Escrito por Jelin Robles, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Foz do Iguaçu, Brasil
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir. En él estaba la vida y la vida era la luz de la humanidad. (Jn 1:1-4 NVI)
La lectura del libro de Juan transformó mi forma de pensar y ver las cosas, y cuando descubrí que estaba destinado a la iglesia, me encantó aún más. Me encanta el libro de Juan.
El que era la luz ya estaba en el mundo y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció. (Jn 1:10)
Las palabras y acciones descritas en los primeros 14 versículos de Juan son muy poderosas. Para mí, no hay otros versículos tan realistas y claros como estos. Además, los primeros cuatro versículos nos revelan la presencia de Jesús en la creación del mundo, contradiciendo las muchas declaraciones y creencias erróneas que buscan negar la soberanía del Hijo. Entendemos que fuimos creados a través de Él y por Él. El amor de Jesucristo por nosotros sobrepasa nuestro entendimiento, porque Él vino como un hombre, dejando Su gloria.
Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios. (Jn 1:11-13)
De Su gran amor, para que todos regresaran a Él, Juan fue escogido para testificar de la llegada de Cristo. Sin embargo, no todos aceptaron a Jesús tal como era. Algunos lo rechazaron, pero hubo otro grupo que lo aceptó y Él los llamó Sus hijos. Qué pensamiento tan hermoso y gratificante para mi corazón, saber que Él hizo esto por mí y por todos los que me rodean a lo largo de la historia y por aquellos que vivirán en el futuro hasta que Jesús regrese. Mi corazón rebosa de alegría porque entiendo que una vez fui una de las que lo rechazó y no lo aceptó, pero Su amor eterno hizo que lo conociera mejor hasta que acepté Su invitación a la mesa y me convertí en Su hija.
Y el Verbo se hizo hombre y habitó[a] entre nosotros. Y contemplamos su gloria, la gloria que corresponde al Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Jn 1:14)
Su sacrificio me motiva todos los días a cumplir Su voluntad, y eso es lo que siempre quiero hacer. Que todas las Hermanas Rosa de Hierro estén agradecidas por lo que Jesús y nuestro Padre hicieron por nosotras y que todas nos esforcemos por complacerlo.