Escrito por Eliuth Araque de Valencia, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colombia
“También por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir, aun pasada ya la edad propicia, pues consideró fiel al que lo había prometido.” (Heb. 11:11)
Puedo asegurar que tanto ustedes como yo hemos pasado por una variedad de temporadas en nuestro caminar de fe. En particular, he vivido temporadas fructíferas y también he experimentado temporadas de sufrimiento en las que no entendía cómo Dios podría redimirlo. Y, sin embargo, Él lo hizo.
En mi vida devocional familiar, cada noche oramos por nuestras necesidades más profundas; es uno de los momentos más esperados, abrir nuestros corazones, reconocer que tenemos nuestras luchas. Cada uno va participando dando sus peticiones… esa es la dinámica. Llega mi turno. Hice una vez más una petición recurrente y vergonzosa para una mujer que anhela recibir el elogio de su esposo e hijos, y al final de un día con agenda apretada y agitada dije: “Pido para que Dios obre en mi vida como la mujer que quiere que sea, con un espíritu suave y apacible agradable delante de Sus ojos”. Mi hijo replicó y dijo: “Llevas tiempo pidiendo lo mismo”. Y este fue mi punto de partida de aflicción, de dolor y angustia. “Sí hijo, es tiempo“.
No se trata de que Dios no siempre responda a mis oraciones exactamente de la manera que quiero que lo haga, ni cuantas repetidas ocasiones lo manifieste, era tiempo para no quedarme allí esperando a que algo mágico sucediera, sino para accionar al cambio y verdaderamente aprovechar cada oportunidad como madre, esposa, hija y hermana de mostrar a Cristo, aun cuando Su propia naturaleza sea la de redimir.
Y esto es lo que veo hoy en este pasaje. Aquí Sara, esposa del gran patriarca Abraham, se tiende a verla en un marco de dignidad y honor. Pero leyendo la descripción bíblica de su vida, es imposible dejar de notar que a veces actuó muy mal. Podrían darle ataques y berrinches, ser impaciente, temperamental, maquinadora, arisca, cruel, inconstante, malhumorada, celosa, errática, irracional, ganadora, quejumbrosa y regañona. No obstante, siempre ha sido referente o el modelo perfecto de gracia piadosa y de mansedumbre.
Entonces, es fácil partir desde el elogio, pensando que somos buenas cristianas, que leemos nuestras biblias, que oramos con regularidad, que nos congregamos fielmente y obedecemos todas las reglas. Esta es una versión inexacta de nosotras mismas. Fallamos a diario, somos infieles cada vez que elegimos el pecado, somos débiles y nos distraemos con facilidad. Podemos tenerlo todo por apariencia, pero nuestro corazón dice la verdad. Cuando nuestra vida no está de acuerdo a los planes y propósitos de Dios, todo lo que experimentamos es dolor, miseria y mucho arrepentimiento. En algún momento puede parecer obrando a favor y al mismo tiempo estar lejos de Dios, en esclavitud, estancadas, sin cambios significativos.
Sara era una criatura impulsada por problemas carnales como nosotras. Había una cosa que deseaba sobre todo lo demás, y eso era tener hijos. Pero era estéril desde el principio hasta el fin de sus años fecundos. De hecho, esto es prácticamente lo primero que la escritura menciona sobre ella en Génesis 11:30, obviamente, acongojada por la esterilidad. Cada episodio de mal humor o conflicto en su familia estuvo precedido con su fracaso por su aridez. Esto la consumía. Gastó muchos años en manejar la frustración y la depresión que su realidad producía. Su deseo desesperado de la maternidad finalizó aceptando el hecho de su esterilidad (Gén. 16:2). Tanto quería que su marido tuviera un heredero, que inventó un plan entre él y su criada.
De manera imaginable, las secuelas de tal coartada carnal casi desgarraron la vida y parecieron dejarle una cicatriz permanente en su personalidad. Su amargura la enfureció durante trece años, hasta que insistió definitivamente para que Abraham expulsara a la otra mujer, y al niño que habían procreado.
Sus defectos son notorios y suficientes, no hay duda, había caído. Su fe se debilitó, su corazón la condujo por una senda equivocada, fallas visibles e incuestionables. Y nos preguntamos, ¿puede haber algo más? Por fortuna, sí, había mucho más que eso en Sara. Tenía tanto puntos fuertes como defectos notorios. Las Escrituras en realidad la elogia por su fe y firmeza. El apóstol Pedro la señala como modelo de cómo cada esposa debe someterse a la autoridad de su marido. Su vida se caracteriza por la humildad, la mansedumbre, la hospitalidad, la fidelidad, el profundo afecto para con su marido, el amor sincero hacia Dios y la esperanza a toda prueba.
Después de realizar este contraste y contradicción, puedo concluir que Sara es una mujer que recibió redención, porque aprendió lo valioso, creyó, dando a luz a un hijo pasados los años de su fertilidad, siendo anciana, precedente en la historia hebrea. Los aspectos más relevantes son su fidelidad a toda prueba a su marido, su perseverancia contra obstáculos increíbles y la firmeza de su fe; llegaron a ser la característica principal de su legado. En efecto, el Nuevo Testamento la admira en el salón de la fe: “Porque creyó que era fiel quien lo había prometido.” (Heb. 11:11)
El espectáculo completo de la fe de Sara no se aprecia en totalidad sino hasta considerar los muchos obstáculos aparentemente insuperables de esa fe. La felicidad de la promesa de Dios cumplida, no por la perfección de Sara en obediencia o en fe, sino porque Dios es fiel a Su palabra. Algunas promesas de Dios son condicionales que dependen de que hagamos algo. Pero otras son incondicionales y se cumplen no por lo que hagamos, sino por quién es Dios.
“Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz; cuando él era uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué.” (Is. 51:2)
Ahora, amada lectora, una vida de fe es lo que Dios aprecia. Tú y yo no somos mujeres perfectas, no podemos serlo. Dios no es indiferente, Él nos sostiene. Hoy, cree a pesar de tus luchas recordando a Sara. Ella, contra esperanza, confió que lo imposible para ella, eso que le causó risa, se haría realidad. Y debido a que Él es fiel, los que creemos en Cristo somos justificados y redimidos.
Es por eso que Dios demuestra Su amor en que, aun siendo pecadoras, Cristo murió por nosotras, para gozar la rectitud, creyendo en Él; siendo rico en misericordia, no sólo tuvo un plan redentor con Sara y su familia sino también fue un plan para nosotras. Con el nombre Jesús, disfruta, ríe abrazando lo valioso de cada momento en fe y redención en la esperanza del evangelio glorioso que nos sostiene.
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