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9 Después de esto miré, y apareció una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con ramas de palma en la mano. 10 Gritaban a gran voz:
«¡La salvación viene de nuestro Dios,
que está sentado en el trono,
y del Cordero!»
11 Todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes. Se postraron rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios 12 diciendo:
«¡Amén!
La alabanza, la gloria,
la sabiduría, la acción de gracias,
la honra, el poder y la fortaleza
son de nuestro Dios por los siglos de los siglos.
¡Amén!» (Apoc. 7:9-12)
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A veces, me he imaginado como el actor Dick van Dyke en la película Mary Poppins. No cuando bailó en la chimenea, tampoco cuando brincó en uno de los cuadros, ni cuando puso un traje de rayas con pantalón blanco y bailó con los pingüinos (aunque me gusta caminar como pingüino con mi sobrino).
No, es que me imaginé con la cara de perdido y confundido que tuvo después de intentar cantar y tocar la banda de un solo hombre.
Todos me conocen como alguien que trabaja a toda velocidad y varias cosas a la vez. Intento tocar el tambor con mi pie y la trompeta con mi boca, darle a la corneta con mi cabeza, y tocar la armónica también. Pues, no.