Kim, por favor, preséntate y cuéntanos un poco sobre tu familia.
Mi nombre completo es Kimberly Faith Solis (mi apellido de soltera es Kershaw). Me considero de Portland, Oregon aunque solo he vivido aquí 8 de mis 48 años! No crecí en la iglesia, sino que llegué a Cristo y fui bautizada en 1989, el verano después de terminar la preparatoria, gracias a mi mejor amiga quien me invitó a la iglesia.
Dos años después, entré en el programa de Aventuras en Misiones en Lubbock, Texas, y de ahí me fui a Toluca, México, para trabajar con los misioneros que estaban en aquella ciudad por dos años. Bueno pensé que solo iba a estar dos años, pero en ahí conocí a mi esposo, Raúl. Tres hijos y 25 años después, hemos regresado temporalmente al estado de Oregon para cuidar a mi mamá y para hacer los trámites para la ciudadanía de mi esposo en Estados Unidos.
Nuestros hijos son: Diego (23 años), Isaac (21) y Angie (18). Raúl y yo trabajamos con el Instituto Latinoamericano de Estudios Bíblicos (ILEB) en Toluca escribiendo y enseñando cursos. También administro la plataforma en línea de aprendizaje que utilizamos.
¿Qué significa la obediencia para ti?
¡Guau! Es una pregunta bastante grande. Estoy aprendiendo que la obediencia es TODO. Muy a menudo pensamos que la meta de la vida es ser feliz… queremos “vivir felices para siempre.” Pero he aprendido que nuestra meta debe ser simplemente ser obediente, y dejar que Dios arregle los detalles de nuestro gozo (que es mucho más profundo, y no depende de la felicidad circunstancial.)
Creo que la obediencia es hacer lo que sabemos que Dios quiere que hagamos, perdonar, amar, aceptar, servir, aun cuando no entendamos porqué, cuando no estemos de acuerdo o aun cuando no queramos hacerlo. Es hacer todo eso aun cuando pensemos que Dios está siendo injusto o demasiado exigente.
¿Cómo has visto y vivido la obediencia en tu vida?
He luchador con lo que quiero escribir y compartir. Mi camino con la obediencia ha sido interesante, especialmente cuando el hacer la voluntad de Dios no ha sido fácil. Hay mucha gente en nuestras vidas que nos ha lastimado. Tal vez nos ha decepcionado, nos ha rechazado o abandonado en tiempos de necesidad, o no nos trata como se debe.
En una situación así, sentí que Dios me llamaba a perdonar a alguien que me había lastimado profundamente en muchas maneras. Sentí que la Palabra me mostraba que debía poner la relación en las manos de Dios, en lugar de hacer mi voluntad de una manera vengativa. Esto era muy difícil. Por años luché con el perdón. Lo que realmente quería hacer era separar mi vida de la suya, pero Dios volvía a cruzar nuestros caminos vez tras vez. Hice un “pacto” con Dios. Le reté a Dios: La única forma en la que te voy a permitir que esta persona siga en mi vida es si se hace cristiano.
Dios es un Dios maravilloso. No se enojó conmigo. Creo que Dios comprendía no solo mi corazón roto, sino también la vida rota de esta persona. Y no pasó mucho tiempo cuando mi esposo lo bautizó en Cristo. Ahora me correspondió cumplir con mi parte del pacto. Por fin creí que había logrado perdonar cuando descubrí, unos años después, que todavía guardaba resentimiento y rencor enterrados en los confines de mi corazón.
La culminación de mi obediencia llegó cuando se enfermó esta persona con una enfermedad grave. Cuando me enteré de su diagnóstico, mi primera reacción declaró la verdad que había intentado esconder. “¡Por fin! Ya no estará más aquí,” pensé e inmediatamente me sentí culpable. Había obedecido yo fielmente a través de los años, sin embargo, no lo había hecho con un corazón de verdadero perdón. Fue entonces, que Dios empezó a retarme a mí y a mi disposición de obedecer de corazón, especialmente en algo muy difícil.
