Escrito por Kim Solís, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en México y Oregón, EE.UU.
Si hicieras una encuesta en las calles de cualquier ciudad en el mundo, preguntando al público por qué son conocidos los cristianos hoy en día, ¿qué crees que dirían? ¿Dirían que somos conocidos por señalar el pecado de los demás en la comunidad que nos rodea? ¿Por adoptar una actitud de “santidad” al hablar de asuntos de moralidad? ¿Seríamos conocidos por apegarnos a las creencias de cierto partido político o por pelear entre nosotros mismos acerca de la interpretación “correcta” de la Escritura?
Cuando mis hijos estaban en primaria y secundaria, los niños jugaron en muchos equipos de fútbol. En un partido en particular, mientras esperábamos que comenzara, estaba platicando con una mamá en las gradas. La conversación llegó a lo que nos dedicamos y le expliqué que mi esposo y yo somos cristianos y trabajamos en un Instituto Bíblico ayudando a preparar a la gente a ser activos en sus congregaciones locales y aun a salir como misioneros a plantar congregaciones en nuevas ciudades. Ella se sorprendió y me dijo: “Oh, no sabía que eran cristianos.”
Empezó el partido y me quedé sentada con un dolor en mi garganta y un peso en mi corazón. ¿Por qué se sorprendió tanto de que fuéramos cristianos? ¿Qué había observado en nuestros ejemplos, o más bien en el mío porque no conocía tanto a mi esposo, que nunca se le había ocurrido que tengo a Cristo y Sus enseñanzas en alta estima? La verdad es que luché con esto por meses y finalmente me armé de valor para confrontar sus ideas en otro partido de fútbol.
“¿Por qué te sorprendiste al saber que somos cristianos?” Le pregunté, con temor de que su respuesta revelara algunas actitudes o acciones en contra de Cristo que yo hubiera mostrado de no querer a los demás. “Pues…” parecía que buscaba las palabras adecuadas, “es que son, bueno… los dos son tan… amables.” Después de hablar un poco más, descubrí que la experiencia que había tenido antes de conocernos con otros “cristianos” había sido muy agresiva, descortés y de condenación. Le habían dicho que sus creencias no eran las correctas y que ella vivía en pecado. Nunca le habían mostrado amor y aceptación, sino solo juicio y exclusión. Sentí alivio en una manera, pero en otra me empecé a preocupar.
¿Qué dijo Jesús a Sus discípulos después de asumir el papel de siervo y lavarles los pies en Juan capítulo 13? “Y así sabrán todos que son mis discípulos…” ¿Cómo lo iban a saber? ¿Por su celo por la verdad? ¿Por su deseo de confrontar al mundo con su pecado? ¿Por el rechazar aceptar a personas que practiquen algo diferente de mí? No. Él dice que es por el amarnos unos a otros. Él acababa de lavar los pies de los que le iban a traicionar, negar y dejar solo, clavado en una cruz. No les señaló con el dedo para condenarlos, aunque uno de ellos iba a morir por su propia mano sin haberse arrepentido de su pecado.
Amor. Ágape. Hemos oído la definición: una decisión para amar incondicionalmente, deseando y haciendo lo mejor para alguien, sin tomar en cuenta si lo merecen o no.
¿Merece el mundo nuestro amor? No. ¿Merecemos el amor de Dios? No. Esto es lo que es tan increíblemente poderoso en la declaración de Jesús. El mundo sabrá que somos de Cristo cuando nos amamos unos a otros porque nadie ama a los que no piensan igual que ellos, a los que no actúan igual que ellos, a quienes no han ganado este amor de una manera u otra.
Jesús amó a la mujer a punto de ser apedreada por su adulterio. Jesús amó a los publicanos, aunque estaban llenando sus bolsillos con dinero del arduo trabajo de gente honesta. Jesús amó a los hombres y mujeres que le escupían y gritaban por Su crucifixión. Jesús me amó y te amó aun cuando no creías en Él y aun cuando, al creer, seguimos cayendo en hábitos viejos y actuando como si no hubiéramos oído de Su gracia y misericordia.
Ándale, cristianos. Debemos dejar a un lado nuestros escudos de orgullo y “conocimiento” para simplemente amarnos unos a otros con el amor puro y sin diluir que viene de Cristo y no de nuestros propios corazones. Dejemos el juzgar a Él y unámonos en amor para mostrar este amor a los que lo necesitan más. Amemos a los homosexuales, a los borrachos, a los adictos, a los mentirosos, a los que se sienten solos y a los desesperados. Éramos uno de ellos hace no mucho tiempo. El señalar con el dedo para revelar el pecado no atraerá a más personas a Cristo. Su amor misericordioso y gracia es lo que necesitan oír… y ver.
Cuando alguien se enamore de Cristo, entonces ellos… entonces nosotros estaremos abiertos a enfrentar nuestras fallas y corregir nuestras acciones. De hecho, no lo podemos hacer solos, necesitamos que Él nos limpie.
El amar a Dios es amar a los demás.
Marcos 12:33
“Amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más importante que todos los holocaustos y sacrificios.”
No importa lo que le ofrezcas a Dios: tu celo, tu fe, tu pureza y devoción. El amar a Dios y, por lo tanto, el amar a tu prójimo vale aún más.
Que el mundo sepa que somos Sus discípulos… por el amor que mostramos unos a otros.