Escrito por Mirelis González Sánchez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Honduras
En los años que llevo dándole clases a los niños en las congregaciones, una de las cosas que más disfruto es todo lo que puedo aprender sobre ellos. Pues la verdad, es que estas pequeñas criaturas tienen una gran capacidad natural de trasmitirnos hermosas enseñanzas y valores que son necesarios para poder alcanzar el reino de Dios. Sólo basta observarlos y valorar la importancia de la ingenuidad y transparencia de sus corazones.
En una ocasión, una de las niñas de mi clase quedó muy entusiasmada con un títere que utilizamos un domingo para recrear la historia bíblica que compartimos. Yo conocía que ella era amante de los perritos y por eso le permití que desempeñara el papel de este animalito creado por Dios durante la formación del mundo. Al terminar la clase, entre todos recogimos los recursos que habíamos utilizado y despedí al grupo con el deseo de volverlos a ver en nuestro próximo encuentro.
El domingo siguiente, me llamó la atención ver que se acercaba “mi pequeña amante de los animales” con un rostro de tristeza y preocupación. Cuando conversé con la niña fue que comprendí lo que sucedía. Ella se sentía muy apenada y triste porque sin que nadie se diera cuenta se había llevado del salón el títere del perro que tanto le había gustado. Me contó que se sentía muy mal por lo que había hecho a su maestra que tanto la quería. Al mismo tiempo me mostró un oso de peluche que trajo de su casa, quería regalarlo a la clase como muestra de que estaba arrepentida por su comportamiento.
La actitud de esta pequeña me hizo recordar y meditar en un tema muy importante para los cristianos. Ella no sólo comprendió lo que había hecho, sino que el cambio en sus sentimientos, la movieron a realizar una acción que demostraba que estaba arrepentida.
Cuando nos acercamos a los pies de Jesús una de las primeras cosas que aprendemos, además de Su amor, es que debemos arrepentirnos. Este momento es considerado un paso necesario para poder alcanzar nuestra salvación, por lo tanto, es un asunto que no debemos dejar pasar por alto.
En muchas ocasiones nos referimos al arrepentimiento solamente como aquel sentimiento de culpa y tristeza que debemos tener ante nuestras malas acciones. Cuando vamos a la Biblia, y profundizamos, vemos que el verdadero arrepentimiento que el Señor demanda, no sólo debe ser un pensamiento de dolor por nuestro pecado, sino que debe llevarnos a un cambio en nuestra manera de pensar, que a su vez conduzca a una transformación en la forma de actuar.
“Demuestren con su forma de vivir que se han arrepentido de sus pecados y han vuelto a Dios” (Mt. 3:8 NTV).
Primero, debemos entender la profundidad del amor de Dios hacia nosotros y la condición de pecadores en la que nos encontramos, pues eso nos llevará a tener un cambio en nuestro interior en relación al pecado, es decir: si cometemos una falta nos debe doler, entristecer. Por último, estas dos actitudes nos llevarán a desarrollar acciones que demuestren un sincero empeño por alejarnos del pecado para lograr establecer una comunión directa con Dios.
Si el arrepentimiento que llegamos a experimentar sólo permanece en el pensamiento o en la confesión de las faltas y no conduce a verdaderos frutos que lo demuestren, quedará simplemente en un remordimiento de nuestra conciencia. En la Biblia tenemos varios ejemplos de personas que, aunque reconocieron sus pecados, no demostraron un auténtico arrepentimiento. Fue el caso del Faraón de Egipto (Éx. 9:27), así como el rey Saúl (1 Sam. 15:24).
Dios busca en nosotros un arrepentimiento que conlleve a un gozo basado en la esperanza que nos ofrece de salvación y perdón de los pecados. Este es totalmente diferente al remordimiento que experimentó Judas Iscariote cuando reconoció que había vendido a Su Señor que era inocente. El resultado de su tristeza no fue volverse hacia Dios, sino quitarse la vida de una manera trágica.
Es necesario que como hijas de Dios busquemos cada día tomar una actitud de arrepentimiento. Todos podemos acercarnos a Su presencia sin importar cuan oscuro sea nuestro pasado. Así nos los demuestra Pedro que, a pesar de sus defectos, su carácter lleno de fallas que lo llevaron a negar a Su Maestro, abrió su corazón para mostrar una verdadera humillación. Pedro supo reconocer el poder del Señor y con valentía admitir la magnitud de su pecado. La Biblia nos cuenta que lloró amargamente arrepentido. Este acto de corazón fue la puerta para que El Espíritu Santo obrara en su vida. Luego de esto, el apóstol reflejó su gozo siendo instrumento valioso en las Manos de Dios para llevar el evangelio a varias personas, incluso dar la vida por causa de su Salvador.
“Ahora pues, arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios para que sus pecados sean borrados” (Hch. 3:19 NTV).
Entonces, pensemos por un momento: ¿es nuestro arrepentimiento un proceso completo que nos lleva a producir verdaderos frutos para Dios, o simplemente se queda en nuestra reflexión interior?
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