Escrito por Johanna Zabala, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador
Cuando decidí nacer de nuevo en el bautismo de agua y del Espíritu, lo reconocí como privilegio y mandato bíblico (según Juan 3:1-15 y como lo dice el Señor mediante el apóstol Pedro en Hechos 2:38). Recibí en ese instante de fe el don o el regalo del Espíritu Santo que hermosamente nos llena de capacidades maravillosas y divinas para seguir cumpliendo Sus mandamientos santos.
Luego, convertida y elegida en creyente, pupila, hija y aprendiz del Maestro. Jesús también es conocido como el Guía o Mentor principal. A través de Él, encontré tantas razones de aprendizaje que dieron un sentido y un giro preciso y espiritual en mi vida.
Encontrando dentro de Sus bellas instrucciones el gran mandamiento leído y reflexionado específicamente en Mateo 22:37-39. Allí Jesús dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tú prójimo como a ti mismo”. Comencé desde allí a construir un punto firme de partida en Él.
Amar al prójimo como a ti misma implica cuidado. La enseñanza continua, alcanzando la mentoría, la educación o el discipulado personal y comunitario en el Espíritu Santo e ir creciendo todas en la palabra de Dios, hacia el descubrimiento de la Voluntad del Padre. Jesús, el Señor, nos manda y anima en todo momento a escudriñar y a estudiar las Escrituras (Jn. 5:39 y 2 Tim. 3:16-17) para ser sabias, maestras, prudentes y útiles en Su reino.
Por lo cual, en ese acto de unidad, relación y obediencia en el Señor, puedo conseguir amar a mi semejante. Dicha analogía propone el objetivo esencial de permitir en el amor de Dios custodiar, orientar y cumplir las instrucciones divinas en Cristo Jesús. Se logra mediante la guía misionera del Espíritu Santo, siendo hijas embajadoras de la luz de Cristo en el mundo (2 Cor. 5:20 y Jn. 1:9).
¿Y por qué amarnos? Porque fuimos comisionadas para extender la autoridad del Señor en todo lugar, llevando la buena noticia de la salvación del alma para vida eterna, pero no finaliza allí. Obedecemos la necesidad del nacer de nuevo mediante el bautismo, siendo este paso el modelo del evangelio, en educar y guardar todas las cosas que Él enseñó, fortaleciendo la convicción de que estará con todos Sus amados hijos e hijas obedientes hasta el fin del mundo, contemplado en Mateo 28:18-20.
Así mismo, durante el desarrollo de la vida cristiana se accede a saber agradecer las pisadas de Cristo. Igualmente, estas pisadas son la mejor carrera de vida eterna que nos ha tocado vivir desde el amor de Dios en cada corazón entre hermanas. Primera de Juan 4:7 y 8, dice: “Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”. Y nos orienta a la atención y al valor que Él tiene para cada una de nosotras.
Por lo tanto, hoy como princesa e hija del Rey Jesucristo y como mujer de fe, logré entender al mismo tiempo la importancia y el valor del Amor y del Espíritu Santo dentro de mí y dentro de ti amada hermana.
Reconociendo con todo el corazón y conforme al Espíritu de Dios, se aprende como propósito sagrado vivir lo expresado en Gálatas 2:20. “Con Cristo estamos juntamente crucificadas”, y que ahora, luego de obedecer el evangelio santo del Señor, “es Cristo vivo en nosotras.”
¿Estamos preparadas? Creo que sí. Ahora, ya conscientes del Espíritu Santo de Dios y recordamos continuamente que es nuestro deber cristiano el enseñar y discipular como mentoras del camino de Dios a cada una y unas a otras. Es importante el hecho de saber instruir, guiar y aconsejar en el Espíritu Santo, educando a la santidad, a renovar las fuerzas de Dios, a motivar el respaldo entre hermanos, apoyando, ayudando mutuamente y llevando la bendición del Señor en toda circunstancia.
Por tal razón, mis amadas, vamos juntas a ser mentoras, guías, educadoras y consejeras del bien; ya que dentro del llamado del evangelio está el poder de la salvación (Rom. 1:16). A través de las mentorías, guiamos espiritualmente como siervas aprobadas y preparadas para toda buena obra, como lo dice 2 Timoteo 3:17.
En fin, permanezcamos en el mismo sentir avanzando, animadas, gozosas y muy constantes en el Espíritu Santo de Dios que nos guía y nos instruye, de tal manera poder guiar a otras. ¡Florezcamos siempre!
¿Estas dispuesta?
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