Progresó la enfermedad de la persona, me fui a visitarlo, y se me presentó una situación muy complicado. La persona que lo cuidaba tuvo que salir y yo era la única persona que podía ayudar mientras regresaba. Dios me estaba pidiendo que lo sirviera, que sirviera a la persona que me había lastimado, que obedeciera Su mandamiento de amar… aun a nuestros enemigos. Honestamente, no lo quise hacer. De hecho, discutí con Dios a gritos en mi corazón, “¡Te pasas con esto Dios! No quiero servirlo.” Pero sabía que no podía negarle nada a Dios. Me mordí el labio, me aguanté la respiración y serví… y algo realmente maravilloso pasó.
Unos días después mientras me preparaba para regresar a casa, él (quien nunca expresaba sus emociones, quien casi nunca hablaba de algo personal, y quien nunca me había comentado ni una sílaba de lo que había trascurrido entre nosotros) me miró en los ojos y me dijo, “No tenías porqué venir.” Yo sabía que detrás de esas palabras estaba una disculpa por todo el dolor que me había causado, un agradecimiento por nunca eliminarlo de mi vida y un reconocimiento que, entre toda la gente del mundo, yo era la última que debía estarle sirviendo en su tiempo de debilidad.
Me fui al aeropuerto y regresé a casa llorando todo el viaje. De repente un peso tremendo fue quitado de mi corazón. Ya no deseaba su muerte, sino pedía a Dios que lo sanaba o que por lo menos le daba paz en sus últimos meses. También pedí a alguien que le dijera, por si no lograba verlo de nuevo, que le había perdonado, completa y sinceramente. Se le dio mi mensaje y me dicen que lloró como bebé. Tuve la oportunidad de verlo antes de que muriera, pero no pudimos platicar porque no estaba lo suficientemente consciente. En todo esto, Dios también me concedió la última petición que le había hecho aquel día en el avión de regreso a casa, cuando las lágrimas enjuagaron todo mi rencor… y me permitió sentarme con él en sus últimas horas, cantando himnos y suplicando a Dios que lo recibiera en Su presencia con misericordia y amor.
Varios años han pasado ya. Entiendo ahora que el perdón es un camino, a veces largo, pero uno que solo se logra con obediencia. Escudriño mi corazón, buscando algún remanente de enojo o dolor, solo encontrando tristeza… por la vida que le dio tanto vacío y desesperación por control, y por el impacto que eso tuvo en mí y en mi familia… y también encuentro mucha paz. Paz que solo viene de Dios. Paz que sobrepasa todo entendimiento. Y paz que solo viene por medio de la obediencia.
Si no hubiera obedecido…
La venganza es mía, dice el Señor.
Perdonen unos a otros, como yo les he perdonado.
Amen a sus enemigos. Sírvanse unos a otros.
No mi voluntad, sino la Tuya.
No hubiera encontrado paz y sanación para mi alma. Y para el suyo.
¿Hay un versículo bíblico que te anima sobre la obediencia? ¿O un personaje bíblico que admiras por su obediencia?
Varios. Creo que el principal es Hebreos 12:1-2:
Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien, por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Admiro a muchos personajes de la Biblia por su obediencia… tal vez mi favorito es Pedro a quien, muy cansado después de pescar toda la noche sin agarrar nada y limpiar sus redes vacías, se le dice que se vaya a las aguas profundas para echar sus redes. Seguramente pensó que estaba loco Jesús. Seguramente pensó que era una pérdida de tiempo. Podía habar rehusado hacerlo. Pero no lo hizo. Confió. Obedeció. (Mas en Tu palabra echaré la red.) Y recibió una gran recompensa.
¿Qué te ayuda más a ser obediente?
Recordar quien me lo está pidiendo. Dios no es una autoridad humana sino Él que sabe todo, ve todo y quien me ama con todo Su ser. Le debo todo. No le puedo negar nada
¿Qué te impide a ser obediente?
Yo. Yo soy quien me impide. Muy seguido estoy demasiado ocupada o distraída como para oír Su voz sutil y, por lo tanto, pierdo oportunidades para obedecer. He prometido a Dios que cuando siento un empujón de Su Espíritu Santo, voy a obedecer lo que me está empujando a hacer, pero también tengo que abrir mi mente para percibir estos empujones. Esto es muy difícil si no estoy en comunión con el Espíritu diariamente en Su Palabra y en oración.
¿Qué bendición has recibido o experimentado por la obediencia?
¡Tantas bendiciones! Pero como mencioné anteriormente, la más grande ha sido el regalo del verdadero perdón y la reconciliación antes de que fuera demasiado tarde.