Escrito por Johanna Zabala, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
¿Sabías que nuestros nombres nos identifican? Pues, sí. En esta ocasión Timoteo, según el griego, significa quien honra y adora a Dios. ¡Qué bello!, tuvo que haber sido un gran siervo fiel y dedicado a Dios porque está reflejado en la Biblia. Hijo de una mujer piadosa judía y un padre griego, detalles de su vida aparecen en el libro de los Hechos en el capítulo 16, especificando la relación de una mentoría eficiente, que conllevó a una evidente amistad entre Pablo y Timoteo, conjuntamente con otros discípulos amados.
Es de gran valor destacar que en la Biblia encontramos las dos cartas escritas por el Apóstol Pablo a Timoteo. En ellas se observa el poder del Espíritu Santo en ellos; a fin de conseguir la fortaleza espiritual en las debilidades físicas que experimentamos como seres humanos. Por lo tanto, siempre necesitamos de los unos a los otros para seguir el camino a la vida eterna en la que estamos anotadas.
Todo lo indicado nos enseña que Pablo y Timoteo lograron una alianza fraternal, en donde Timoteo fue un excelente colaborador, asistente, compañero y discípulo de Pablo; con propósitos santos llenos de esperanza, consuelo, apoyo y amor, muy especialmente hacia el cuerpo del Señor “La Iglesia”. Alcanzaron liderazgo, amonestaciones y compromiso entre todos. Se dice que juntos se convirtieron en padre e hijo en las buenas y en las malas experiencias que desarrollaron una amistad genuina en pro de saber soportar y enseñar en las pruebas y alegrías de la fe en Dios, evidente y común entre ambos.
Por tal motivo, vino a mi mente lo que nos dice Proverbios 17:17: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”. Seguramente Pablo y Timoteo, aprendieron la amistad en la hermandad de Cristo, cuando en las oportunidades y en las dificultades del camino se complementaron en lo que decían y hacían para el servicio del Señor Jesucristo, y se acompañaron hasta el fin.
En mi experiencia, desde el año 2001 al 2018, viví para gloria de Dios, una historia de amistad real y pura en la fe con mi hermana Ysabel Dávila. Mujer sierva abnegada y preciosa del Señor con una mente de valor y nobleza creyente de un Dios vivo y auténtico se deleitó en ella. A mi hermana la conocí en ese entonces como Ysa. Ella y yo nacimos de nuevo casi juntas en la misma congregación y con expectativas muy parecidas; desde allí comenzamos el más hermoso camino de convicción y aprendizaje.
Juntas aprendimos la una de la otra a conocer la gran voluntad del Padre bajo la luz de la Palabra. Vimos a nuestros esposos, hijos y hermanos crecer en fe y en dones. Compartimos alegrías y tristezas. Viajamos a convenciones de damas, nos contábamos las luchas, nos llamábamos por teléfono diariamente, estudiábamos la Palabra en los discipulados personales y grupales, cocinamos juntas, visitábamos a las hermanas, dimos clases dominicales a los niños. Celebrábamos los cumpleaños de todas y, con gran gozo, los quince años de su linda Marbella y de mi bella Crismarie; hoy graduadas para el servicio del Padre en Cristo Jesús, una en Baxter y otra en la EQEB. Hechos no por casualidad sino con propósitos, orados de antemano por cada una de nosotras y no solamente eso, en el mismo sentir de Dios y en nuestros corazones, también muchísimas veces repartíamos folletos de la iglesia en las plazas, parques, hospitales y en las afueras de la congregación, todas en familia y armonía, recordando el Salmo 133:1.
Cuando me casé y Dios me dio mi segundo hijo, siempre estuvo allí en oración y apoyo; reconocida además como la hermana más cariñosa de todas. Mis hijos le llamaban tía y sus hijos a mí de igual manera. Sin duda alguna así surgió nuestra amistad genuina, en analogía a la posible relación de Pablo con Timoteo.
Cuando hago memoria de esta parte de mi vida agradezco al Padre Celestial por Ysa. Ella partió a la presencia de Dios el 23 de febrero de 2018; acontecimiento que me llenó de un vacío particular, porque en ella encontré características muy similares a las mías en esos momentos de mi vida, como fue Timoteo en Pablo.
Ella no sólo dejó en mí lágrimas e infinitas enseñanzas, sino en toda la congregación, por su ferviente amor en y para Dios en todo tiempo. Incluso en sus últimos días, ella adoró y sirvió al Señor. Así entendí, el dolor que el apóstol Pablo dejó entre los hermanos y muy principalmente a Timoteo, pero sé que se fortaleció en Dios y en el Espíritu Santo como lo hice en esa pérdida física de mi amada hermana Ysa, cuyo nombre significa dedicada a Dios, en hebreo.
Estoy segura que todas desarrollamos así la amistad de Dios, útil y muy necesaria en la iglesia, para amarnos los unos a los otros (1 Juan 4:7).
Dentro de tu vida en Cristo Jesús, amada hermana ¿Eres como Timoteo? ¿Has amado a tus hermanas como Pablo a Timoteo? ¿Crees que la amistad es un regalo de Dios?
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