mujer que sufrió del flujo de sangre. Le sanó porque la vio – no su enfermedad, no su impureza, sino su valor en el reino.
Jesús hacía eso con frecuencia. Veía a gente de maneras que otros no podían o querían. Sus propios discípulos le reclamaron cuando invitó a los niños a acercarle. No entendieron cuando habló con una mujer samaritana en Juan 4. Sin embargo, la gente se acudía al Agua Viva, sedienta y con ganas de ser vista y apreciada por alguien.
Los marginados fueron reconocidos por primera vez. Los maltratados fueron levantados. Porque Jesús ofrece redención, no condenación. Nos invita a arrepentirnos y no nos rechaza.
¿Quién más incluiría a Rahab, la prostituta, y Rut, la moabita, en su genealogía?
Voy a entrar en un debate feminista ni promocionar ninguna idea política. Nada más quiero resaltar y apreciar la manera en la cual Jesús trataba y veía a las mujeres.
La mujer samaritana preguntó a Jesús, “—¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?” (Juan 4:9)
Jesús le ofreció agua viva y le reveló una verdad que otros ni siquiera habían preguntado o entendido, hasta el momento: lo que significaba la adoración verdadera.
Dios, hecho carne, ofreció una de las primeras explicaciones e invitaciones de adoración a una mujer extranjera. Toma un momento para reflexionar sobre eso…
Y ahora a llevarlo a lo personal: Jesús te ve, te valora, y se ofrece como agua viva. Te invita a adorarle en espíritu y en verdad, y a compartir esa invitación con otros tal como hizo la mujer samaritana.
¿Ves cómo reacciona la mujer samaritana en Juan 4:28-30)? ¿Qué causó el mayor impacto en su vida? ¿La vulnerabilidad de su pecado expuesto? No. Si fuera solamente la revelación de su pecado, iría al pueblo a compartir con los que había evitado a buscar agua al golpe del mediodía?
Al contrario, ella había probado el agua viva. Conoció el Mesías y quería compartir con todos los que tenían sed.
Jesús la vio por quien era, no por lo que había hecho, y le invitó a tener acceso al Padre, a adorarle. Y ella, impactada por su interacción con el Cristo, no pudo dejar de hablar de él con otros.