A veces, me he imaginado como el actor Dick van Dyke en la película Mary Poppins. No cuando bailó en la chimenea, tampoco cuando brincó en uno de los cuadros, ni cuando puso un traje de rayas con pantalón blanco y bailó con los pingüinos (aunque me gusta caminar como pingüino con mi sobrino).
No, es que me imaginé con la cara de perdido y confundido que tuvo después de intentar cantar y tocar la banda de un solo hombre.
Todos me conocen como alguien que trabaja a toda velocidad y varias cosas a la vez. Intento tocar el tambor con mi pie y la trompeta con mi boca, darle a la corneta con mi cabeza, y tocar la armónica también. Pues, no.
Nadie lo puede hacer a solas. La belleza de una orquesta es que es un grupo diverso de personas que toca una variedad de instrumentos bajo la dirección de un conductor para crear música bonita que transmite un mensaje a su audiencia.
Ni se puede llamarlo música, lo que sale de una banda de un solo hombre. Y el único mensaje que trasmite es uno de caos.
Sin embargo, una orquesta trabajando en armonía, hace un sonido maravilloso que otros, y los mismos miembros de la orquesta, disfruten.
Gracias a Dios, al avanzar como ministerio, contamos con un grupo de trabajadores y voluntarios que hacen posible la meta de equipar a mujers para que se conecten con Dios y con otras mujeres más profundamente.
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La banda de un solo hombre versus una orquesta: Una comunidad a agradecer
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